Latinoamérica 1930-1959: Nuevos actores entran en escena

Columna
El Demócrata, 12.12.2015
Ángel Soto, profesor de la U. de los Andes e investigador del CEUSS
  • Los años 30 del siglo XX iniciaron profundos cambios en la sociedad latinoamericana que la hicieron abandonar ese “ambiente rural y tradicional de antes”

La población aumentó de 105 a 160 millones entre 1930 y 1950. En tanto que la migración la hizo más urbana y receptora de una cultura de masas que encontró en la radio su conexión al mundo: las noticias, la música, las radionovelas, el radioteatro.

Nuestros abuelos se fueron apasionando con el fútbol que trajeron los ingleses a fines del siglo XIX, pero que ahora se masifica. También bailaron con los acordes de los nuevos ritmos musicales como la samba que en los 30 se convirtió en el símbolo de la identidad en Brasil, o las rancheras mexicanas. Mientras que la pasión del tango —triunfante primero en Paris y Nueva York— regresa con Carlos Gardel y la letra de canciones que aludirán no solo al drama amoroso, sino también al sufrimiento humano:

“Verás que todo es mentira/ verás que nada es amor/ que al mundo nada le importa / Yira/ Yira / aunque te quiebre la vida/ aunque te muerda el dolor / no esperés nunca una ayuda / ni una mano/ ni un favor”.

Peinados con gomina, pasaron del cine mudo al sonoro. Con traje, pañuelo y sombrero pasearon de la mano con nuestras abuelas contemplando los antiguos parques, pero observando la llegada de los automóviles, el transporte público y la apertura de grandes tiendas comerciales. Sus vitrinas, aunque fuera solo a través del cristal, las transportaban a ese mundo nuevo y distinto.

El liberalismo económico se reemplazó por un intervencionismo estatal proteccionista que promovió la Industrialización Sustitutiva de Importaciones y se convirtió en asistencialista. Haciendo oídos sordos a Gardel, Latinoamérica esperó la mano y el favor del Estado.

Había que prestar atención a nuevos sectores sociales que demandaban trabajo, vivienda, educación, alimentación y salud, pero que sin embargo no siempre encontraron en el Estado la solución a sus crecientes expectativas lo que originó las villas miseria, las poblaciones callampas que sumadas a los conventillos cambiaron el paisaje de la urbe latinoamericana y sembraron el descontento de los años 60. Mirar a los cerros era observar la pobreza.

La caída o descomposición de algunos gobiernos evidenció la debilidad institucional característica del continente y permitió la aparición de nuevos referentes como la Democracia Cristiana y el fortalecimiento del socialismo, el comunismo e incluso el fascismo, posibilitando además el nacimiento de un fenómeno político propiamente latinoamericano como fue el populismo.

El historiador Carlos Malamud en su libro Populismos latinoamericanos. Los tópicos de ayer, de hoy y de siempre (Oviedo: Ed. Nobel, 2010), señala que éste representó una nueva forma de hacer política encabezada por líderes carismáticos y de clase media que apelaron a los sectores populares urbanos. Más que revolucionarios, eran intervencionistas estatales con soluciones corporativistas, antiliberales, antielitistas y antidemocráticas. Nacionalistas, antiimperialistas e industrializadores, utilizaron un lenguaje político maniqueo, polarizador y resentido socialmente que enfrentó al “pueblo” con la “oligarquía”. Un caudillo que entró en contacto directo con la masa sin ningún tipo de intermediación.

El APRA en Perú, José María Velasco Ibarra en Ecuador, Jorge Eliecer Gaitán en Colombia, el MNR en Bolivia, Getulio Vargas en Brasil, pero fue especialmente el peronismo argentino —liderado por Juan Domingo Perón y su esposa “Evita” Duarte— quien mejor resume las características de una propuesta estatista, centralizadora, autoritaria, planificadora, industrializante y fuertemente nacionalista. Un Estado clientelista y asistencialista que distributiva y expansivamente intentó ayudar a quienes lo sostenían. Había que “peronizar” a toda la sociedad. Eran los “queridos descamisados” a los que hablo Evita –ya enferma- en 1951 y que más tarde lloraron la muerte temprana de la “santita”.

Las democracias de los 40 fueron breves y frágiles. No atendieron las expectativas sociales de los nuevos sectores urbanos. Como tampoco las demandas que trajo el sufragio femenino y la inclusión de los analfabetos lo que tensionó la sociedad.

A finales de los 50, el “desarrollismo” de Juscelino Kubitschek en Brasil o de Arturo Frondizi en Argentina intentaron modernizar e industrializar sus economías. En la década siguiente su influencia se extendió a gobiernos como el de Fernando Belaunde Terry en Perú y otros regímenes militares. En tanto que el símbolo del desarrollismo fue la creación de Brasilia, la nueva capital de Brasil, reflejo del espíritu planificador de la época fundada en 1960 y diseñada por Lúcio Costa y Oscar Niemeyer.

Colombia y Venezuela mantuvieron sus democracias. Sus dos grandes partidos consiguieron acuerdos y mantuvieron ciertos consensos del régimen democrático que le permitieron convivir y alternar pacíficamente. Liberales y conservadores en Colombia y COPEI y AD en Venezuela comprendieron que el enfrentamiento político llevado al extremo deterioraba y rompía el consenso destruyendo la democracia.

La revolución de 1952 en Bolivia hizo que el MNR desencadenara una reforma agraria que trajo una profunda transformación social. La expropiación de las minas de estaño significó un cambio en la economía y la aprobación del sufragio universal implicó la transformación política.

Mientras que en México se consolidó el sistema hegemónico del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que —creado por Plutarco Elías Calles— gobernó ininterrumpidamente desde su creación en 1929 hasta el año 2000. El modelo priista —cuyo símbolo era el dedazo del presidente de turno que designaba a su sucesor— se caracterizó por ser un régimen fuertemente paternalista, presidencialista, autoritario y centralista —una “dictadura perfecta” en palabras de Mario Vargas Llosa— que impidió la creación de alternativas sociales organizadas autónomamente y mucho menos la formación de partidos políticos opositores fuertes que fueran alternativas viables para la alternancia en el poder. El crecimiento económico mexicano producto de la demanda de post Guerra le permitió crecer a un promedio de 6% entre 1940 y 1980 convirtiéndolo en el país más industrializado del vecindario.

En síntesis, fue el inicio de otra fase de la historia latinoamericana. Nuevos actores que recogiendo signos de identidad anterior, moldearon rasgos distintos que se expresaran a partir de los años 60.

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