Los 100 primeros días de Trump y las elecciones canadienses

Columna
El Mostrador, 05.05.2025
Juan Pablo Glasinovic Vernon, abogado (PUC), cientista político, exdiplomático y columnista

Si es posible hablar de una amistad incondicional en las relaciones internacionales, esa era la existente entre Estados Unidos y Canadá. Ahora esa “incondicionalidad” probablemente va a desaparecer y la relación entrará en una condicionalidad transaccional.

El presidente Trump cumplió recientemente los primeros 100 días de su mandato, como sabemos en un torbellino de órdenes ejecutivas que están cambiando radicalmente la realidad e institucionalidad doméstica, pero también internacional.

En materia vecinal y de política exterior, Canadá ha sido el blanco particularmente virulento de las medidas y críticas de Trump. Tanto así que fue el catalizador de la renuncia del ahora ex primer ministro Justin Trudeau y la consecuente convocatoria anticipada de elecciones. El origen de esa actitud no está claro, pero pareciera responder en parte a motivos personales, concretamente a la antipatía que resiente Trump hacia el ex primer ministro Trudeau y que se ha manifestado en expresiones como que Canadá debiera ser el estado 51 de Estados Unidos y que su jefe de Gobierno es un “gobernador” (asimilándolo a la máxima autoridad estadual).

También esa postura estaría relacionada con las obsesiones de Trump: el déficit comercial y la seguridad. En el primer caso, Canadá tiene un superávit importante en el intercambio bilateral que el año pasado llegó a los USD 762.100 millones, correspondiendo USD 412.700 a las exportaciones canadienses. Siempre en la perspectiva de Trump, Canadá ha competido deslealmente, restando capacidad industrial a Estados Unidos, particularmente en el ámbito automotriz y del acero y aluminio. De ahí el alza arancelaria del 25% aplicada a esos rubros desde casi el inicio de su mandato.

Pero si se mira con más detalle el comercio bilateral, el grueso de las exportaciones canadienses corresponde a petróleo y gas. Si sacamos estos productos de la canasta, Estados Unidos tendría un superávit de más de USD 60.000 millones.

En materia de seguridad, Trump considera también que Canadá se ha aprovechado del paraguas militar estadounidense, destinando esos ahorros para competir injustamente con su país.

Las medidas aplicadas a Canadá, así como el lenguaje utilizado por Trump, reiterando agresivamente que este país terminará unido a Estados Unidos, han provocado profundos movimientos en su sociedad, cuyos efectos se irán viendo en el tiempo.

Como señalé, el primer efecto fue la renuncia del primer ministro Trudeau, ya debilitado en su liderazgo por la perspectiva de una derrota a mano de los conservadores en las próximas elecciones generales. En los comicios partidarios fue reemplazado por Mark Carney, un economista sin experiencia electoral y quien fuera entre el 2013 y 2020 gobernador del Banco de Inglaterra (durante cuyo período ocurrió el Brexit) e inmediatamente antes gobernador del Banco de Canadá. En ambos cargos tuvo un buen desempeño.

Carney, como era de esperar y ante la crítica situación con su vecino del sur, que requerirá de un liderazgo claro y estable, convocó a comicios anticipados, los cuales tuvieron lugar el lunes 28 de abril. La perspectiva de un triunfo liberal se vislumbraba cuesta arriba por cuanto los conservadores, con su líder Pierre Poilievre, llevaban una ventaja de más de 20 puntos.

Pero injerencia de Trump mediante, quien en los días previos a la elección siguió diciendo que Canadá debiera unirse a Estados Unidos, los liberales de la mano de Carney se impusieron, llegando muy cerca de la mayoría absoluta de los escaños. Dicho resultado constituye una hazaña no solo en la historia electoral de Canadá, sino en cualquier parte del mundo. Votó casi el 68% del padrón y, aunque menor a lo esperado, constituye la votación más participativa de las últimas décadas.

Poilievre, que antes de la instalación de Trump como presidente de EE.UU. cultivaba un perfil similar, no supo o no pudo desprenderse de esa imagen y pagó aquello incluso con la pérdida de su asiento parlamentario, quedando su futuro político en entredicho.

Por tanto y sin exagerar, es posible afirmar que el resultado electoral canadiense es consecuencia directa de las acciones de su vecino del sur, con un rol protagónico del presidente Trump. Esto, porque la sociedad canadiense, que no ha destacado tradicionalmente por contar con un fuerte espíritu nacional, se ha movilizado para hacer frente a lo que considera una agresión y el ninguneo por parte de Estados Unidos.

Ha sido notable ver la reacción popular con expresiones en las calles de todo el país expresando su patriotismo, pero también en su conducta de boicotear los productos estadounidenses, prefiriendo los propios o de otros países. Esa movilización y estado de ánimo fueron los que posibilitaron el triunfo liberal y la elección de Carney como primer ministro.

Aunque por unos pocos escaños, los liberales no detentan la mayoría absoluta (obtuvieron 169, siendo 172 la mayoría), podrán hacerlo en alianza ya sea con el Bloc Québécois o con el Nuevo Partido Democrático, sin tener que pagar un gran precio por ello. Y si no lograse formar una coalición, podrá constituir un Gobierno de minoría, siendo difícil removerlo, al menos en el futuro inmediato.

Desde la perspectiva de la configuración del mapa de partidos con representación en el Parlamento, este se modificó en beneficio de los grandes. O sea, liberales y conservadores crecieron en parte a expensas de los partidos menores que venían subiendo en las últimas elecciones. Paradójicamente, los conservadores obtuvieron su mejor resultado en cuanto a curules, pero como dijimos dejaron escapar la victoria y perdieron a su líder.

El Bloc Québécois, que solo se postula en esa provincia, perdió un tercio de sus parlamentarios, pero se mantiene como un partido fuerte y que siempre puede hacer de bisagra a favor de uno u otro de los dos grandes. En cuanto a las agrupaciones, Nuevo Partido Democrático y el Partido Verde, ambas a la izquierda del liberalismo, quedaron bajo el nivel requerido en materia de votos, lo que repercutirá en su papel en el Parlamento, con una serie de restricciones y, por tanto, con menos visibilidad pública.

Carney, quien antes de la elección emprendió su primer viaje como jefe de Gobierno al exterior y que inéditamente no fue a Estados Unidos, sino a Europa, dando así una potente señal en línea con el sentir mayoritario de la población, recién electo y con un contundente respaldo ciudadano para hacer frente a las acciones de Trump, anunció que negociaría con él, pero en los términos del interés canadiense.

Desde que Trump llegó al poder, fueron las segundas elecciones internacionales importantes realizadas después de las de Alemania, y en ambas, a pesar de su intervencionismo (en Alemania Musk se la jugó por Alternativa por Alemania), triunfaron las opciones contrarias. A estas se suma este fin de semana la clara victoria laborista en Australia, donde también Trump intentó influir apoyando al representante de la coalición Liberal-Nacional, Peter Dutton.

Podemos quizá ya empezar a hablar del “toque Trump”, mediante el cual logra el efecto contrario al deseado, lo que está reflejando el rechazo mayoritario ciudadano en países tradicionalmente aliados de Estados Unidos a lo que su actual presidente representa.

Como en casi todas sus relaciones y en atención al poder estadounidense, el vínculo con Canadá es asimétrico y por eso Trump está en una buena posición para imponer sus condiciones. Más del 75% de las exportaciones canadienses van a Estados Unidos. Sin embargo, Canadá tiene importantes cartas que pueden afectar a Estados Unidos más de la cuenta.

En primer lugar, se ha convertido por lejos en el principal proveedor de petróleo de su vecino del sur, así como un relevante exportador de gas. También tiene una serie de metales que son fundamentales para la industria estadounidense y que no son fácilmente reemplazables en el corto y mediano plazo.

Mientras Carney buscará negociar con Trump, también buscará activamente nuevas alianzas comerciales que disminuyan su dependencia de Estados Unidos. En carpeta está, por ejemplo, la posibilidad de un acuerdo de libre comercio con el Reino Unido.

También en junio Canadá será anfitrión de la cumbre del G7, la que será relevante para decidir el futuro del conflicto comercial global, teniendo Estados Unidos que demostrar que sigue siendo afín a la razón de ser de este grupo o convertirse definitivamente en un jinete solitario. La cumbre se llevará a cabo justo antes de que expire la pausa de 90 días sobre algunos de los aranceles más altos de Trump.

Pero yendo al fondo de la relación bilateral, si es posible hablar de una amistad incondicional en las relaciones internacionales, esa era la existente entre Estados Unidos y Canadá. Este último país secundó en todo al primero a partir de la Segunda Guerra Mundial y realmente su política exterior varió solo en los márgenes.

Ahora esa “incondicionalidad” probablemente va a desaparecer y la relación entrará en una condicionalidad transaccional. En esa dinámica, si el otro no tiene nada que ofrecer, entonces no hay nada que dar. En buen chileno y considerando a los actores, se está cambiando carne por charqui.

Mientras tanto, la forma en que Canadá maneje la ruptura en su relación con Estados Unidos será observada con atención en todo el mundo.

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