Las lecciones de Mujica

Columna
Los Tiempos, 05.06.2016
Cayo Salinas, abogado y columnista boliviano

Las diferencias de liderazgo entre quienes abanderan el populismo como método discursivo y quienes no, son notorias. Sea de izquierda (Maduro o Kirchner) o derecha (Trump) si cabe ponerlo así para efectos gráficos, los rasgos de matonismo y abuso de poder frente al disenso marcan una línea divisoria donde positivos y negativos distinguen lo que es bueno y malo para un país.

Por ejemplo,¿qué puede esperarse de Maduro en Venezuela, y del lenguaje  mordaz y  virulento que viene acompañado de una pasmosa ineficiencia? La crisis venezolana no sólo se debe a las peculiaridades que hacen a la personalidad de Maduro y a lo que en su momento significó Chávez, sino a las características de una visión ideológica que yerra a diario. Juntos fueron un desastre; hoy, separados, el desastre se agrava. Y es que pensar en que las arcas públicas son de libre disposición es tan pernicioso como haber adoptado una corriente de pensamiento insustancial que constituye la antítesis de una visión de país integral, desarrollista, sostenible, inclusiva y eficaz.

La historia se ha encargado de demostrar una y otra vez que corrientes populistas de izquierda o derecha acaban a causa de sus contradicciones y por el atrincheramiento de nomenclaturas que abusan del poder y terminan  devorados por su revolución. Al ser así, mientras más caos hay, más duro se pone el régimen y más manipulador el discurso al que se le añade, como estrategia, el mal uso de los instrumentos jurisdiccionales. Me refiero, claro está, a los aparatos policiales y judiciales que en regímenes como estos, responden a la perfección. Esa la contraofensiva que utilizan mientras vía discurso y en los auditorios adecuados, se espeta un libreto común aplicado en los países de la órbita: la culpa de todos los males, algo así como el auténtico Leviatán, es del imperio norteamericano; de los liberales o de la colonia, recién vencida por los  verdaderos  héroes que el Continente ha prohijado gracias a la lucha sacrificada de un puñado de valientes.

Y ahí aparece Mujica. Incapaz de adjudicar obras con sobreprecio, de despilfarrar la plata de los uruguayos en proyectos suntuosos o de confrontar a sus ciudadanos con discursos que recogen sombríos hechos del pasado superados por el paso de los siglos. Mujica no hurtó un solo peso uruguayo; no creó empresas a nombre de otros para beneficio personal; no utilizó el poder de Imperio del Estado para dañar personas y contendientes políticos, y no derrochó y usó bienes y recursos de su país aprovechando las prerrogativas que la Constitución y su cargo se lo otorgaban. No señor, Mujica supo leer las necesidades de la región y comprendió que la democracia y su fortalecimiento, eran la base del sistema, pero por sobre todo, supo guardar distancia de esa perniciosa corriente que el chavismo pretendió implementar en varios países del Cono Sur. No cedió y menos dejó que lo manipulen. No aceptó asesores venezolanos ni cubanos; los uruguayos, bien formados como son, eran los llamados para conducir su país. Como uruguayo primero y  político después, entendió que el camino propuesto por la corriente populista era incorrecto. No fue presa de sus falsos encantos. Fue crítico con EEUU cuando correspondía y no mordió la manzana puesta como convite por los populistas. Con esa autoridad moral, volvió a conducir su escarabajo y con la misma es capaz de decir de frente y sin temor, que a la democracia hay que cuidarla; que debe respetarse al que piensa diferente y que no puede elegirse a un Presidente dos veces. Ése es Mujica.

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