Temores contrapuestos

Columna
El Mercurio, 02.10.2020
José Joaquín Brunner, sociólogo, ex ministro y político

Mi generación, que vivió la guerra fría, conoció desde temprano los miedos ideológicos hacia Estados Unidos y la Unión Soviética, agitados masivamente —unos contra otros— a través de los medios de comunicación y el cine, el arte y los escritores, la propaganda y los discursos. También en Chile pueden discernirse en el presente temores ideológicos que, a pesar de sus componentes parcialmente irracionales, generan réditos políticos aunque a veces al costo de paralizarnos.

Chilezuela es uno de esos temores. Refleja el miedo a la anarquía política, el desorden social, el desquiciamiento de la economía, la corrupción de las instituciones, la demagogia y el populismo, el trastrocamiento de las jerarquías y los valores. Propicia la idea de que cualquier intento de cambio de cierta magnitud puede desembocar en el caos, en la demolición del edificio, y representa, por tanto, una seria amenaza hacia todo aquello que el sector conservador considera esencial, como la seguridad de las propiedades y los capitales, las distinciones entre grupos y estamentos, el libre intercambio y los contratos. En nuestro medio aparece como un temor específicamente reaccionario (que se levanta y opone frente a aquella imagen de la barbarie), seguramente emparentado a antiguos miedos contra la UP y sus desbordes. Es una narrativa eficaz pues refleja un potencial de amenaza plausible.

Un temor ideológico diferente anima a un sector de la opinión progresista que, desde fines de los años 1990, considera el regreso de las políticas y la cultura de la Concertación como el peor destino político imaginable. Ese sentimiento se intensificó después del 18-O pasado. Aquel período de transición, consensos, reconstruccion democrática y modernización social es percibido como el enemigo imaginario que se debe derrotar y extirpar. Sería una mera continuidad del modelo neoliberal, transado entre cúpulas, desactivador de las fuerzas sociales, elitista y abusivo, provocador de desigualdades, gatopardismo donde nada cambia de verdad. Es un temor que propicia la idea de que para abrir las puertas hacia un futuro con democracia directa, popular, anti-elitista, genuina, se requiere introducir un quiebre institucional. Menos que eso sería neoconservantismo, política subyugada a los mercados y prolongación de las desigualdades y abusos. También esta narrativa representa un peligro real; que sin cambios radicales se mantengan las injusticias heredadas.

Ambos temores ideológicos inducen, como siempre ocurre con los miedos, a una parálisis o una fuga despavorida. Una y otra bloquean la capacidad de una respuesta colectiva racional, convenida, de transformación progresiva de la sociedad. Atan a esta ya bien a sus propios miedos al cambio o a la falsa ilusión de que solo una ruptura institucional permite avanzar. Estos sentimientos contrapuestos se refuerzan mutuamente. Por eso interesa espantarlos.

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