¿Quién fracasó en Cancún?

Columna
Diplomáticos Escritores, 10.07.2017 
Oscar Hernández Bernalette, embajador(r), profesor y columnista venezolano

Considero que después de evaluar fríamente  lo que sucedió en Cancún en el marco de la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) y de la cita previa de  los Cancilleres, se  puede concluir  -y a diferencia de algunos análisis coyunturales-,  que muchos gobiernos  han hecho una lectura errada de los resultados y del proceso de negociación en la OEA, que buscaba lograr una declaración  que exhortara  al gobierno de Venezuela para que rectificara y detuviera la violación de los derechos humanos y restableciera el hilo constitucional en el país suramericano.

En dicha reunión se habló de traiciones, diplomacia petrolera, la ausencia de Estados Unidos y del fracaso del gobierno anfitrión,  como factores que determinaron que no se  lograra la resolución que requería la aprobación de 23 votos a favor.

Seguramente, como en toda negociación multilateral hubo un poco de todo eso. Cabildeo, presiones, amenazas y hasta recordatorios de las dádivas que el gobierno Venezolano  le ha dado a muchos de los líderes de la región.

Sin duda, desde mi perspectiva, es  el gobierno de Venezuela en definitiva el gran perdedor. Su diplomacia agresiva, de confrontación, con insultos y argumentos huecos y desfasados. Poco respeto trasmitieron a las delegaciones, al país anfitrión, México,  y a la opinión pública que hacía seguimiento al evento. Los “diplomáticos” del gobierno venezolano parecieran no entender que no hay retórica lo suficientemente lúcida, ni emocional, ni pasional, ni melancólica, ni truculenta para que los cancilleres y la opinión publica internacional se creyeran los predicamentos gritados sobre que “a Venezuela se le respeta” y sobre las bondades de la “revolución” venezolana que la bancada del gobierno de Venezuela exaltaba. Esos representantes de los países miembros, entienden exactamente lo que pasa en Venezuela y entienden perfectamente que hay una crisis, que el país se encarrila hacia una dictadura, la economía se destruye y que el narcotráfico esparce sus tentáculos a lo largo y ancho del país con la venia de cúpulas inmorales.

Entonces, la pregunta es por qué algunos reaccionan en contra, o se abstienen de un llamado noble presentado por 20 países, para salvar la democracia y detener la violación permanente de los derechos humanos en Venezuela.

En primer lugar, porque los intereses económicos de esos países así lo determinan, no es cualquier cosa tener un suministro permanente y confiable de petróleo en una pequeña economía. En segundo lugar, porque hay solidaridades ideológicas que obligan. En tercer lugar, porque hay complicidad y deudas con beneficio personal de quienes dirigen los países que le deben a Venezuela.

A pesar de esto, la votación favorable a la resolución que obtuvo los  20 votos hay que verla en su justa dimensión. Qué representan en el hemisferio esos países, en términos de dimensión, población, y cuántos kilómetros de frontera comparten con Venezuela. Los que se abstuvieron también hay que analizarlos sin pasión, no es cualquier decisión que Ecuador y El Salvador no votaran como lo han hecho por años  a favor de los interés del gobierno venezolano.

Debemos tener claro que lo internacional es importante, pero no determinante para resolver la coyuntura que vive el pueblo venezolano.  Se puede afirmar que a pesar de la magna inversión y el uso del poder comunicacional,  el gobierno de Maduro  perdió su aureola en el exterior.

En la OEA se hizo un intento de alto nivel por lograr un consenso de propuestas sobre la crisis en Venezuela. El hecho de que muchos países denunciaron al gobierno de Venezuela significa que el país está señalado por la comunidad hemisférica. Esto se enmarca en la diplomacia preventiva, que busca evitar que siga escalando el conflicto a través de la búsqueda de una solución. Es normal en el multilateralismo el hecho de que los Estados miembro de la OEA no hayan alcanzado un consenso sobre la declaración. La falta de consenso fue la consecuencia de que hay visiones que difieren. Caricom, por ejemplo,  que  prefirió presentarse como grupo para evitar diferencias internas, terminó divido. En el caribe  algunos países desempolvan la cacareada noción de la “no intervención en los asuntos internos de los estados”  cuando precisamente la progresión de la relaciones internacionales te indica que  la comunidad internacional ya no puede ser indiferente ante los desmanes que ocurren en muchos países por culpa de sus gobiernos dictatoriales o violadores de los derechos humanos. Además, algunos países, como Trinidad y Tobago (TT) usan el argumento de que la actitud de Almagro es indebida. Este argumento quiere  al secretario general como un ente neutro, que no tiene cabida en su rol llamar la atención ante la violación de mandatos y acuerdos previamente establecidos en la OEA por los países miembros, especialmente los que se refieren a la violación de los derechos humanos. Por supuesto, diferimos de esta visión que ha sido expuesta incluso por el mismo primer ministro de TT.

Allí no hubo una victoria de la diplomacia bolivariana. Desde el momento en que se sientan a analizar la crisis en Venezuela, es una derrota para el país en su conjunto. El hecho de que se siga hablando de la tragedia del pueblo venezolano se afecta  el posicionamiento internacional del gobierno, el potencial para recibir inversiones, la generación de confianza en el marco de las relaciones financieras internacionales, en la confianza de los bancos, etc.

En la OEA seguirán las negociaciones hasta que se produzca un resultado. Si acuerdan  un documento más adelante, posibilidad abierta pues el tema no concluyo,  se llamará de nuevo la atención sobre la crisis, se planteará la necesidad de una negociación con un grupo de países amigos que contribuya al diálogo  y se denunciará  la constituyente fraudulenta convocada por Maduro  como inapropiada. Igualmente  si no hay acuerdo, quedarán asentadas las visiones expresadas sobre la realidad venezolana.

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