Sismo en el hemisferio

Columna
El Montonero, 02.11.2018
J. Eduardo Ponce Vivanco, embajador (r) y ex viceministro de RREE peruano

El primer titular del mejor diario del Brasil (O Estado de São Paulo) destaca que el famoso juez Sergio Moro será el Ministro de Justicia y, además, de Seguridad Pública. En la misma edición, la columnista Vera Magalhaes dice: “Gana Bolsonaro, pierde Lava Jato”. No sería difícil trasladar esta contradicción brasileña al escenario político local, donde los fiscales y jueces de moda distan bastante de la rigurosidad profesional de Sergio Moro.

Pero Brasil es diferente, y lo será más cuando el vigoroso mesías elegido asuma el poder en el único país latinoamericano que no habla español. El que fue escenario de esa “Guerra del Fin del Mundo”, en la que Vargas Llosa nos hace vivir la epopeya de Antonio Conselheiro y el Buen Jesús contra el Estado y los ancestros militares del ex capitán y cuatro veces diputado Bolsonaro, en la cruzada por la ley, el orden, la religión y la prosperidad económica que liderará desde el próximo 1 de enero.

No es un detalle menor que esa extraña epopeya ocurriera en el Sertao, el nordeste brasileño pobre que ha votado fuerte por Haddad (PT); en contraste con el sudeste, que apoya a Bolsonaro con una convicción que va desde las favelas hasta el voto de quienes esperan que Paulo Guedes, el Ministro de Economía, con el enfático respaldo del Jefe de Gabinete Onyx Lorenzoni, hagan del Brasil una réplica del modelo con el que los discípulos de Milton Friedman convirtieron a Chile en la estrella económica de América Latina.

Lo trascendente es que este fascinante proceso de cambios profundos se dará en el inmenso territorio del vecino con el que compartimos la más extensa y enmarañada de nuestras fronteras: 2,822 kilómetros amazónicos. Un vecino cuyo inmenso y desperdiciado potencial, de ser aprovechado, repercutirá —de una u otra forma— en los confines de sus nueve vecinos (en un subcontinente de 12 países).

En el mundo del futuro que vivimos ahora, las fronteras terrestres tienen menor importancia. De hecho, las prioridades que el nuevo Brasil ha anunciado sin titubeos son Chile y EE.UU. Por pudor político Guedes ha tenido que disculpar sus expresiones despectivas sobre el Mercosur, que es un monumento contra el libre mercado.

Para Argentina será un benéfico referente por las agresiones peronistas contra la política económica de Macri. Esperemos que sea lo mismo para Colombia, cuyo presidente está mostrando aficiones mercantilistas (por la industria láctea); y para el problemático Perú que deberá sortear sus dificultades políticas y potenciar su solidez macroeconómica, alejándose de tentaciones perjudiciales.

Venezuela, Bolivia y Ecuador, para no mencionar a sus socios del ALBA, sufrirán los embates de la onda liberal del Brasil. Evo Morales ya ha sido el primer damnificado. No solo por la importancia del mercado brasileño para Bolivia, sino porque el eje con Chile hacia el Pacífico desdeña sus faraónicos sueños ferroviarios para ser el puente entre Santos y Shanghái.

La extraña atracción entre Trump y López Obrador (que también asume el mando el 1 de enero) tendrá una desafiante competencia entre la más comprensible empatía entre el presbiteriano Donald Trump y el evangélico Bolsonaro. Y las inminentes elecciones legislativas en EE.UU. (en cinco días) podrían alterar las mayorías parlamentarias en una o las dos cámaras.

Kissinger decía que Brasil marcará el rumbo de América Latina. Y es obvio que los cambios tectónicos que se avecinan conmocionarán el vecindario y sus proyectos de integración. Esperemos que la Alianza del Pacífico, cuya presidencia temporal está en manos del Perú, sea enriquecida por los nuevos vientos. Y que la diplomacia de Torre Tagle sepa enrumbarlos para que no se pierda el vigor de lo que parecía ser el emprendimiento más promisorio de los muchos que se han ensayado en la región.

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