Pepe Mujica: más que una mentira, una amenaza para la democracia

Columna
PanAm Post, 28.08.2017
Priscila Guinovart, docente y escritora uruguaya

A diferencia del líder sudafricano, el “Pepe”, querido por tantos, jamás ha entendido cómo funciona la democracia.

Sin importar las vastas muestras que evidencian lo opuesto, son muchos (en Uruguay y, sobre todo, en el resto del mundo) los que quieren seguir creyendo que el expresidente José Mujica es un hombre honesto, de orígenes humildes, cuya única meta en la vida ha sido “dar” al pueblo lo que “por derecho” le pertenece.

Entiendo por qué muchos se aferran a esta falaz imagen: el viejo sabio que observa al mundo y a sus habitantes guardando prudente distancia de estos últimos, forma parte de nuestras fantasías más salvajes que ha sellado la literatura de todos los puntos del globo; y, a través de Nietzsche, este retrato reiterado dejó huellas también en la filosofía occidental.

No obstante, José Mujica no es ese hombre que muchos eligen creer que es. No es ni un Zaratustra occidental ni un Dalái Lama con termo y mate. Mujica no es ni siquiera una burda versión de Nelson Mandela –quien, en su momento, también creyó que las armas eran la mejor opción–.

A diferencia del líder sudafricano, el “Pepe”, querido por tantos, jamás ha entendido cómo funciona la democracia; o desprecia los valores democráticos, en el improbable caso de que sí sea intelectualmente capaz de comprender.

A mediados de agosto, el exmandatario aseguró que si el Parlamento no encuentra una salida para la venta de marihuana (y el menudo problema que esta resultó ser para los bancos), lisa y llanamente “lo trancaría”. Tristemente para los uruguayos, Mujica cuenta con una fuerza mayoritaria en el Parlamento por lo que sí podría obstaculizar su sano funcionamiento –si es que tal adjetivo le cabe aún–.

El fenómeno José Mujica no es una síntesis que ilustra el virtuosismo de la república y la democracia. José Mujica es una amenaza para ambas. Mujica, obstinado en que su legado sea la despenalización de la comercialización del cannabis –todas sus demás empresas fallaron estrepitosamente– se transforma en un ser maquiavélico, al cual los medios le son completamente indiferentes.

Sin embargo, no podemos pretender (al menos no los uruguayos) que es esta la primera vez en su historia que el expresidente procede contra los pilares republicanos. Son muchos los que, increíblemente, parecieran sorprenderse ante las amenazas del ex guerrillero.

Mujica improvisó una despenalización sin un mínimo de asesoramiento –si lo hubo, decidió ignorarlo–. La estatización de la producción y venta de cannabis fue a los ojos del expresidente una propaganda más, como tantas que giran alrededor de su figura. En esa propaganda hubo también intereses económicos, por supuesto, pero nunca convicciones. Ni Mujica, ni el MPP (su sector en el oficialismo), ni el Frente Amplio argumentaron jamás que cada individuo tiene derecho a consumir cuanto le plazca. La libertad de consumo los tiene sin cuidado.

Incluso Mujica llegó a manifestar en una entrevista televisiva que si (las autoridades financieras) no encuentran solución al problema bancario que suscita la venta de marihuana, “se tienen que ir todos”. Mujica llama al caos porque el caos es para él una oportunidad.

En estas declaraciones, dicho sea de paso, el expresidente mandó a estudiar a una periodista por haber preguntado algo que no él quería contestar. “¿Usted no entiende? Entonces vaya a un curso de noche”, fueron sus palabras. De haber sido cualquier otro político, habrían saltado ya todas las feministas por “mansplaining” y demás.  Estamos tan acostumbrados a las barrabasadas de este señor que se lo toleramos todo, incluso faltas mayores. En el mejor de los casos, hay quienes lo ven como “una gracia” y no mucho más.

Mujica, repito, no es Zaratustra, ni Mandela, ni Gandhi. El exguerrillero que sufrimos en tanto diputado, presidente y senador es más bien una versión poco iluminada de Littlefinger, el furtivo cortesano asesor de la serie Game of Thrones, que se las ingenia para salirse siempre con la suyas, yendo allá donde salga el sol de la conveniencia.

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