Sistema Internacional desafiado

Columna
Diario Constitucional, 04.05.2024
Samuel Fernández Illanes, abogado (PUC), embajador (r) y académico (U. Central)

Con el transcurso de los años, pareciéramos acostumbrados a que el mundo ya no es el mismo y que no se requiere ninguna especialización para comprobarlo. Todos los medios de comunicación nos lo informan a diario, presentando una realidad que, curiosamente, nos anuncia progresos tecnológicos extraordinarios, en todos los campos, pero que, paralelamente, muestra un creciente desentendimiento entre muchos países y, sobre todo, entre los más poderosos. No es necesario nombrarlos, cualquiera que siga las noticias podrá verificarlo, con el temor de que, en vez de entenderse mutuamente y aprovechar los nuevos avances, pues no, se confrontan, disputan, y hasta recurren a la amenaza y a la guerra, como tantas que están a la vista y muchas más olvidadas. Baste el ejemplo de Rusia contra Ucrania por más de dos años y que se intensifica, o de Israel contra Hamas, de hace siete meses, con un precario alto al fuego.

Que cada cual tenga su punto de vista y a mayor conocimiento de estos conflictos, habrá más disimiles posiciones, por lo que no pretenderé apoyarlas u oponerme a ninguna de ellas. Pero, a cambio, formularía, entre otras, dos interrogantes: ¿Por qué ocurren, y qué impide su solución?

Porqué ocurren puede ser una acumulación de razones de todo tipo, algunas con raíces históricas y culturales muy presentes, que condicionan las posiciones y las separan de manera inevitable. Existen, por más que haya pasado largo tiempo, y resurgen ante cualquier provocación y estímulo que las haga reaparecer. Por cierto, dependerá de manera decisiva de los objetivos del gobierno que desea aprovecharlas en beneficio propio. A mayor poder tenga ese régimen, o el líder que lo representa, mayor será la tentación de utilizar los elementos ocultos de una disputa larvada, aunque sea de siglos atrás, para hacerla resurgir, traerla a la actualidad y justificar toda acción que crea necesaria, así sea la opción bélica.

Lo dicho se manifiesta, sobre todo, cuando hay un jefe de Estado omnipresente, que ha acumulado todo el poder necesario, somete las instituciones a su arbitrio, controla cualquier signo opositor, y luego de gobernar por muchos años, hace todo lo necesario para perpetuarse indefinidamente. Es justamente en este punto, en que el dominar el país deja de ser el objetivo principal, para transformarse en una imperiosa necesidad de sobrevivencia personal, ante el peligro de ser depuesto, juzgado o eliminado. No son raros los ejemplos de gobernantes paranoicos de su propia seguridad. Hay múltiples casos en el pasado, y en la actualidad, pueden distinguirse claramente, por sobre la natural protección de toda autoridad.

No es una consideración teórica solamente. Las razones y motivos de muchas confrontaciones, argumentadas públicamente en foros internacionales, o frente a la opinión pública del país, dejan en evidencia estos motivos entremezclados, pero que apuntan al objetivo final, que es la animadversión y, luego, pasar a las acciones de fuerza con ese enemigo tradicional.

Los déspotas comienzan peligrosamente a proliferar. Los tenemos en todas las regiones del mundo, y ciertamente, entre dos de las más grandes potencias, y eso sí que resulta preocupante, al unirse propósitos gubernamentales con aquellos personalizados. Deciden todo y, muy en particular, las acciones de fuerza, encadenando su destino con ellas y sin posibilidad de que cambie, al menos por ahora. Todo intento de solución, pasa por ellos mismos, y los esfuerzos pueden encausarse sólo si están de acuerdo en ello, si es definitivo, o forman parte de una estrategia para ganar tiempo y mejor posición. Cualquier atisbo de paz duradera, resulta extremadamente frágil en estas condiciones.

Respecto a la incapacidad del sistema internacional vigente de incidir y poner fin a las agresiones, no sólo está subordinado a aquellos liderazgos poderosos, sino que, al mismo tiempo, a posiciones que debilitan cada vez más al ordenamiento internacional construido luego de la última gran guerra mundial. Está claro que ya no actúa como es esperable y que ha sido diseñado con tanto esfuerzo. No es la primera vez que las conocidas etapas de las relaciones internacionales vuelven a repetirse, ni será la última. Sin embargo, en tales casos, quedaba la esperanza de que el sistema previsto, con todas las dificultades, a la postre lograba imponerse. Hoy no es posible asegurarlo, y menos garantizarlo en el tiempo. No ha sido un deterioro súbito y tampoco producto de un solo acontecimiento. Hay una acumulación de situaciones y de indicios que lo hacían predecible, y muchos lo advirtieron, sin resultado. Por ello estamos como estamos.

Entre muchos factores hay uno que, esbozado hace ya tiempo, ahora resulta papable. Me refiero a que, para muchos países y culturas, el ordenamiento actual ya no los compromete. Entre tantas razones, está el que obedece a una realidad superada, por la que el mundo de postguerra logró poner en vigencia un esquema político de entonces, el que ahora, no sólo no el mismo, por la lógica evolución, sino que está basado en un ordenamiento jurídico esencial y occidental, que no los representa, ni nunca tomó en consideración otras realidades, culturales, políticas, religiosas, económicas, e históricas, que fueron desechadas, o quedaron subordinadas. Ya no ocultan su disconformidad y deseo de cambios, tanto sobre el sistema acordado en la Carta de las Naciones Unidas, hará setenta y nueve años, como en muchos aspectos que no son los mismos. No faltan aquellos que claramente repudian el ordenamiento actual, y buscan sustituirlo.

Asimismo, los principios jurídicos rectores de la Carta no significan, para muchos, aquellos dignos de ser respetados tal y como se redactaron entonces, sino que deben ser reevaluados y adecuados a una nueva realidad. De ahí el surgimiento de otros principios, procurando que alguna vez, reemplacen los existentes, o alcancen igual categoría inconmovible. Por ejemplo, tenemos el aumento de las preocupaciones medioambientales y ecológicas, y no por su evidente necesidad, sino como un elemento extremo, condicionante de aquellos ya consagrados. Así como otros, que sería ingrato y polémico consignar, desdibujándose todos, en definitiva. Destaca en especial, la falta de aplicación de las sanciones a condenados por crímenes internacionales, que deambulan impunemente; o la búsqueda de un derecho internacional adecuado a ciertos intereses, más que a imponer justicia, desnaturalizándolo y en consecuencia, relativizando su aplicación. La prueba más concreta, está en la utilización del derecho inmanente de legítima defensa, individual o colectiva, pero mucho más extenso y desproporcionado, para obtener un resultado particular y agresivo.

Estos factores, entre muchos otros, han preparado el terreno para que la inoperancia del sistema, haya quedado demostrada, con los latentes peligros que implica. Son casos todavía aislados, pero indicativos de que no han aparecido de forma casual, sino que podrían obedecer a propósitos determinados, y constituir un elemento trascendental del desafío al sistema presente.

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