Matones de barrio

Columna
La Opinión de Málaga, 02.04.2018
Jorge Dezcállar de Mazarredo, Embajador de España

Últimamente proliferan y el más reciente es Wladimir Putin. Pero no es el único que amordaza al propio sistema que le ha dado vida. Estos mismos días vemos repetirse la historia en Egipto, donde el general Sisi acaba de celebrar elecciones que solo engañan a los que se dejan.

Lo de Putin en Rusia estaba cantado. Ha ganado por goleada a caballo de mensajes nacionalistas que ayudan a que el personal olvide las penurias de la vida diaria. Por eso las elecciones se han celebrado en el cuarto aniversario de la anexión de Crimea (allí hablan de reintegración) y con constantes apelaciones a la recuperación de la gloria e influencia perdidas con la desaparición de la Unión Soviética que muchos rusos –y Putin a la cabeza– sienten como una gran injusticia que hay que corregir. Y lo está haciendo a base de sacar pecho, violar las fronteras europeas consagradas en el Acta Final de Helsinki, o irrumpir en Oriente Medio ocupando el espacio que deja libre la retirada norteamericana. Theresa May ha acusado a Rusia de estar detrás del atentado en Londres contra un ex agente secreto ruso y su hija con un gas nervioso que solo Rusia produce y uno se pregunta por la razón de dejar una huella tan clara a pocos dias de las elecciones. La única razón que se me ocurre es la de buscar un enemigo externo que excite ese nacionalismo mientras la gente hace cola para votar.

Nadie duda que ha habido irregularidades en las elecciones rusas, como ha afirmado la OSCE, pero eso no afecta en mi opinión al resultado final que no hubiera cambiado sin esas irregularidades. Así que con la reforma constitucional hecha para poder gobernar más de dos mandatos (Putin debería explicarle a Evo Morales cómo se hacen estas cosas para que salgan bien) el presidente ruso gobernará al menos otros seis años. Lleva haciéndolo desde 2002 con un breve intervalo para que Medvedev le guardara la silla. A pesar de sus mensajes moderados tras la victoria, todo indica que el antiguo jefe de los espías del KGB va a continuar con su política de pelear muy por encima del peso que le permiten su baja demografía y un PNB similar en tamaño al de España pero con dos bazas muy importantes: su poderío nuclear y su condición de miembro permanente con derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Y por eso seguirá tratando de desprestigiar el sistema de democracia representativa, diseminando informaciones falsas e interfiriendo en elecciones –como ya ha hecho en varios países– sin que le importe que sus diplomáticos sean expulsados de medio mundo.

El otro que ha ganado elecciones (92% de los votos) sin rival que le haga sombra ha sido el general al-Sisi en Egipto porque se ha cuidado bien de encarcelar a unos opositores y de amedrentar a otros. Sisi era ministro de Defensa del breve y desastroso presidente Morsi que a la cabeza de los Hermanos Musulmanes ganó democráticamente las elecciones que siguieron a la defenestración de Mubarak. Sisi dió un golpe de estado y le metió en la cárcel junto con varios miles de sus seguidores. Desde entonces se dedica a colocar a sus amigos en los altos mandos de las Fuerzas Armadas, a desmontar el aparato clientelista de la época de Mubarak y a meter en la cárcel a todos los Hermanos Musulmanes que encuentra. Egipto es hoy una gran cárcel como también lo es Turquía. Al igual que Putin y Erdogan, al-Sisi se ha embarcado en una política nacionalista que recuerda a la "America First" de Trump y que irrita a Arabia Saudita porque no la acompaña en sus alocadas aventuras en Yemen o Qatar. Y que también irrita a Washington por sus coqueteos con Rusia. Porque la ironía es que esa política independiente, nacionalista y antislamista está arrojando en brazos de Rusia a un viejo aliado de Washington, que le da 1.300 millones de dólares en ayuda militar todos los años. Putin quiere vender armas y conseguir bases en Egipto y para ello elogia a Sisi y no le critica por sus violaciones de derechos humanos, a cambio de que le permita poner un pie en Egipto (como ya tuvo en tiempos de Nasser y dejó luego de tener con Sadat y Mubarak) para desde allí proyectar su influencia hacia el Cuerno de África y el Mediterráneo Occidental. Ya hay asesores rusos en la frontera con Libia para apoyar al general Haftar como hombre fuerte en Trípoli. La duda es hasta dónde llegará la paciencia de Riad y de Washington ante estos coqueteos con Moscú.

Rusia y Egipto son ejemplos de una moda más amplia de líderes fuertes que alcanza a Venezuela, se asienta en Hungría o Polonia, se acentúa de forma alarmante en Turquía, apunta la oreja en los Estados Unidos de Donald Trump y se confirma con rasgos propios en China. Por no hablar de la plétora de partidos antisistema y nacionalistas que lo quieren poner todo patas arriba digan las leyes lo que digan. Y eso significa que la democracia representativa pierde terreno ante el empuje de estos machos alfa y de sus alevines, que se vota pero se difumina la división de poderes, que se desobedecen las leyes y las sentencias judiciales, y que se antepone una vociferante democracia asamblearia a la democracia representativa.

Lo dicho, en el mundo se están poniendo de moda los primos de Zumosol y eso es una mala noticia.

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