Columna La Tercera, 10.12.2022 Sebastián Edwards, economista y profesor (UCLA)
La reacción de la izquierda chilena al intento de putsch del expresidente peruano Pedro Castillo es preocupante. El gobierno demoró en denunciarlo, y muchos políticos oficialistas buscaron desmarcarse del cajamarquino. Dijeron que no era un líder de izquierda, sino que un aventurero y un oportunista, olvidando que Gabriel Boric lo recibió con bombos y platillos en dos oportunidades.
La asonada del profesor promarxista demuestra que, en América Latina, un sistema semi-parlamentario con una cámara legislativa única genera una enorme inestabilidad política. El punto fue machacado de inmediato por una serie de tuiteros chilenos, que aprovecharon de pasarle (nuevamente) la cuenta a los convencionales constituyentes que quisieron instalar ese modelo en Chile. El blanco principal de estas críticas -y de muchas burlas- fue el abogado Fernando Atria, quien insiste en decir, a quien quiera escucharlo, que el proyecto constitucional era bueno y que los votantes no rechazaron su contenido.
Hay catorce “grupos parlamentarios” representados en el Congreso peruano. La mayoría son pequeños, sin una visión política clara y con un número mínimo de congresistas. El grupo más grande es Fuerza Popular, liderado por Keiko Fujimori, con apenas 24 de los 130 escaños. Esta profusión de partidos se ha traducido en inestabilidad, en un “tira y afloja” permanente entre el Congreso y el Ejecutivo, y en crisis políticas profundas y recurrentes. En los últimos cinco años Perú ha tenido seis presidentes: Pedro Pablo Kuczynski, Martín Vizcarra, Manuel Merino, Francisco Sagasti, Pedro Castillo, y Dina Boluarte.
Pero las falencias de un semi-parlamentarismo con cámara única no es la única lección de la tragedia peruana. Casi tan importante es el hecho que un sistema proporcional para elegir el parlamento -sistema que también tiene Chile- tiende a producir fragmentación excesiva, partidos débiles, coaliciones inestables, oportunismo, cortoplacismo, populismo, y paralización política.
La fragmentación política en Chile no es muy diferente a la del Perú. En nuestra Cámara de Diputados hay 20 partidos representados, mientras que en el Senado hay diez tiendas políticas. Lo que salva a Chile de episodios como el de Pedro Castillo son dos cosas: el nuestro es un sistema presidencial y no uno semi-parlamentario, y tenemos un sistema bicameral con Cámara de diputados y Senado.
Chile debe reemplazar el sistema electoral proporcional por uno que nos devuelva la estabilidad, que fomente los acuerdos, que termine con la actual paralización, y que permita que los gobiernos democráticamente electos puedan transformar sus principales proyectos en leyes.
No es una coincidencia que la fecha de implementación del sistema proporcional haya coincidido con el comienzo del estancamiento económico de Chile. La reforma que puso fin al sistema binominal -sistema que fomentaba los acuerdos políticos- fue aprobada en 2015, año en el que nuestra pujanza económica empezó a transformarse en mediocridad.
Si bien ningún sistema electoral es perfecto, Alemania tiene uno que ha contribuido a su estabilidad desde la post-guerra. Este es un modelo que debiéramos explorar y estudiar seriamente para Chile.
Electoralmente, Alemania está dividida en 299 distritos. Cada distrito elige a un solo representante en el Bundestag. Una consecuencia de esta regla uninominal es que los parlamentarios elegidos tienden a reflejar el sentido común de sus distritos. No se eligen representantes de los extremos.
Sin embargo -y esta es clave- los ciudadanos alemanes reciben una segunda papeleta que les permite votar por listas cerradas de partidos políticos. En las últimas elecciones 437 parlamentarios fueron elegidos a través de este sistema. Un aspecto esencial de este modelo es que solo aquellos partidos con más de 5% de los votos a nivel nacional pueden acceder al Bundestag. Los partidos más pequeños quedan, simplemente, fuera.
¿Qué pasaría si este sistema alemán se aplicara en Chile? Según los resultados de las últimas elecciones de la Cámara de Diputados los siguientes partidos no tendrían derecho a representación parlamentaria: Evópoli, PRI, Democracia Cristiana, Partido Radical, PPD, Partido Liberal, Ecologista Verde, Humanista, Igualdad, Conservador Cristiano, Convergencia Social, Revolución Democrática, Comunes, y Regionalista Verde.
Esta poda política sería sumamente saludable para nuestra democracia. Los mini partidos estarían obligados a fusionarse, a integrase a otras tiendas, a formar alianzas, y a abandonar posiciones extremas y radicales. Nuestra democracia sería más eficiente, más estable, robusta y representativa. Y aunque, suene un tanto cursi decirlo, nos pareceríamos más a Alemania y menos a Perú, lo que a política se refiere, es una buena cosa.