Los retos de la nueva Alemania

Reseña de libro
Política Exterior, N*177 (mayo-junio 2017)
Diego Íñiguez
  • Los últimos 25 años han convertido a Alemania en una potencia que se siente tan incómoda con las etiquetas del pasado como con las exigencias cada vez más ineludibles de su nuevo papel en el mundo

La potencia reticente. La nueva Alemania vista de cerca.
Pilar Requena del Río
Barcelona: Debate, 2017

La potencia reticente, el título que ha dado Pilar Requena a su estudio sobre Alemania, describe más adecuadamente la evolución del país en el último cuarto de siglo que la fórmula de Hans Kudnani, “el hegemón benévolo”, que ha hecho fortuna académica, quizá no porque sea halagadora para los lectores alemanes. El trabajo de Requena ayuda a entender un país complejo, que vive desde 1989 un cambio acelerado en el que ha recuperado su plena soberanía, integrado a la antigua Alemania del Este, superado una crisis económica propia, otra global y una muy europea. El país se prueba su nuevo traje de hegemón con la incomodidad de haber crecido y no caber ya en las hechuras del anterior; bajo el efecto, aún, de algunas de las restricciones impuestas y asumidas tras su terrible primera mitad del siglo XX, y también con un cierto orgullo no del todo disimulado.

Es un libro “de corresponsal”: uno de los mejores oficios del mundo, que la crisis de la prensa escrita y la fantasía de que puede entenderse y explicarse un país leyendo los despachos de agencia está llevándose por delante. Educada en el colegio alemán de Valencia, corresponsal de Televisión Española en Berlín entre 1999 y 2004, con una relación profesional y personal constante con Alemania, Pilar Requena escribe con simpatía declarada, pero no acrítica. Conoce las virtudes de una sociedad abierta, cosmopolita y con un gran sentido de la justicia, pero también sus defectos: la burocracia y la rigidez, el respeto a veces excesivo hacia la autoridad, la siempre acechante creencia de su superioridad, la tentación del desánimo, el pesimismo y la Schadenfreude, esa tan germánica forma de la alegría por el mal ajeno.

Está escrito con la vivacidad de una crónica y algunas de sus limitaciones. La capacidad de empatía que hace de él un libro humano y ameno produce algunos solapamientos, y discontinuidades que hubiera evitado una técnica más académica o un buen índice. Pero esa es también su virtud: que no es un libro académico, ni uno de tesis. El efecto, a veces contradictorio, de la empatía de una buena entrevistadora, que construye con la técnica del Plattenbau, se pone de manifiesto cuando analiza la integración de la RDA en la nueva Alemania, o en la República Federal de siempre. Recoge cómo la mayoría de los ciudadanos de la antigua república oriental cree que la (re)unificación ha sido positiva. Que el país que tuvo que encerrar a sus ciudadanos tras un muro, con centinelas que tiraban a matar, para que no “votaran con los pies” yéndose, no era viable política ni económicamente. Entiende las oportunidades que el cambio ha abierto para los jóvenes y la parte más capaz, activa o adaptable de su población. Pero transmite también el efecto de la reunificación sobre la parte de la población que perdió su país, su empleo, su modo de entender la vida y la sociedad y, en cierto modo, su memoria. Explica la realidad de un sistema totalitario cuya policía política, la Stasi, basaba su terrible eficacia en una red de espías que podían ser los compañeros de trabajo, los vecinos o los familiares más cercanos. Pero luego se interroga sobre “la justicia de los vencedores” o incluso “la venganza” de una Alemania del Oeste urgida por demostrar la injusticia y la equivocación de la del Este.

No hacía falta un gran esfuerzo. Y no hubo venganza ni justicia de los vencedores, sino una muy mesurada exigencia de responsabilidades por los más de 1.000 ciudadanos muertos cuando trataban de pasar a la otra Alemania. Con las garantías de un sistema jurídico envidiable y del Derecho Internacional que la propia RDA había suscrito. Y en un contexto en que el enorme ejército de la RDA, muchos de sus funcionarios, el aparato político y –por ejemplo– sus profesores de marxismo leninismo, que en efecto no estaban preparados para la vida en una democracia liberal o habían jurado fidelidad a un régimen satélite de la URSS y hecho la guerra fría a la república durante casi medio siglo, tuvieron que retirarse. Pero lo hicieron con una pensión generosa y su dignidad intacta.

La realidad de la integración de la RDA no trajo solo los paisajes florecientes con que su arquitecto, Helmut Kohl, sedujo a la gran mayoría que votó a los democristianos en las únicas elecciones libres de su historia, en 1990. La describe bien una pintada en una pared de Eisenhüttenstadt: “Nos prometieron la libertad y la justicia y nos cayeron la globalización y el Estado de Derecho”. Pero la prueba definitiva de su resultado es que la canciller de la nueva república sea una alemana del Este, doctora en Física, que hizo carrera académica cuando a los que no se adaptaban al régimen comunista no se les permitió estudiar y fue secretaria de agitación y propaganda en la escogida Academia de Ciencias. Hasta hace unos meses, el presidente de la misma república federal ha sido otro alemán del Este, Joachim Gauck, que fue pastor protestante, resistente activo frente al régimen comunista en el movimiento ciudadano que protagonizó la “revolución pacífica” y luego administrador, con buen sentido moral y político, de los archivos y las responsabilidades de la Stasi.

La potencia reticente es muy rico en información, observaciones propias y testimonios de los protagonistas políticos, ciudadanos privados y buenos analistas de la Alemania del último cuarto de siglo: Jürgen Habermas, Ulrich Beck, Ignacio Sotelo. Es una crónica histórica, que analiza el sistema de partidos, introduce a los principales dirigentes, los grandes problemas sociales y los cambios fundamentales; se detiene en las consecuencias internas e internacionales de su evolución y expone sus próximos retos. Explica por qué fue como fue la reunificación, gracias al sentido de la historia de Mijail Gorbachov, la astucia de Kohl y su sentido del tiempo político y la presión ciudadana, pero siente la ocasión perdida de haber hecho otra Alemania, o dos Alemanias. Explica el ascenso de Angela Merkel como resultado de su inteligencia, su sensibilidad para entender las preferencias de sus electores y su astucia administrando los tiempos políticos, pero también de su coraje moral, que le llevó a separarse de su impulsor, el canciller de la reunificación, a aceptar a un millón de refugiados en el verano de 2015 y a plantar cara dignamente a Donald Trump.

Requena retrata con sensibilidad e inteligencia a Gerhard Schröder y Wolfgang Schäuble, Joschka Fischer y Willy Brandt. Ha entrevistado a Wolfgang Thierse, Oskar Lafontaine, Otto Schily, Thomas de Maizière. Explica el surgimiento de la República de Berlín, la transformación de su capital en un polo de atracción cosmopolita, la evolución social y la pendiente del papel de las mujeres, el esfuerzo institucional y la generosidad de la mejor parte de la población para facilitar la integración de los inmigrantes y los límites del sector educativo, la fe en el futuro que ha traído a Alemania a una nueva, aún pequeña, comunidad judía. Critica los tópicos sobre Alemania e incurre en algunos cuando presenta como virtudes alemanas la eficiencia, la disciplina y la austeridad.  Su libro se lee de corrido y está lleno de observaciones agudas, algunas divertidas y reconocibles por quien haya vivido en Berlín y sus cambios, no todos para mejor.

Analiza con simpatía la evolución de la inmigración y los problemas de una sociedad con nueve millones de extranjeros y 17 con “trasfondo migratorio” en una población de 82 millones. También la evolución en la antigua Alemania del Este, desde la ilusión excesiva inicial a la conciencia de los problemas, la decepción, el crecimiento de una extrema derecha aborrecible, la fase de maduración que ha traído una literatura interesante y una Ostalgia que puede ser refugio o rechazo frente a la realidad.

Requena explica la Agenda 2010 y las reformas de la coalición presidida por Schröder y Fischer, que recortó el generoso sistema social alemán (una conquista de la socialdemocracia y una prueba de la inteligencia política de Bismarck, del conservadurismo social y del capital alemán) y ha dejado a una cuarta parte de los trabajadores alemanes en empleos precarios, mal retribuidos y a menudo necesitados de ayudas complementarias. Retrata su coste para los trabajadores y los sindicatos y sus beneficios para una patronal eficaz e insaciable, que ha reducido los salarios y los costes sociales mientras crecían la productividad, las exportaciones y sus beneficios.

También la evolución de la política y del sistema de partidos en el que Schröder triunfó donde habían fracasado cuatro candidatos socialdemócratas; la CDU ha sabido centrarse, hacer suyas propuestas de verdes, socialdemócratas y liberales; se han integrado Los Verdes y La Izquierda; y aparecen y desaparecen partidos de extrema derecha y la sospechosísima Alternativa por Alemania.

Retrata la apertura, el sentido de la justicia y el cosmopolitismo de la sociedad alemana. También sus temores, que explican el manejo de los tiempos de la crisis griega, la del euro y la de la Unión Europea a costa de daños evitables para la economía, la política y la cohesión social, la imagen de Alemania y la legitimidad de la UE en los países del sur de Europa. Requena explica los límites del método de Merkel: esperar hasta que se manifiestan las preferencias del electorado, en vez de liderarlo explicándole las ventajas que obtiene de la Unión, del euro y de los mercados de los países en crisis. Atenta a sus miedos y al cálculo electoral, porque nadie gana las elecciones con la política exterior (salvo el gran Willy Brandt en 1972), con indiferencia hacia las consecuencias sociales, económicas y políticas de su austero ricino, aplicado con las pretensiones de cientificidad económica de los Hans-Werner Sinn y de una superioridad moral que tan antipáticos hace a veces a nuestros amigos alemanes.

Una parte esencial del libro está dedicada a la nueva posición internacional de Alemania: a la evolución desde la diplomacia de la chequera hasta una más activa, pero siempre basada en la negociación política y la diplomacia. A sus relaciones con Rusia, con sus intereses económicos recíprocos, el miedo a Vladimir Putin y la crisis de Ucrania. Al crecimiento, siempre reticente –el adjetivo es un acierto– desde su tamaño excesivo para Europa hacia una potencia que aún no llega a ser global. El cambio de Los Verdes desde el pacifismo a las intervenciones en Kosovo y Afganistán y los bombardeos sobre Serbia. Los primeros, torpes pasos de su recobrada autonomía reconociendo a Croacia, con las consecuencias terribles que desató y sus éxitos con la negociación 3+3 con Irán o la resistencia a la desastrosa guerra de Irak, en sintonía con una población que no quiere guerras y sigue viendo con desconfianza las intervenciones militares en el exterior. Sus relaciones económicas con China, Rusia o Brasil, su confianza en y necesidad de la OTAN, sus no confesadas ambiciones en las Naciones Unidas y sus recelos ante la llegada a la presidencia de Trump.

Alemania no es aún un hegemón, ni es benévola: mira por su interés, el de su industria exportadora y los mercados abiertos donde vende sus productos industriales, el de sus bancos y el de sus dirigentes políticos. Pero es una potencia, que se enfrenta a los retos y problemas de una historia abierta: los de su papel creciente en el mundo, los de una relación con Rusia con intereses recíprocos y viejos demonios, los de la integración de unos emigrantes que necesita para compensar su desastrosa evolución demográfica, pero a los que teme inquieta por su identidad y azuzada por la xenofobia y el neonazismo.

Alemania se pregunta si sabrá llenar el hueco de una política norteamericana más aislacionista con una China muy dispuesta. Si prevalecerán el europeísmo de la CDU y de Martin Schulz y la vocación de liderazgo alemana de una UE más integrada o las fuerzas centrífugas, los miedos autodestructivos y la mezquindad de su prensa sensacionalista. Si logrará la definitiva integración de las dos sociedades alemanas que evolucionaron separadas durante 40 años, pero llevan un cuarto de siglo cada vez más unidas. Si será capaz de mantener la serenidad frente al nuevo terrorismo entre una población unida por sus valores, su capacidad de resistencia y un sistema político ejemplarmente democrático, integrador y justo.

Y, antes, si el 24 de septiembre de 2017 volverá a ganar una Angela Merkel ya algo gastada, pero aún popular y siempre merkiavélica (en la fórmula de Ulrich Beck) o se confirmará el advenimiento de la nueva esperanza socialdemócrata, el muy alemán y más humano Schulz.

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