Reportaje El País, 25.11.2017 Pilar Bonet
Vladímir Putin ha convertido las legislativas del 2 de diciembre en un plebiscito sobre su persona. Meses después dejará de ser presidente, pero ni él ni sus ex compañeros del KGB parecen dispuestos a irse. Tiene vocación de zar.
En la avenida Kutúzovski de Moscú, un coche aparcado en plena calzada impide la circulación de un trolebús. El automóvil, un Lexus, espera frente a un exquisito supermercado. El conductor del trolebús hace sonar repetidamente el claxon, pero el vehículo no se mueve. Finalmente, sale del trolebús e increpa al conductor del vehículo, que, con desdén, se retira lo justo para dejar pasar al transporte público. "Cabrón", murmura entre dientes y conteniendo la ira el chófer del trole.
Ésta es una escena cotidiana en la ruta entre el centro de la capital rusa y las zonas de dachas donde residen los dirigentes del país. Los dos conductores enfrentados compartirán el mismo destino, si en su camino se cruza el presidente: un silencio sepulcral precederá entonces el paso del Mercedes de Vladímir Putin y su caravana de motoristas. Seguirá un ulular de sirenas y el zumbido de la limusina a más de 120 kilómetros por hora. Durante los 20 minutos que puede durar la operación, todo el tráfico estará paralizado.
Si el tráfico es una metáfora de la sociedad, en época de Putin, los altos cargos siguen haciendo imposible la vida de los automovilistas. La lista de vehículos oficiales autorizados a llevar sirenas y luces de prioridad muestra quién es quién en la jerarquía rusa. El Servicio Federal de Seguridad (heredero del KGB soviético), con 230 coches, va en primer lugar, seguido del Ministerio del Interior (173) y el Servicio Federal de Escolta (150). A la Comisión Electoral Central y la mayoría de los ministerios les corresponde uno solo. El número de vehículos con preferencia de paso se redujo en 2006, en parte debido a la presión social. Las asociaciones de automovilistas, junto con las de vecinos, son parte de la precaria estructura de la sociedad civil. Los automovilistas luchan contra el despotismo viario, y los vecinos, contra la subida de los gastos de comunidad y contra la edificación en patios y jardines. En Moscú, los jueces siempre dan la razón al Ayuntamiento.
El hombre deportivo de 55 años, que se dirige al Kremlin en su limusina por la avenida Kutúzovski, se cruza estos días con gigantescos letreros que ensalzan su nombre. Es la propaganda electoral de Rusia Unida (RU), el partido cuya lista para las legislativas del 2 de diciembre encabeza el actual presidente, Vladímir Vladimírovich Putin, con el objetivo de conseguir una mayoría absoluta de escaños y barrer a todas las demás fuerzas que hayan llegado a la final, tras superar la carrera de obstáculos que representan las reformas legislativas aprobadas por la Duma (Parlamento) durante los últimos años. Los gobernadores provinciales han recibido órdenes de asegurar entre un 70% y un 85% de los votos para RU, según fuentes próximas al Kremlin.
La estrategia de Putin ha sido acertada. Con él como abanderado, RU, la versión posmoderna del Partido Comunista de la URSS, ha cobrado nuevo aliento, y un enjambre de funcionarios, empresarios y políticos se someten a su voluntad a cambio de sillones en la Administración. Las encuestas indican que, al encabezar la lista, Putin le ha hecho un favor a RU y ha convertido las elecciones en un referéndum sobre su persona. Y más que un referéndum, una "coronación", que entronca con las "raíces monárquicas" de Rusia, señalan las fuentes. De ahí la importancia de una victoria aplastante, que justificará lo que venga después.
La mayoría de los rusos apoyaría a Putin si éste quisiera seguir otros cuatro años, pero el presidente ha rechazado reiteradamente la posibilidad de un tercer mandato, para el que, por ley, se requeriría un cambio constitucional. "Mantener la continuidad del rumbo hacia un desarrollo estable y sostenible, lograr un aumento del bienestar y la seguridad del Estado a prueba de riesgos políticos" es la principal tarea del régimen. En su primer acto electoral de la campaña, Putin no pronunció la palabra democracia. Es más, instó a no permitir que la Duma Estatal se convierta en una "asamblea de populistas, paralizada por la corrupción y la demagogia". Ya antes, Borís Grizlov, el jefe del Parlamento saliente, había dicho que la Duma "no es un lugar para discusiones".
Con Putin como presidente, los rusos han recuperado la seguridad en sí mismos y el orgullo ante el mundo por su país, pero también han perdido el aplomo con el que, desde los tiempos de Mijaíl Gorbachov, habían comenzado a interpelar libremente a los que mandan. La subida de los precios del crudo ha proporcionado enormes recursos a Rusia. Las reservas de oro y divisas ascienden a 447.000 millones de dólares, y el fondo de estabilización creado para compensar una posible disminución de los ingresos petrolíferos sumaba 147.000 millones de dólares a principios de mes. Ni Gorbachov ni Yeltsin se beneficiaron de una coyuntura económica como la que ha permitido a Putin cultivar la imagen de un salvador providencial que ha logrado poner de pie a una Rusia que antes estaba "de rodillas".
Respaldado por los hidrocarburos y consciente de la creciente dependencia europea, Putin defiende tenazmente sus intereses, por ejemplo, en el caso del tratado de Armas Convencionales en Europa, y ha reconquistado las posiciones que no se perdieron definitivamente en los ahora denostados noventa.
De forma sistemática, los altos cargos hablan de armas nuevas y más perfectas capaces de penetrar la defensa antimisiles norteamericana, mientras los bombardeos estratégicos rusos vuelven a patrullar. En relación con el PIB, los gastos de defensa del Estado son de un 2,63% este año (de un 2,73% en 2006). En términos absolutos, Rusia ha aumentado sus inversiones en reequipamiento del Ejército con nuevas armas y planea aumentos presupuestarios del 19,1%, 31,6% y 46,1% para 2008, 2009 y 2010, respectivamente, en relación con 2007. Los gastos de defensa se han hecho más opacos, pero la militarización rusa tiene también componentes retóricos. "Las tradiciones rusas hacen que la sociedad y el líder sólo se sientan en una comunidad de intereses en caso de guerra, cuando existe una amenaza exterior. Por eso, si ésta no existe, se recrea artificialmente", afirma Kliamkin. Eso explica el tono antioccidental.
"En el campo raso, misiles modernizados. Tenemos detrás a Putin y Stalingrado", cantaban el miércoles unos jóvenes durante el acto electoral dedicado al líder. Para un occidental puede ser sorprendente la cantidad de canciones modernas donde palabras como "patria" y "Rusia" suenan a ritmo de rock.
Los politólogos se hacen cábalas sobre el futuro de Putin, pero sólo él sabe qué quiere hacer cuando transfiera las competencias tras los comicios presidenciales de marzo de 2008. Lo que todos tienen claro es que su equipo, formado sobre todo por chequistas o veteranos de los servicios de seguridad, no tiene intención de marcharse a ninguna parte. Todo lo contrario, ahora que ocupan, no sólo despachos en el Kremlin, sino puestos en los consejos de administración de las grandes empresas del país.
Putin está satisfecho de su gestión. "Reforzamos la soberanía y recuperamos la integridad del país. Restablecimos la autoridad de la ley y la supremacía de la Constitución", ha dicho a sus seguidores. "A pesar de las duras pérdidas y víctimas", señaló, "se rechazó la agresión del terrorismo internacional contra nuestra patria".
La segunda guerra de Chechenia, la contienda que dio popularidad a Putin en el verano de 1999, regó con sangre la historia reciente de Rusia y produjo una secuela de actos terroristas. En el secuestro de rehenes en el teatro Nord-Ost en octubre 2003 y de la escuela de Beslán en septiembre de 2004, las víctimas son en parte el resultado de chapuceras operaciones de rescate. Las instituciones armadas, sin embargo, han gozado de protección corporativa. No en vano, Putin es un veterano de los órganos de seguridad.
La guerra de Chechenia ha concluido, y en la república caucásica rebelde hay un régimen teóricamente fiel a Moscú, a cambio de grandes transferencias financieras y la tolerancia del Kremlin para extorsionar a los ciudadanos. A los residentes en Chechenia que claman justicia por la arbitrariedad de las autoridades no los defienden los tribunales rusos, sino el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo.
El patriotismo, entendido como el culto al Estado centralizado y jerarquizado, la suspicacia frente al mundo exterior y la jactancia del poderío militar son parte del discurso de Putin en detrimento del ciudadano como portador de derechos democráticos, del pluralismo y de las relaciones horizontales. La división de poderes se ha desdibujado y los mecanismos de control se han debilitado. La Administración se ha llenado de veteranos de los servicios secretos que incluso han restablecido estructuras de vigilancia interna semejantes a las que en su día tuviera el KGB.
El proceso que está culminando comenzó poco después de llegar Putin al poder en 2000. El presidente se liberó de los oligarcas que habían impuesto su voluntad en época de Yeltsin. Vladímir Gusinski y Borís Berezovski se vieron obligados a exiliarse, y el canal de televisión NTV, que representaba una alternativa informativa, acabó siendo engullido por el monopolio del gas Gazprom y, poco a poco, se convirtió en instrumento de propaganda tan burdo (y tan eficaz) como los canales estatales. El Consejo de la Federación, antes integrado por poderosos gobernadores, se transformó en una cámara de lobbistas, y los partidos políticos liberales, importantes en época de Yeltsin, han sido marginados gracias en parte al boicoteo televisivo.
Los mecanismos de decisión reales se orientan hacia los deseos del Kremlin. A veces, los funcionarios de la Administración presidencial llaman a otros de rango inferior en las provincias para darles instrucciones que no figuran por escrito en ninguna parte: mirar con lupa un expediente, hacer la vista gorda ante otro. Otras veces, los burócratas locales se curan en salud y hacen lo que creen que el Kremlin desearía de ellos. Uno de los resultados de esta actitud selectiva ha sido la condena de Mijaíl Jodorkovski, el artífice de la primera petrolera de Rusia, en la que algunos ven una motivación personal del presidente.
La campaña de acoso y derribo que eliminó a Yukos no ha desanimado al empresariado occidental. Durante los primeros nueve meses del año, las inversiones extranjeras fueron de casi 88.000 millones de dólares, un 150% más que en el mismo periodo del año pasado. Con todo, el caso Yukos ha perjudicado muchos intereses y ha generado muchos enemigos que esperan su oportunidad. Ésta es, para algunos analistas, una de las razones por las cuales Putin y los suyos no pueden ceder tranquilamente el poder y deben asegurarse la continuidad.
"En tiempos de la URSS, los comunistas monopolizaban el poder. Ahora son los chequistas, pero están atrapados por la Constitución, que establece el pluralismo, y por la falta de ideología", señala Kliamkin. Putin ha dicho que no piensa iniciar una reforma constitucional para quedarse un tercer mandato, pero también que piensa seguir influyendo en política. La cuestión es cómo.
Con ayuda de la televisión y de viejos hábitos de la época soviética, el Kremlin haconstruido una imagen optimista de Rusia y un verdadero culto a Putin, al que se ensalza ahora como "líder de la nación". Según Kliamkin, "se trata de una figura de inspiración monárquica para que Putin pueda retener la influencia como autoridad moral sobre el nuevo presidente durante un par de años a lo sumo, ya que los instrumentos institucionales del poder están reservados al presidente por la Constitución".
El nombramiento de Víktor Zubkov al frente del Gobierno en septiembre fue interpretado como la aparición de un nuevo candidato a la presidencia, más manejable que los dos viceprimeros ministros, Serguéi Ivanov y Dmitri Medvédev, inicialmente considerados como los sucesores potenciales de Putin. "Ivanov podría convertirse en el líder de una junta militar y Medvédev no tiene la talla para dirigir Rusia. En cambio, Zubkov es un hombre mayor y sin ambiciones", señala una fuente próxima al Kremlin.
Los analistas discrepan sobre la lógica que prevalecerá. Unos creen que la institución presidencial, que controla el botón nuclear y puede nombrar y destituir al Gobierno y disolver el Parlamento, es más fuerte que la personalidad de Putin; otros, al revés. De momento, el Kremlin ha dejado de rodar a los posibles candidatos en la televisión y la popularidad de todos ellos se ha estancado, sin que Zubkov haya podido desbancar a sus dos vices en los sondeos. De nuevo, como en la avenida Kutúzovski, todos los coches se han parado para dejar pasar el cortejo presidencial. Lo que nadie sabe es adónde va.
Putin no ha enmendado la Ley Fundamental como podía haber hecho (mediante la mayoría absoluta que tenía RU en la Duma), y esto indica, según el politólogo Dmitri Furman, que su modelo es Europa, y no las repúblicas ex soviéticas asiáticas como Uzbekistán o Kazajistán, cuyos presidentes alteran la Constitución a su medida. Putin no quiere ser un sátrapa asiático, sino que desea estar en el club de las naciones civilizadas, aunque en Occidente le vean como algo oriental y en Oriente como algo occidental.
"China no cumple las normas occidentales ni quiere cumplirlas, porque no pretende ser igual que Occidente. Rusia, en cambio, quiere mantener las formas arcaicas del poder y ser como todos los miembros del G-8, pero no lo es. Moscú no quiere cumplir sus compromisos sobre las libertades cívicas y los derechos humanos, pero los otros miembros del club no se atreven a expulsarla", afirma Kliamkin, según el cual, "Rusia no ha resuelto el problema de su posicionamiento ante Occidente, y Occidente no ha resuelto el problema de su posicionamiento ante Rusia".
Putin es fiel a sus colaboradores del pasado. Zubkov, el actual jefe de Gobierno, había sido su vicerresponsable de Agricultura en los años noventa, cuando Putin dirigía el comité de Exteriores de la alcaldía de San Petersburgo. Sin embargo, ya antes parece haber tenido una relación con él, ya que, según la prensa rusa, fue precisamente Zubkov quien le ayudó a conseguir en los alrededores de San Petersburgo los terrenos donde Putin y sus amigos formarían la cooperativa de dachas El Lago. Se trata de una zona rural en la que Zubkov había sido jefe del partido comunista y dirigente local. Los vecinos de Putin en El Lago y sus alrededores -muchos de los cuales también eran colegas suyos en los servicios secretos- ocupan hoy cargos importantes al frente de la nación. Vladímir Yakunin es el responsable de los ferrocarriles; Andréi Fúrsenko, ministro de Educación, y Víktor Cherkézov encabeza la lucha contra el narcotráfico. Otros viejos conocidos están hoy en los negocios. Así, por ejemplo, Guennadi Tímchenko, que posee el 50% del trader de petróleo Gunvor, el tercero del mundo.
Tímchenko y los hermanos Kovalchuk fueron citados en 2004 por el candidato presidencial Iván Ribkin como personas que responden de los negocios del presidente. La declaración financiera de Putin, en tanto que candidato a diputado, no lo confirma: el presidente ha declarado tener un sueldo anual de 2.011.611,28 rublos (algo más de 56.000 euros), un terreno de 1.500 metros cuadrados en Moscú, un piso de 77,7 metros cuadrados en San Petersburgo, dos coches de los años sesenta y un remolque de carga.
Putin gusta a los rusos y también a los jóvenes, a los que el Kremlin ha logrado movilizar y organizar. El campamento de Seliguer se ha convertido en una cita de verano obligada de Nashi (Los Nuestros), el más popular de estos grupos, que entre otras cosas se han dedicado a perseguir al embajador del Reino Unido en Moscú, a gritar ante la Embajada de Estonia y a organizar mítines de apoyo de Putin. El fundador de Nashi, Vasili Yakimenko, ha sido nombrado jefe del Comité de la Juventud de Rusia en la última remodelación gubernamental, un nuevo cargo con rango de ministro.
Entre los activistas de los grupos juveniles controlados por el Kremlin hay una buena dosis de cinismo. En la Facultad de Periodismo de la Universidad Estatal de Moscú, el líder de Rossía Molodaia (Rusia Joven o Juventudes de RU), Maxim Míshenko, discutía hace poco con otros representantes juveniles, entre ellos, Iliá Yashin, del partido Yábloko. "Queremos una gran Rusia hasta el océano y no una Rusia despojada de Siberia, como pretende la oposición", afirmaba Míshenko, quien acusaba a los adversarios de RU de estar supuestamente pagados por Estados Unidos para debilitar a Rusia.
"Putin es Espartaco, el jefe de los esclavos rebeldes. Hay que rebelarse contra el papel que nos impone la civilización occidental dominada por el modelo anglosajón", seguía Míshenko. "Putin es un gestor corriente", contestaba Yashin. "¿Por qué no le preguntas, tú que puedes, por qué los ancianos cobran esas pensiones de miseria?". "Con tantos aduladores que llevan su retrato y elogian su grandeza, Putin igual se lo acaba creyendo", advertía.
La discusión de los dirigentes juveniles, organizada por estudiantes de 18 y 19 años para practicar el género de la tertulia, resultaría hoy imposible de emitir en una cadena de televisión estatal, después de que RU se haya negado a participar en lo debates preelectorales.
En un ambiente donde la xenofobia y las tendencias fascistoides están en alza, las juventudes putinistas se internan en terrenos peligrosos: se han dedicado a entregar a emigrantes a la policía, a recoger firmas para la demolición de la Embajada de Estonia o a pedir la persecución de los forasteros con aspecto caucásico que se ganan unos rublos haciendo de taxistas sin licencia.
Los jóvenes no sólo son exhortados a amar a su país bajo la tutela del Kremlin, sino también incentivados a tener más hijos. Putin ha promovido un sistema de ayudas a la maternidad para compensar la crisis demográfica que, en lo que va de año, ha encogido la población en 196.600 personas. Rusia tiene hoy 142 millones de habitantes, y en edad reproductiva están los niños de la perestroika, que son 12,6 millones entre 20 y 24 años. Hay 11 millones entre 15 y 19 años, y 7,2 millones entre 10 y 14 años. Esto indica que la situación demográfica empeorará, de no mediar inmigración masiva.
El intento de poner en marcha este año un programa para atraer a los compatriotas de las repúblicas pos-soviéticas ha fracasado, y sólo unas decenas de personas, en lugar de los miles previstos, han podido hacer uso de las facilidades que Putin les prometió. La preocupación por la demografía es más que comprensible si se considera que al este de los Urales, la zona más extensa y más rica en materias primas de Rusia, viven sólo 20 millones de personas, mientras 122 millones lo hacen en la zona europea.
Putin trata a Occidente con mordacidad, como si hubiera renunciado ya a intentos anteriores de seducir y convencer. Indiferente a los reproches sobre la democracia en Rusia, el líder contraataca alegando que las democracias occidentales tienen tantos o más problemas que Rusia. El pasado junio, en vísperas del G-8, un periodista le preguntó si se consideraba un demócrata de pura cepa, y el presidente ironizó: "Claro que soy un demócrata puro, pero ¿sabe cuál es la desgracia? Y más que una desgracia, una verdadera tragedia. Pues que yo soy el único y no hay otros en el mundo. Mire lo que sucede en Norteamérica, un horror: torturas, gente sin hogar, Guantánamo, arrestos sin juicio ni investigación. Mire lo que sucede en Europa: el trato cruel con los manifestantes, las balas de goma, los gases lacrimógenos en una u otra capital, los asesinatos de manifestantes en las calles, y ya no hablo del espacio pos-soviético (...). Tras la muerte de Mahatma Gandhi no hay con quien hablar".