Práctica diplomática

Columna
El Líbero, 17.02.2024
Dr. Jorge G. Guzmán, abogado, exdiplomático y profesor-académico (U. Autónoma)

 

Los embajadores y las bicicletas

En sus clases de “Práctica Diplomática” en la Academia Andrés Bello, en los años 80s el embajador Enrique Bernstein solía afirmar que, “como las bicicletas, los embajadores son de dos tipos: de carrera y de paseo”. El último episodio protagonizado por nuestro embajador en España parecería comprobar esa máxima.

Ejerciendo la profesión durante décadas, don Kiko Bernstein (como afectuosamente le llamábamos sus colegas) había sido embajador en Austria y Francia, y jefe de la Oficina de Mediación Papal. Con la “experiencia de los años” podía afirmar que, además del amor patrio, los diplomáticos chilenos (especialmente los embajadores) debían ser disciplinados y prudentes.

Esas virtudes -señalaba- tenían importancia de corto y largo plazo, material e inmaterial. También recordaba que el leitmotiv del diplomático chileno está resumido en el lema de la Academia Andrés Bello, esto es: “Pro Chile loquor”, “hablo por Chile”.

“Hablar por Chile” (“por todos nosotros”) es un privilegio, un honor y una enorme responsabilidad.

El comentario es pertinente habida cuenta de las “explicaciones” de la Cancillería respecto de la inasistencia al saludo anual del Rey Felipe VI del Cuerpo Diplomático acreditado en España.

Se trata de una ceremonia que se realiza en todas las capitales del mundo, en la cual los embajadores tienen ocasión de saludar y conversar brevemente con el jefe de Estado del país, en este caso el Rey Felipe VI (y el jefe de Gobierno Pedro Sánchez, PSOE).  Para Chile se trata de las principales autoridades de un país de evidente importancia histórica y económica, y de trascendencia para la relación con la Unión Europea.

Salvo razones de efectiva fuerza mayor, ausentarse del “Saludo al Cuerpo Diplomático” tiene todo tipo de “lecturas políticas”. Por ello, que el protocolo español hubiera sido “avisado” que el embajador chileno no asistiría al “Saludo al Cuerpo Diplomático 2024” no es más que “la razón de la sinrazón”.

Recordemos que en 2022 el presidente y nuestro protocolo “profesional” originaron un impasse con la Casa Real española, que ameritó agraviosas burlas de medios españoles (algunas dedicadas al propio presidente, que terminaron instalándose en el dialecto criollo).

En lo que va corrido del actual gobierno, el país ha comenzado a “normalizar” “conductas” como las del embajador en Madrid que, pareciera, son posibles solo en el caso de ciertos países, por ejemplo, la misma España o Israel, pero no en el de otros, como Venezuela o Bolivia.

 

Diplomacia selectiva

En el caso de Israel fue el propio presidente quien infirió una primera (e inédita) ofensa al negarse a recibir las Cartas Credenciales de su embajador en Santiago. Ello, no obstante que su “protocolo profesional” debió advertirle lo prescrito en la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas (1961, parte de nuestro ordenamiento jurídico). Se trató de un “hecho surrealista”, que ensombrece nuestra historia diplomática.

¿Se imagina el lector al presidente Salvador Allende negándose a recibir las Cartas Credenciales del Embajador de Estados Unidos?

Incluso más, sin mensurar las consecuencias, la diplomacia chilena se sumó a una demanda internacional en contra de Israel, a pesar de que ese país es proveedor principal de sistemas esenciales para nuestra defensa y seguridad. Un paso en falso que raya en el racismo, y que en el futuro acompañará a sus articuladores.

A diferencia del presidente chileno, el presidente argentino se ha puesto del lado de Israel. Tanto así que en estos días visita ese país para, entre otras cosas, anunciar el traslado de su embajada a Jerusalén. Ello, no obstante, la importante colonia árabe que vive en su país. Argentina no olvida que, en 1982, durante la guerra del Atlántico Sur, Israel fue uno de los pocos países que, sin dudar, proporcionó aviones y misiles que causaron gravísimas bajas a la Royal Navy.

La memoria de largo plazo argentina contrasta con el cortoplacismo de la diplomacia chilena, cuyo Canciller es, además, de origen judío. El ministro van Klaveren nació en Ámsterdam, y es miembro de una de las tantísimas familias que en Chile encontraron “asilo contra la opresión” de la barbarie y la estupidez antisemita. Sorprendente.

El celo respecto de Israel contrasta con la delicadeza hacia Venezuela y Bolivia. Ambos países son co-responsables de la crisis de seguridad que nos afecta, y que ya ameritó la convocatoria al Cosena. Ni Bolivia ni Venezuela se han hecho cargo de los costos que la migración ilegal y la “delincuencia importada” han impuesto -y seguirán imponiendo- a las familias chilenas.

Pese a ello, salvo un tenue “gesto” por la situación de la líder opositora María Corina Machado, el “purismo de los derechos humanos” de la Cancillería chilena ha huido de la violación de los derechos políticos en Venezuela. Tampoco se ha hecho cargo de la situación de la expresidenta boliviana, Jeanine Añez, encarcelada vía un proceso judicial viciado, dictado por una judicatura perforada por la corrupción.

El gobierno boliviano es responsable directo de la inmigración ilegal, el contrabando y el tráfico de drogas hacia Chile, que están terminando por consolidar al crimen organizado en nuestro país. Pese a esto, para la diplomacia chilena la relación bilateral con Bolivia es, apenas, asunto de “un día más en la oficina”.

Aquí, el “principio” que afirma que “la diplomacia se practica de manera reservada” no es más que una falacia.

Todo el país es testigo de cómo la Cancillería es incapaz de contribuir al efectivo control de la migración ilegal y el tráfico de drogas que -y esto es lo extremadamente grave- ya perfilaron a Chile como “país exportador de inseguridad”. Esto ocurre porque en la relación con Bolivia el verbalismo quimérico y las disquisiciones seudo ideológicas -que impregnan el “relato” de nuestros diplomáticos- alcanzan algunas de sus máximas expresiones.

Por ello, nuestra Cancillería prefiere practicar el escapismo para no asumir que Naciones Unidas ya singularizó al puerto de San Antonio como foco de exportación de drogas hacia los mercados del Asia-Pacífico, y que el propio fiscal nacional Antimafia de Italia identificó a Chile como exportador de drogas hacia Europa.

Solo es cuestión de tiempo para que esta “nueva realidad” termine condicionando la operatividad de nuestros acuerdos de libre comercio. ¿Qué hará entonces la Cancillería?

 

Otra vez, el error como método

Volviendo a la máxima del embajador Bernstein, desde 1990 Chile tuvo buenos y malos “embajadores políticos”, y buenos y malos “embajadores de carrera”. La diferencia estuvo en lo que el mismo embajador señalara, esto es: el amor patrio, la disciplina y la prudencia o, en definitiva, la conciencia de que, en cada acto, por acción u omisión, el embajador de Chile “habla por todos nosotros”.

Si bien los “alérgicos” a los “embajadores políticos” insisten en que estos carecen de las virtudes exigibles, como se indica, durante las últimas tres décadas también conocimos malos “embajadores de carrera”. Si el sui generis caso de la exembajadora en Londres y el último episodio del embajador en España son ejemplos de lo primero, aquel del actual embajador de Chile en Viena ilustra lo segundo.

En este último caso se trata de un “funcionario de carrera” que, luego de un sumario (del que poco se sabe), parecería haber sido absuelto de cualquier responsabilidad administrativa o política (muy evidente en el llamado “audio de la Cancillería”). En lo principal, que “practicando una equivocada doctrina diplomática” que data del Gobierno Bachelet 1, pudo haber concedido “un favor” al embajador de Argentina en Santiago, relativizando la neutralidad y la libre navegación del estrecho de Magallanes (infracciones al Tratado de Límites de 1881 y al Tratado de Paz y Amistad de 1984).

La gravedad del hecho ameritó un emplazamiento público de un senador de la Región de Magallanes y Antártica Chilena, a quien la Cancillería nunca respondió.  En Chile el error grave ya está normalizado.

 

¿Dónde esté el Congreso?

A la administración le restan dos años. Tiempo suficiente para causar aún más daño a la práctica diplomática del país. Con ese complejo horizonte, conviene preguntar: ¿Dónde están las Comisiones de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados y del Senado, co-responsables de asegurar que nuestra política exterior represente, efectivamente, al conjunto de la Nación?

¿Seguirán esos servidores públicos siendo, por omisión, co-corresponsables de tanta confusión y de tanto daño a los intereses permanentes del país?

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