Lagos: el hombre símbolo

Columna
El Mostrador, 27.10.2016
Aldo Torres Baeza, politólogo

La semana pasada Alberto Mayol publicó una columna donde analizaba los movimientos de Ricardo Lagos asociados al cambio de Gabinete, en lo medular describió que: “En primer lugar, le otorga un golpe rosado a Bachelet, definiendo él la fecha del cambio de gabinete, llevándose al mejor ministro para pensar el programa (es decir, demuestra que hoy vale más ser postulante a ministro de Lagos que ministro efectivo de Bachelet) y quitando la agenda electoral por completo de la mesa. Además, viaja justo después a La Araucanía (la tierra prohibida de Bachelet) y, para mostrarlo, habla en el aeropuerto”.

Lagos sabe que en política no solo hablan las palabras, por eso actúa por medio de múltiples símbolos, él mismo lo es: hijo de profesora y de la educación pública, sus primeros discursos como Presidente los dio en instituciones públicas. Era laico (no estatista). Remodeló La Moneda, recuperó el Parque Forestal para las fiestas de la primavera y abrió la puerta de Morandé #80. Cerraba la transición con colores, recuperando el espacio público y reabriendo una puerta.

Lagos sabe que diciendo que no pienses en un elefante vas a pensar en un elefante, sabe que una paloma blanca en medio de una cancha de fútbol no es la misma paloma gris de la Plaza de Armas. Maneja la semiótica como Maradona un balón de fútbol. Sabe estar sin estar, ordenar sin decir. Se sumerge en el mar de Chañaral y juega tenis con don Francisco en el contexto de la Teletón; es muchos más símbolos que su dedo. Hace un banquete con el lenguaje político utilizando los medios a su antojo, insignificantes astros girando alrededor del sol.

Tras votar por Carolina Tohá, en el punto de prensa, habla desde una cúspide imaginaria a los inocentes periodistas, enseñándolesque “las elecciones no se pierden ni se ganan, se explican”. Mientras los demás candidatos –inexpertos en el juego de las imágenes– se sumergen en el caos en cada una de sus votaciones, Lagos avanza rápido protegido por militares. Es un “Saturno que se devora a sus hijos políticos y les anuncia que son todos ciegos y simplones, mientras él está en otra estatura”.

En clave Game of Thrones, Lagos es cualquiera de los Stark regresando a Desembarco del Rey, el retorno triunfante de la Concertación –¿alguien creyó que, sumándole al PC y cambiando de nombre, dejaría de existir la Concertación?–. Lagos es a la Concertación lo que Jovino Novoa fue a la UDI, es decir, el tótem que agrupa a cada partícula de ese híbrido universo, la fuerza centrípeta que une todas las tendencias, prometiéndoles que su figura es la única capaz de alcanzar el poder.

Ante la debacle de la Nueva Mayoría, Lagos –con casi 80 años– salta sobre Goic y se impone la tarea de levantar a los candidatos del piso. Cree que su autoridad no resiste cuestionamientos: rompe en carcajadas cuando escucha la palabra primarias. ¿Guillier?, un amable señorito lector de noticias, aún no preparado para transitar sobre la oscura selva del poder.

Si Bachelet no gobierna, Lagos ordena. Si Bachelet es la madre, Lagos juega a ser el padre, el arquetipo del padre: sol, padre, tierra, poder. Pero el panorama es complejo, casi imposible. Una cueva oscura, en las alegorías junguianas. La Nueva Mayoría es minoría, y su tanque de oxígeno está cansado, sin ganas de nada. El hombre símbolo puede ser otro símbolo: hay un paso entre el arquetipo del padre y el del abuelo. Lo supo Frei el 2010.

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