Pubertad diplomática

Columna
El Mercurio, 28.01.2023
Francisco José Covarrubias, cientista político, ingeniero comercial y decano (UAI)
En menos de un año, nos enemistamos con el rey de España, con Israel, con Argentina y con Perú

Chile limita al este con Argentina y al norte con Perú y Bolivia. Pues bien, el Gobierno entró en conflicto con dos de los tres en la misma semana. Y, lo que es peor, sin todavía dimensionar el efecto político causado. O sin darle importancia.

“Dale no más”.

Seguimos.

Primero fue el audio. En medio de un lenguaje poco diplomático se hace un poco sofisticado análisis de lo que ocurre. Se trata de “loco” al embajador, se pela a la subsecretaria, se confirma que el rechazo a Dominga fue político y se trata de “amurrao'” al senador Quintana.

Un verdadero “análisis de fortalezas y debilidades”, como dijo Piñera tras el kiotazo. El lenguaje es lo de menos. Mal que mal, la “hueá y el “hueón” forman parte de una pandemia nacional. Lo complejo es la precariedad del análisis en un área donde prima la sofisticación, la ausencia de toda seguridad en un área donde priman los protocolos y la “mala suerte” en un área donde ella es un aliado indispensable.

Y como si los papelones hubieran sido pocos, el mismo día —en un punto de prensa de Apruebo Dignidad encabezado por el diputado Winter— no se encontró nada mejor que hablar de “espionaje”, confirmando que manejar el silencio es más difícil que manejar la palabra, como dijo alguna vez un viejo político francés.

Los argentinos, por cierto, corrieron a minimizar el problema. A salir a defender a la canciller, a abrazar las relaciones bilaterales, a valorar la amistad de los pueblos, a invocar la fraternidad trasandina. Es que los argentinos en estas cosas, como en el fútbol, saben jugar de memoria. Protagonizaron un alegre baile de máscaras cuya cuenta por cobrar pusieron discretamente en el bolsillo de la canciller. Hoy nuestras relaciones bilaterales ostentan una severa deuda. Un gran pasivo. Una factura que vendrán a cobrar tarde o temprano.

El papelón internacional al que se vio sometido Chile tenía como única salida posible la renuncia de la canciller. Pero una vez más se intentó minimizar el problema. Y nuevamente se apeló a una “desprolijidad”. Esta vez de la jefa de comunicaciones…

Pero todavía faltaba más. Al presidente Boric no se le ocurrió nada mejor que salir a comentar la realidad peruana. Cual José María Navasal en los 80. Y su análisis careció del más mínimo estándar para una realidad muy compleja. Donde un presidente intentó hacer un golpe de Estado y donde la izquierda radicalizada ha salido en su defensa, destruyéndolo todo y atentando contra la democracia. La declaración de Boric no apela a nada de ello. Solo se remite a la represión, que por cierto es una parte relevante del problema, pero que no se agota ahí.

¿Puede ser el presidente chileno un comentarista internacional? Si hace eso, ¿puede omitir una parte tan relevante como es el hecho de que hay un grupo defendiendo a un golpista e intentando sacar a una presidenta institucionalmente electa? ¿No se da cuenta el presidente de lo que significa en la diplomacia (en especial respecto de un país vecino con una historia de relación compleja) hablar de “la imperiosa necesidad de un cambio de rumbo”?

Tal vez Michael Reid, el editor sénior de The Economist, lo resumió bien: “Esta intervención de Gabriel Boric es una de las más desafortunadas de su presidencia”.

Las declaraciones de Boric en la Celac podrían haber sido dichas por el diputado Boric en 2019. Y su actuación es propia del Boric del 30 de diciembre de 2022. En el fondo volvió a usar su facultad de indultar, esta vez a los delincuentes peruanos. El problema es que el discurso estaba escrito. No fue una nueva improvisación del presidente. Y la culpa nuevamente recae en la Cancillería. Nuevamente en la ministra Urrejola.

En menos de un año, nos enemistamos con el rey de España, con Israel, con Argentina y con Perú. Además, hicimos el ridículo con Estados Unidos en el “affaire Kerry”. En los cinco casos existe un denominador común: la pubertad diplomática.

Ya se habla de un cambio de gabinete para marzo. Y tal vez ese será el sino de este Gobierno. Tal como ocurrió en 2022. Cónclave, cambio de gabinete, cónclave, cambio de gabinete. Un intento de cambiar el rumbo para una partitura que se está tocando mal y —lo que es peor— que al público no le gusta.

Mientras tanto, en materia internacional se requiere una urgente rectificación. Porque al menos para hacer diplomacia, se necesita ponerse serios. Y, más allá de la vestimenta, requiere ponerse corbata. Como dijo alguna vez Napoleón, “la diplomacia es la política en traje de etiqueta”.

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