¿Qué pasa con los países afines (like-minded) y en qué están Australia y Nueva Zelanda?

Columna
El Mostrador, 07.11.2023
Juan Pablo Glasinovic Vernon, abogado (PUC), exdiplomático y columnista

Si Chile quiere profundizar sus vínculos económicos con Australia y Nueva Zelanda y ASEAN, sería deseable retomar la invitación que recibimos en 2021, de unirnos al Tratado de Libre Comercio que reúne a los oceánicos con el bloque asiático.

Durante los últimos lustros en Chile y su política exterior se venía hablando de los países “like-minded” (digo “venía”, porque en el actual Gobierno esta prioridad desapareció o, al menos, quedó en un nivel muy secundario), entendiendo por tales a los que comparten los mismos principios, valores e intereses. Son generalmente países de tamaño pequeño o mediano considerando a su población, con democracias plenas, y muchas veces situados en la periferia de los centros de poder económico, logrando, sin embargo, elevados niveles de desarrollo y bienestar.

Estos países comparten principios, valores e intereses en su concepción general del Estado de Derecho y metas similares como sociedades, lo que les permite tener visiones y establecer objetivos comunes en la búsqueda de soluciones a los grandes desafíos mundiales, lo que facilita enormemente la construcción de consensos. Esta perspectiva de la política exterior de los países no debe confundirse con la afinidad circunstancial que un determinado Gobierno pueda tener con otros. La lógica de las naciones afines apunta fundamentalmente a una política de Estado que prevalece sobre los cambios de Gobierno en lo sustancial y que son producto de consensos internos previos, tanto políticos y sociales, que se reflejan en sus políticas exteriores.

Durante el Gobierno de Ricardo Lagos se empezó a hablar del término en materia de política exterior y economía, pero el concepto se consolidó e incorporó como eje de la política exterior de Chile durante el primer mandato de Michelle Bachelet, siendo su canciller Alejandro Foxley. Este, en su condición de economista, tuvo especial interés en recoger la experiencia de estos países para salir de la famosa “trampa del ingreso medio” y, por lo tanto, establecer vínculos especiales con ellos para avanzar en ese propósito.

En ese entonces, el foco estuvo puesto en Australia, Corea del Sur, España, Finlandia, Irlanda, Noruega, Nueva Zelanda y Portugal.

Con el advenimiento del actual Gobierno en Chile, el término y la prioridad desaparecieron. En esa decisión primaron el factor ideológico –una visión más de izquierda y estatista que la de los países reseñados, de los cuales varios son socialdemócratas–, asociado a una reorientación de concentrarse política y económicamente en nuestra región de América Latina. Pero, más en el fondo, está la evidente pérdida de consenso interno como país sobre lo que queremos lograr en materia de sistema político y desarrollo. Esta falta de consenso se viene arrastrando y ampliando desde el mismo primer Gobierno de Bachelet y explica, entre otras cosas, el atolladero constitucional en el que estamos, además de la propia política exterior, cuyos elementos de continuidad han disminuido.

Si nuestra sociedad no comparte una visión general, entonces mal podrá desarrollar una política exterior de Estado y menos podrá buscar sinergias con el grupo de países que denominábamos “like-minded”. Urge, por lo tanto, recomponer un propósito común y de cómo nos planteamos en el mundo. Mientras seguimos en una discusión circular con la consecuente incertidumbre y deterioro, el concepto de países afines se erosiona, al menos en lo que concierne a nuestra pretensión de pertenecer a ese círculo y, lamentablemente, es cada vez menos lo que compartimos con ellos.

Más allá de lo que es este tema y cómo figuraba en nuestra política exterior, hay dos países que conviene seguir con atención, porque ambos están en el Pacífico Sur y tienen estructuras productivas parecidas a la nuestra (guardando las proporciones) y un comercio muy relevante con China, además de un interés estratégico en el Indo-Pacífico. Estos son Australia y Nueva Zelanda.

Respecto de Australia, tras 10 años de Gobierno conservador, asumió en mayo del año pasado como primer ministro Anthony Albanese, laborista (socialdemócrata). Australia en la última década ha estrechado su alianza con Estados Unidos, lo que ha implicado serios roces con China, su primer socio comercial. En esta dinámica y tras la decisión del Gobierno australiano de prohibir la contratación de 5G con Huawei y tras interpelar al Gobierno chino sobre el origen del COVID, China impuso duras sanciones comerciales a sectores de las exportaciones australianas, como algunos commodities, la ganadería y los vinos, con las consecuentes pérdidas para los productores en estos rubros, aunque el país pudo sobrellevar bastante bien el tema porque China no podía prescindir de otros productos, como los minerales.

Tras la beligerancia existente entre el Gobierno anterior de Morrison y Xi, que dejó en evidencia que un país de importancia media (dentro de los considerados “like-minded”) como Australia estaba dispuesto a enfrentarse a China en ciertas materias y asumir las consecuencias, el advenimiento de Albanese ha traído nuevos aires en la relación. No en el sentido de cambiar el alineamiento con Estados Unidos ni su percepción de la competencia estratégica en el Indo-Pacífico, pero sí de procurar recomponer los vínculos en beneficio de ambos.

Tras 7 años sin visitas de un primer ministro australiano a China, este fin de semana Albanese llegó a ese país para un periplo de Estado. Como signo de buena voluntad, las autoridades chinas liberaron a la periodista australiana Cheng Lei, quien llevaba 3 años encarcelada por cargos de espionaje.

Está por verse si esta visita logrará una comunicación más fluida entre las partes y modere así los efectos de las próximas diferencias. Sin perjuicio de ello, en forma previa al viaje, Albanese enfatizó que no existe un alineamiento estratégico entre las partes.

Australia siempre fue un actor influyente en el Pacífico Sur y especialmente en la vasta región de las naciones insulares, pero ante la incursión creciente de China en la zona, los gobiernos australianos han elevado esta prioridad, incluyendo aumentar la provisión presupuestaria en materia militar y de cooperación.

En el caso de Nueva Zelanda, comparte también con Australia y nosotros su alta dependencia del comercio con China. A diferencia de Australia, su mayor lejanía de los países asiáticos vuelve menos urgente la dimensión de seguridad. Por eso Nueva Zelandia ha procurado mantener un punto medio en la competencia entre Estados Unidos y China, con relativo éxito hasta ahora, aunque las presiones para alinearse con Australia y Estados Unidos son cada vez más fuertes.

El 14 de octubre hubo elecciones generales en este país y el laborismo fue desbancado tras 6 años de Gobierno. En un Parlamento de 122 escaños, ningún partido obtuvo la mayoría absoluta. La centroderecha del Partido Nacional, con 48 curules, deberá formar una coalición con el derechista ACT New Zealand (11 escaños) y el populista New Zealand First (8 escaños). En estos momentos están en curso las negociaciones para formar Gobierno entre estas agrupaciones. De prosperar, el país iniciará un nuevo rumbo político con una política exterior posiblemente más alineada con Estados Unidos.

Considerando que hay más similitudes con Nueva Zelanda, Chile debiera observar atentamente el rumbo de este país, especialmente en lo que se refiere al intercambio con China y cómo busca diversificar su comercio.

En esa línea, sería interesante una mayor coordinación para aprovechar mejor el CPTPP.

Por último, si Chile quiere profundizar sus vínculos económicos con Australia y Nueva Zelanda y ASEAN, que se está convirtiendo en un potente centro productivo regional, sería deseable retomar la invitación que recibimos en 2021, de unirnos al Tratado de Libre Comercio AANFTZA o ASEAN + 2, que reúne a los oceánicos con el bloque asiático. Al menos así podríamos rescatar parte del eje de la estrategia de los “like-minded”.

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