Movimientos en el Medio Oriente

Columna
El Dínamo, 19.03.2023
Juan Pablo Glasinovic Vernon, abogado y exdiplomático

El anuncio iraní-saudita, aunque sorpresivo por su oportunidad, responde a años de acercamiento y activa diplomacia. Desde el 2021 las partes tuvieron varias rondas de negociación en Omán e Irak.

El Medio Oriente nunca ha sido una región aburrida para los analistas internacionales. Por su ubicación geográfica – pivote entre tres continentes -; su importancia energética – concentra buena parte de la producción de petróleo y gas mundial -; por las potencias medias que la integran con gran capacidad militar como Turquía, Irán, Arabia Saudita, Israel y Egipto; así como por su condición de origen de las principales religiones monoteístas, judaísmo, cristianismo e islam, la región siempre es fuente de noticias.

Pero esa habitualidad noticiosa por momentos tiene hitos, y en estos días han ocurrido cosas que sin duda van a acarrear cambios importantes, no solo regionalmente.

En primer lugar, está el sorpresivo anuncio el 10 de marzo pasado, de la reanudación de vínculos diplomáticos entre Irán y Arabia Saudita, de la mano de China. En efecto, este país congregó a representantes de ambas partes a Beijing, donde tras varios días de negociación con la mediación local del más alto nivel por intermedio de Wang Yi (canciller entre 2013 y 2022 y actualmente el diplomático chino de mayor rango), se hizo el anuncio de este restablecimiento de vínculos formales.

Irán y Arabia Saudita, potencias antagónicas en la región, que venían compitiendo y luchando en diversos frentes por acrecentar su influencia en la misma, habían roto las relaciones en 2016 como consecuencia de la ejecución de un clérigo chiíta en Arabia Saudita (de mayoría sunita y que considera al chiísmo como una desviación del islam). Desde entonces se agudizó la tensión entre ambos países, incluyendo enfrentamientos por zonas de influencia como en Yemen principalmente y también en Siria. Esta tensión empujó también a un realineamiento de alianzas, con Arabia Saudita acercándose a Turquía e Israel (aunque indirectamente en este caso).

En ese contexto y teniendo como trasfondo la rivalidad con Irán y su amenaza a la seguridad y estabilidad regional, se produjo el establecimiento de relaciones diplomáticas de los Emiratos Árabes Unidos y de Bahrein con Israel.

El anuncio iraní-saudita, aunque sorpresivo por su oportunidad, responde a años de acercamiento y activa diplomacia. Desde el 2021 las partes tuvieron varias rondas de negociación en Omán e Irak. El acercamiento fue empujado por el desgaste de la rivalidad en ambos, incluyendo el virtual empate estratégico. Pero este acercamiento se quebró con la muerte de la joven Mahsa Amini que como sabemos generó prolongadas protestas en Irán, culpando este país a Arabia Saudita de apoyar los desórdenes.

La sorpresa estuvo entonces en la superación de la última crisis bilateral, con el apoyo chino.

¿Qué significa este acuerdo regional y globalmente?

Teóricamente es una buena noticia para la paz y estabilidad regional. Dos países que estaban compitiendo por mayor influencia, incluyendo su intervención en conflictos como el de Yemen, restablecen canales de comunicación y demuestran que son capaces de dialogar y pactar. El compromiso es que volverán a abrir sus embajadas y otras oficinas diplomáticas en el plazo de dos meses. También que sus cancilleres definirán las medidas y prioridades para restablecer la confianza. Adicionalmente y lo que es muy importante, las partes se comprometen a no intervenir a los asuntos internos del otro estado y a contribuir a la paz y estabilidad de la región.

Eso sí no hubo ninguna mención al tema nuclear ni a la participación de las partes en la guerra de Yemen.

Arabia Saudita, de la mano de su gobernante de facto, el príncipe Mohamed Bin Salmán, da un golpe de efecto diplomático fortaleciendo su estatura regional, con repercusiones a nivel global. Abre también la puerta para un nuevo realineamiento regional y avanza en la autonomía estratégica saudita respecto de Estados Unidos.

Por su parte, Irán mitiga el asfixiante aislamiento al que está sometido con el régimen de sanciones por su desarrollo nuclear, al mismo tiempo que da respiro, con esta pacificación con los sauditas, a su economía desangrada por el gasto en materia de seguridad y de apoyo a sus aliados en la zona.

En cuanto a China, cobra mayor estatura regional y global al aparecer como mediador en este acuerdo y se introduce como un actor de primera línea en el área. Este rol se apalanca sobre una robusta relación comercial con ambos países – es el primer socio comercial de Arabia Saudita y con Irán suscribió una alianza estratégica a 25 años que asegura USD400 mil millones en inversiones a cambio de petróleo – además de visitas recientes del presidente Xi Jinping a los dos estados. Para China es esencial asegurar su aprovisionamiento de petróleo que en buena parte sigue proviniendo de la región, lo que requiere de paz y estabilidad para no sufrir interrupciones. Adicionalmente, ambos países son mercados interesantes para las empresas constructoras y para los fabricantes de armamento chino, lo que aumentaría el ascendiente de esta nación en la zona.

Entonces, el espacio que está dejando el retiro gradual de Estados Unidos está siendo llenado por China, que se suma a la presencia rusa y norteamericana en esta inestable e impredecible región. Esto otorga más opciones a los países del área en cuanto a sus alianzas, lo que puede darles más autonomía. Pero también puede generar más competencia por influencia y eso podría aumentar los riesgos de conflicto. Está por verse.

Otro país que hay que observar atentamente por las repercusiones que puede generar regional y globalmente es Israel. Ahí desde hace unos meses nuevamente gobierna el primer ministro Benjamín Netanyahu, el gobernante más longevo desde la creación de Israel. Netanyahu, de derecha, tradicionalmente ha liderado en coaliciones con partidos que incluyen el centro, pero en esta última oportunidad en noviembre pasado y tras volver al poder luego de un breve paréntesis de un año y medio, su alianza giró más a la derecha por el alza de los partidos de esta tendencia en desmedro del centro y de la izquierda (hay que decir que la izquierda israelí no accede al poder desde 2001). Hoy gobierna con los ultraortodoxos y nacionalistas, siendo su ministro de seguridad nacional el ultracionalista Itamar Ben-Gvir, quien en su momento amenazó al primer ministro Yitzhak Rabin semanas antes que fuera asesinado y quien posteriormente felicitó públicamente a un rabino que justificó su homicidio.

El giro más a la derecha se ha dejado sentir especialmente en los palestinos, con un incremento en las expropiaciones de tierras en los territorios ocupados para instalar a colonos judíos. Esto explica en parte la última ola de violencia en ese país, con muertos de ambas comunidades.

Además de exacerbar la asimétrica y siempre delicada y explosiva relación con los palestinos, Netanyahu y sus aliados han polarizado enormemente a la propia sociedad hebrea. En efecto, ha impulsado una reforma que permitiría a los legisladores anular las sentencias de la Corte Suprema con el voto de una mayoría simple. En Israel no existe una constitución escrita y la estructura del poder se rige por nomas dispersas y la costumbre en un delicado equilibrio en cuya cúspide está la Corte Suprema, que como su símil de Estados Unidos, con sus sentencias va regulando el contexto público y las atribuciones de sus poderes. Con esta iniciativa Netanyahu quiere consagrar la primacía absoluta del parlamento unicameral (misma idea que tenía la propuesta en Chile de la fracasada convención constitucional) y por supuesto de quien lo controle. Esto se ve agravado porque él mismo está procesado por corrupción y es la Corte Suprema quien debe fallar su caso (del cual hasta ahora ha salvado por su fuero).

Su propósito ha avanzado en una primera votación, que debe ser seguida por una segunda. Ante esta situación se ha movilizado un porcentaje significativo de los israelíes con protestas en todo el país. La tensión ha escalado a tal nivel, que el presidente del país, que como jefe de Estado en un sistema parlamentario cumple más bien funciones protocolares, se ha dirigido a los políticos y a la ciudadanía proponiendo un plan de diálogo y entendimiento para evitar escalar en las diferencias. Es tal la crispación política que, hasta los servicios secretos Shin Bet y Mossad, han advertido del peligro de una guerra civil. Esto se refuerza inéditamente con una carta abierta firmada por 450 reservistas de las fuerzas especiales de la inteligencia militar y otros 200 de sus unidades cibernéticas amenazando con no presentarse al llamado regular si el gobierno no da pie atrás. Lo mismo hicieron personal de la fuerza área y de la armada.

Netanyahu rechazó rotundamente la propuesta presidencial anunciando su intención de seguir adelante, lo que está avivando el conflicto. Muchos analistas tanto israelíes como extranjeros coinciden que el sistema político israelí nunca había estado tan tensionado y que la movida del primer ministro podría lesionar seriamente la democracia local, además de generar un conflicto interno con impredecibles consecuencias en la configuración regional.

Desde la creación del Estado de Israel, han coexistido difícilmente dos almas: una mayoría secular con una minoría ortodoxa. La coexistencia se ha ido volviendo más difícil ante el crecimiento poblacional de los ortodoxos, que constituyen actualmente un 13% del total, con la más alta tasa de nacimientos. Este sector está exento del servicio militar obligatorio y su contribución económica es baja, al estar la mayoría de los hombres dedicados al estudio religioso. Esto por supuesto causa el resentimiento del resto que se siente que debe subsidiarlos. Sin perjuicio de ello, se han organizado bien políticamente, copando el espectro de derecha y ultraderecha, convirtiéndose en partidos decisivos en la conformación de coaliciones en el fragmentado parlamento israelí y por lo tanto obteniendo réditos muy superiores a su peso demográfico. Por tanto, al clivaje derecha-izquierda se ha superpuesto la dimensión secular-religiosa coexistiendo adicionalmente con el componente árabe-judío. Esto está haciendo crisis ahora con una profunda división y animosidad en la población en general, pero particularmente en la judía, que es la mayoritaria del país. Con ningún aliado en la región y una paz que se sostiene en última instancia por la capacidad militar israelí y el apoyo de Estados Unidos, una seria conmoción interna podría reabrir conflictos con sus vecinos, sin mencionar a los palestinos. Además, si prospera la iniciativa de Netanyahu de debilitar a la Corte Suprema, el país erosionará seriamente su condición democrática que es lo que lo ha distinguido de prácticamente toda la región donde predomina la autocracia. Esto dañaría también su relación con Estados Unidos y Europa, con obvias implicancias en el apoyo económico y de seguridad que recibe de estos países.

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