Tiempos recios de Vargas Llosa

Columna
Realidad y Perspectivas, N*81 (enero 2020)
Fernando González Davison, abogado, embajador y escritor guatemalteco

Pocas veces una novela ha suscitado tantos comentarios en el país como la obra homónima de Vargas Llosa centrada en Guatemala con giros dominicanos y estadounidenses en el proceso de la caída de Jacobo Arbenz en 1954. Y es que pese a que el Premio Nobel se dice liberal -en un mundo donde hay muchos tipos de liberales- tomó partido por Arbenz y con admiración, porque fue legítimamente electo, pero que fue derrocado por otra democracia: Estados Unidos y sus comparsas.

Lo que resultó en una catástrofe para la región: en lugar de haberse asentado la democracia en Guatemala para que fuera un ejemplo para salir de los dictadores, que eran una plaga en esos años en América Latina, Washington fulminó las democracias (dejando solo a Costa Rica, Uruguay y Chile) y convirtió a Guatemala en otra dictadura más.

A pesar que se decía defensor del mundo libre, EE.UU. intervino junto con la United Fruit, Somoza y Trujillo, plagando el hemisferio de mentiras contra Arévalo y Arbenz al decir que eran comunistas contrariados por su nacionalismo democrático, pues este chocaba contra los intereses de la multinacional United Fruit, cuyo accionista mayoritario era Samuel Zemurray. Eso porque en una democracia era más difícil sobornar a los gobernantes que a los dictadores, donde se respetan más o menos las normas laborales, se elevan los salarios mínimos y se atiende a los de abajo; y se trabaja por ellos, incluso para generar los votos en las elecciones generales.

Vargas Llosa en su intervención en el Teatro Nacional Miguel Ángel Asturias en ciudad de Guatemala a fines del año pasado hizo gala de esa interpretación, y considera que los doscientos mil asesinados después de la caída de Arbenz es el legado terrible que dejó EE.UU. y los militares acá en Guatemala y en América Latina. Qué diferencia, dijo, habría sido si no hubieran conjurado los hermanos Dulles, Zemurray, Barnays y los sátrapas Somoza y Trujillo, que envenenaron Guatemala y luego el continente. La CIA estuvo detrás de los militares locales en los países subordinados para cometer innumerables tropelías en la región.

Vargas Llosa puso en su lugar a un historiador argentino, Carlos Sabino, que era panelista porque presume de haber hecho una biografía de Arbenz, sesgado por el empresariado trasnochado que lo patrocina, luego que cuestionó la admiración del Nóbel por Arbenz. Y es que Sabino en ese texto peca de parcial al oscurecer a Arbenz con mentiras, por ejemplo, al escribir que su esposa le fue infiel sin prueba alguna; o que Arbenz adquirió su finca El Cajón con fondos públicos, y otras falsedades, con una ominosa omisión: la intervención de EE.UU.

Si bien Sabino se achicó, también sucedió con el otro panelista Francisco Pérez de Antón cuando no quiso opinar sobre esa discusión. Hizo malabares sobre el arte de la novela histórica, que él escribe para dar goce estético del lector, como oír la ópera Nabucco, donde el público no espera que se le cuente la historia de los judíos en Babilonia sino se deleita con la música. Pero Vargas Llosa lo cauterizó al responder (como Miguel Ángel Asturias), que él como escritor tiene el compromiso de desentrañar los problemas de una sociedad, siguiendo a Sartre, lo que le da sentido a su oficio de escritor.

No escribe para dar un goce estético sino busca sacudir a la sociedad para que sus miembros no se conformen, reaccionen y eviten ser manipulados. Agregó que de joven siguió los consejos de Gustav Flaubert (como Asturias) de pulir lo escrito una y otra vez cuando descubrió que no era un genio.

Al concluir su cátedra, dijo que cree que la región ahora debe apostar por la democracia con vocación social como Arbenz. Y el teatro se llenó de aplausos.

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