Pensando cómo perderemos todo

Columna
La Tercera, 25.09.2022
Pablo Ortúzar

El presidente Boric mostró en su discurso ante la ONU que tiene todas las piezas para entender por qué ha fracasado su gobierno. Dijo que era más fácil protestar que gobernar. Reconoció que las personas quieren cambios, pero con estabilidad y sin arriesgar lo logrado. A diferencia de su compadre, el embajador de las langostas destacó los enormes avances de los últimos 30 años en materia social y económica. Y, más interesante incluso, habló de buscar acuerdos que lograran combinar y potenciar las capacidades distribuidas en la sociedad, sin tratar de suplantarlas.

En otras palabras: la mayoría de Chile no quiere una revolución, sino reformas al orden establecido. Nos gusta el capitalismo, pero no en su versión salvaje. Y no nos interesa un Estado dirigista que pretenda controlarlo todo, sino un Estado habilitante y articulador de las energías disponibles tanto en la sociedad civil como en la empresa privada. ¿No es todo esto cierto? ¿No están ahí, justamente, las claves de la derrota del proyecto constitucional que la izquierda trató de imponer?

Sin embargo, no hubo raya para la suma en el discurso. Como un nadador acalambrado que ve la costa, el presidente describe lo que necesita hacer para salvarse, pero no parece capaz de ejecutarlo. ¿Por qué? Porque durante los últimos 15 años construyó su liderazgo en torno a un proyecto revolucionario que pretendía borrar las instituciones de la transición. Un proyecto que, como dijo Furet respecto a la revolución francesa, se sostenía en la noción “de un pasado enteramente corrompido por la usurpación y la irracionalidad”. El famoso programa “antineoliberal”, combinación de antiliberalismo nihilista y un regresismo obsesivo a una imaginaria “edad dorada” prepinochetista.

¿Cómo le explica Boric a sus compinches liberales progresistas, los Arden y Trudeau de este mundo, que no puede apoyar abiertamente el TPP11? ¿Cómo les cuenta que a sus socios en Chile les enoja que el tratado no permita expropiar a la venezolana las inversiones extranjeras? ¿Cómo justifica que el subsecretario Ahumada siga ahí, emitiendo un humo denso que daña Hacienda y Cancillería? ¿Se atrevería a llevar a Guillermo Teillier a una gira internacional, sabiendo que ante el mundo civilizado parece la momia de Lenin resucitada? ¿Les contó a sus “colegas” que los estados de excepción en la Macrozona Sur los aprueba gracias a la derecha, con la mitad de su propia coalición en contra?

El presidente Boric necesita ser Mitterrand, pero no quiere ser Mitterrand. Por lo mismo, se va convirtiendo en la versión hipócrita y pabloiglésica de Benito Cereno: el estólido capitán secuestrado de un barco sin destino. No se atreve a liderar la renovación de la nueva izquierda, aun sabiéndola perdida. Y ese titubeo todo lo corrompe: ¿Cómo las fuerzas de centro van a confiar en un lote que, frente a una de las derrotas democráticas más contundentes de nuestra historia, simplemente concluye que hay que dar un pasito para “atrás” para luego insistir con dos hacia “adelante”? ¿Cómo reactivar el proceso constituyente con revolucionarios que prometen que apenas puedan le saltarán de nuevo al cuello a la república?

El drama es evidente: por no rehabilitar una política de los acuerdos honesta, por dirigir una coalición perrortelana que no gobierna ni deja gobernar, la antipolítica autoritaria a la Bukele crece día a día. ¿A quién cree Boric que le pasará la banda presidencial si sigue cómo va? ¿También dirá ese día, con rostro Cereno, que no hay derrota?

No hay comentarios

Agregar comentario