Columna El País, 03.03.2019 Lluís Bassets
-
Al presidente disruptivo Donald Trump se le ha roto la buena racha y ahora solo va engarzando fracasos, uno detrás de otro
El éxito contemporáneo de los sinvergüenzas ha sido tan apabullante que ha llegado a deslumbrar hasta la ceguera a quienes les combaten. El caso más impresionante es el de Donald Trump. Lo es por lo inesperado de su victoria, en la que ni él mismo creía, pero también por su resistencia a corregirse y su propensión a empeorar a medida que avanza su presidencia. Tanto más cuando obtenemos testimonios de su arbitrariedad y su amoralidad, su ignorancia o, lisa y llanamente, su imbecilidad, una expresión que usó muy pronto quien fue su secretario de Estado, Rex Tillerson, el máximo directivo de Exxon durante 10 años, al término de una reunión del Consejo de Seguridad Nacional en la Casa Blanca en la que el presidente fanfarroneó ante los militares sobre el arsenal nuclear estadounidense.
Junto a estas informaciones obtenidas de segunda mano, hay también grabaciones como la que protagonizó junto el representante comercial de la Casa Blanca, Robert Lighthizer, y el viceprimer ministro chino, Liu He, en el Salón Oval ante los periodistas apenas hace una semana. En ella vemos a Trump cómo lleva la contraria a Lighthizer y rechaza la firma de un Memorandum of Understanding, un documento muy habitual en la diplomacia internacional que contiene una idea como la de entendimiento, que suena como un horror y un insulto a los oídos infantiloides del presidente, partidario de los meros deals, los acuerdos, de los que él debe salir siempre como astuto vencedor.
¿Qué le está pasando al presidente disruptivo? Ha sufrido el castigo de las elecciones de noviembre cuando los republicanos perdieron el Congreso. No ha funcionado su órdago para la financiación del muro con México, después de cerrar la Administración federal 35 días, el periodo más prolongado de la historia. El fiscal Robert Mueller ha coronado su investigación sobre la interferencia rusa en la campaña electoral y otros delitos conexos sin que hayan tenido éxito todos sus intentos de frenarla, y, menos aún, sus propósitos de destituirle. Su abogado Michael Cohen acaba de dejarle de vuelta y media, como “racista, timador y tramposo”, además de aportar pruebas que pueden incriminarle penalmente. Solo faltaba el fracaso diplomático de la cumbre de Hanói, de donde ha regresado de vacío y precipitadamente, después de alumbrar la esperanza en un acuerdo de paz con Corea del Norte que debía proporcionarle el anhelado Nobel de la Paz con el que emular a Barack Obama. En pocos meses, Trump se ha convertido en un presidente roto y en caída libre.