Planificación y diplomacia: un desafío

Columna
El Líbero, 14.07.2017
Jorge Canelas, embajador (R) y director de Ceperi

Si algo han demostrado con inusual crudeza los últimos tiempos, ha sido una preocupante carencia en la capacidad para planificar acciones y anticipar escenarios para el futuro previsible en la gestión exterior. Esa carencia se ha demostrado con mayor efecto en las complejas relaciones vecinales, área en la cual los costos de la improvisación siempre han sido mayores.

Lo anterior viene a cuento a propósito de varios hechos aparentemente inconexos, pero que inciden en un cuadro general que comienza a dibujarse en relación con la evolución de los acontecimientos en nuestra situación interna, así como el desarrollo de la situación política en el resto de los países de la región. Tomados en su conjunto, nos dan luces respecto de lo que debiéramos comenzar a planificar desde ya, para prever los pasos adecuados en mejor defensa de los intereses nacionales.

Transcurrido un año a contar de la publicación de esta columna, ya habrán ocurrido varios acontecimientos: las elecciones presidenciales, la visita del Papa Francisco, la transmisión del mando e instalación de un nuevo Gobierno, y el fallo de la Corte Internacional de Justicia sobre la demanda presentada por Bolivia contra Chile en ese tribunal, por nombrar sólo algunos. En el terreno internacional, ya se habrá elegido un nuevo Presidente en México, estará avanzada la campaña de las elecciones para el Congreso en los Estados Unidos de América y en el curso del año tendrán lugar elecciones para elegir nuevos mandatarios en Brasil, Colombia, Paraguay y (¿eventualmente?) Venezuela. En suma, el cuadro político para el desarrollo de nuestras relaciones internacionales, solo en lo regional, puede experimentar cambios significativos. Para qué mencionar la celebración de elecciones parlamentarias en Cuba, donde, dada la experiencia de los últimos 58 años, no es riesgoso anticipar un triunfo holgado del Partido Comunista (el único permitido a presentar candidatos).

Lo que no se avizora es qué acciones están previstas en materia de Política Exterior que sean reflejo de una planificación elaborada por nuestro aparato diplomático. Nos asalta la sospecha de que se estudien efectivamente, de manera adecuada, los escenarios futuros para la acción diplomática, puesto que pese a contar en su estructura con una Dirección de Planificación, se le han encargado a esa unidad diversas funciones que nada tienen que ver con el análisis prospectivo de la gestión diplomática. Mencionamos esto atendido el hecho de estar en proceso legislativo un proyecto que introduce reformas a la estructura y funcionamiento del Ministerio de Relaciones Exteriores.

Como hemos comentado anteriormente, la postergada modernización de la Cancillería es el resultado de una falta de visión inexplicable por parte de los sucesivos Gobiernos, si tomamos en consideración que Chile es un país volcado hacia el exterior en los pilares centrales de su modelo de desarrollo tanto como en su estructura productiva y en los mayores proyectos económicos previstos para el futuro. Todo eso, en un mundo crecientemente globalizado, que cada vez presenta más desafíos de creciente complejidad.

En ese escenario, nuestro aparato diplomático cuenta cada vez con menos recursos financieros y el Servicio Exterior aún no ha sido fortalecido de acuerdo con lo que las actuales circunstancias exigen. Como ha sucedido con reformas introducidas en otras áreas de la administración pública, han prevalecido la inmediatez por sobre la visión estratégica, las medidas efectistas en vez de los cambios necesarios y la ventaja política por encima de los intereses permanentes. Sólo así se explica cómo se ha omitido en este proceso de reforma el fortalecimiento que requiere la Academia Diplomática de Chile, para dotarla de recursos y estructura que le permitan no sólo ofrecer formación de excelencia para los profesionales de la Diplomacia, sino también un sistema permanente de capacitación a lo largo de su carrera y transformarla en un centro de estudio e investigación especializado, acorde con las actuales circunstancias.

En los últimos treinta años, Chile ha invertido una importante cantidad de recursos en mejorar su capacidad de defender la soberanía territorial y marítima. Lamentablemente, no se ha puesto debida atención en el hecho de que la defensa de esos intereses debió haberse reforzado no sólo en capacidad militar, sino en capacidades diplomáticas, pues ha sido en ese terreno en el cual se han enfrentado las principales amenazas a nuestra soberanía. Como en el futuro previsible la situación no tendría visos de cambiar de manera drástica, bien harían nuestros gobernantes en anticipar esos escenarios y fortalecer la capacidad de defensa de nuestros intereses permanentes, en el terreno diplomático.

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