Perfil El País, 24.12.2016 Máriam Martínez-Bascuñán
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La canciller nos está diciendo que no hay seguridad emocional, pero que ella está ahí
En 1517, Lutero procedió a colgar sus tesis contra el catolicismo en las puertas de la iglesia de Wittenberg. Reflejaban un estado de indignación moral frente al orden eclesiástico. Hoy, 500 años después, Merkel se presenta para reafirmarse en sus convicciones casi desde el mismo lugar que el rebelde protestante: “Aquí estoy yo, no puedo hacer otra cosa”.
Desde un imperativo ético, Merkel responde ante su pueblo con un discurso valiente, reconociendo con naturalidad su responsabilidad y sus limitaciones. Frente al pretencioso despliegue de fuerza —y testosterona— de Hollande, la canciller no habla de “guerra contra el terror”, ni decide bombardear Siria unilateralmente, ni activar una estrategia intergubernamental fuera de las instituciones de la Unión. Sabe que, declarando un estado de guerra, todo lo demás pasa a un segundo plano; que la retórica del miedo solo alimenta a los buscadores de votos, y que el terror se perpetúa a sí mismo porque en realidad carece de ejército: no se puede destruir con bombas. La canciller nos está diciendo que no hay seguridad emocional, pero que ella está ahí. Y ofrece su apoyo a quienes han defendido y se han esforzado por sacar adelante su política de acogida de refugiados.
Así, los refugiados representan el nacimiento de una nueva conciencia moral que no huye ante los insoportables dilemas humanos. Hay estados emocionales que, por el contrario, necesitan poner rostro a la inseguridad: “estos son los muertos de Merkel”, como dijo uno de los líderes de Alternativa para Alemania (AfD), representa ese afán por buscar monstruos fuera de nosotros. Los enemigos nos atan y moldean desde fuera en una “decisión existencial colectiva”, según Carl Schmitt, confiriéndonos la seguridad de pertenecer al clan de los elegidos. O cuando Trump, con cierto regusto bíblico de cruzada contra Occidente, dice que “los terroristas islámicos asesinan continuamente a cristianos en sus comunidades”.
Merkel sabe que esos discursos alivian, pero no dan con la raíz del problema, y los opone a la fuerza de la convicción moral, por muy impopular que resulte. Al final, va a ser cierto que se ha convertido en la única líder política digna de tal nombre.