Legado de Jorge Edwards

Editorial
El Mercurio, 21.02.2023

El fallecimiento del escritor Jorge Edwards no ha sido indiferente para el país. Su partida representa no solo la pérdida de un autor notable, sino también la de un intelectual imprescindible y la de un testigo privilegiado y protagonista de la vida nacional.

Pablo Neruda, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, pero también Salvador Allende, Fidel Castro y Augusto Pinochet asoman de diversas maneras en una trayectoria en la cual la literatura fue inseparable de la política, la novela de la realidad, la crónica de la ficción.

Narrador incansable de historias y memorialista, fue columnista de este diario y, posteriormente, por muchos años, de La Segunda, donde pudo volcar sus reflexiones en textos donde convivían la observación aguda de la actualidad, la literatura y la capacidad para hacer de recuerdos y anécdotas experiencias reveladoras.

Autor de una obra en que la ficción dialoga con la historia, recibió el Premio Nacional de Literatura en 1994, y el Cervantes, el más importante de la lengua española, en 1999. Así, con Edwards desaparece una de las últimas voces de la Generación del 50, una de las más relevantes de la literatura chilena, que también integraron nombres como José Donoso, Enrique Lihn o Enrique Lafourcade.

Tal vez el episodio más conocido de su vida pública sea aquel que protagonizó cuando, como diplomático —carrera que inició en 1954—, le tocó restablecer las suspendidas relaciones con Cuba en 1970, bajo el gobierno de Salvador Allende. Dio entonces valiente muestra de su independencia y de su honestidad intelectual, generando la ira de la dictadura de Fidel Castro por sus contactos con intelectuales como el poeta Heberto Padilla, lo que le valió salir a los tres meses prácticamente expulsado de la isla. Esa experiencia es la que recoge su libro “Persona non grata”. Cabe recordar que el caso Padilla —esto es, la detención y posterior forzada “confesión” del poeta— marcaría el quiebre con el régimen castrista de gran parte de la intelectualidad mundial, incluidas figuras de izquierda como el propio Edwards, quien supo advertir la deriva estalinista que se imponía en Cuba.

La preocupación política del escritor chileno se expresaría también en nuestro país en su oposición al gobierno militar —fue parte del Comité de Elecciones Libres en la década de 1980—. Luego del retorno de la democracia, asumió la representación chilena ante la Unesco, en el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, y fue embajador de Chile en París en la primera administración de Sebastián Piñera.

Con todo su valor e impacto, sería, sin embargo, equivocado reducir el legado literario de Edwards solo a “Persona non grata”, omitiendo la contundencia de una obra narrativa en que la memoria y el retrato certero —crítico, pero no rencoroso— de la sociedad chilena ocupan un lugar central.

Amo la vida, y todo lo que tiene de atractivo me esclaviza. Me gustan las mujeres bonitas y el whisky etiqueta negra. Me ha esclavizado la buena vida, pero he tratado de no ser jamás esclavo de la consigna”, señaló en una entrevista, en una frase que en cierta forma lo define como un escritor profundo pero que nunca renunció al humor, y en cuya obra el presente rehúsa ser esclavizado por la melancolía.

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