Columna El Mercurio de Valparaíso, 03.06.2025 Demetrio Infante Figueroa, embajador ®
El pueblo no chileno que más conocemos desde nuestra tierna infancia es el hebreo. La Navidad y la Semana Santa fueron desde un comienzo de nuestra existencia dos hitos importantes de la vida. Desde muy niños esperábamos la Navidad y se nos explicaba que en un pesebre situado en Belén había nacido Cristo. Luego dimos la misma explicación a nuestros hijos y estos hoy lo hacen con los nietos que Dios nos ha dado. Las ciudades de Jerusalén y Nazaret nos fueron conocidas también desde que éramos niños.
Este conocimiento fue aún mayor en la mayoría de los chilenos de fe cristiana y lo sucedido antes del nacimiento de Jesús, además, lo sabemos por el Antiguo Testamento. Nos sorprendíamos con la historia de la entrega de las tablas de la ley a Moisés o con el paso del mar Rojo del pueblo judío que arrancaba de las fuerzas del Faraón. Por ello se puede colegir que todo lo que sucede en esa área de alguna manera nos suena familiar. Unos más, otros menos, nos hemos interesado por lo que acaece allí y por la suerte del pueblo hebreo, el cual en los tiempos modernos se radicó especialmente en el centro de Europa y en lo que fue la Unión Soviética. La mayoría estamos al tanto de los sufrimientos que le hizo padecer Stalin y especialmente Hitler, y no nos podemos explicar cómo pudieron existir hombres y sistemas que se ensañaran con un pueblo como se hizo con el judío. Visitar un ex campo de concentración en Polonia y recibir las explicaciones de lo acaecido allí, nos deja perplejos. La única falta que esos prisioneros habían cometido era la de haber nacido de una madre judía.
Ante el espanto de lo sucedido en los años 30 y 40 del siglo pasado, muchos judíos arrancaron de Europa y se radicaron especialmente en países como Estados Unidos y Argentina. Chile no fue ajeno a parte de esa migración forzada para poder salvar la vida. Pero pese a esos sacrificios el pueblo hebrero esparcido por el mundo mantuvo la característica de una nación, es decir conjunto de seres humanos que poseen las mismas costumbres, similar religión y tradiciones especiales. No eran un país. Para ello debían contar con un territorio propio y con una organización política y jurídica. El inicio de ese proceso fue la Resolución 181 de la Asamblea General de Naciones Unidas aprobada el 29 de noviembre de 1947 que dividió Palestina. Esa fue la base para que allí se creara un Estado.
El 14 de mayo de 1948 el jefe de la denominada agencia judía, David Ben-Gurion, proclamó en Tel Aviv la existencia del Estado de Israel. El territorio otorgado era más bien pequeño y en su mayoría desértico. Allí comenzó esa verdadera cruzada para poblar la superficie asignada y darle vida. Muchos judíos esparcidos por el mundo llegaron a esas tierras para trabajar arduamente por el establecimiento de un país moderno. Se crearon los Kibutz, verdaderas cooperativas que por medio de un trabajo mancomunado dieron prosperidad. Se realizaron cosas tan novedosas como el riego por goteo, lo que dio la posibilidad de usar eficientemente la poca agua existente.
Dada la mística de los habitantes del Israel recién nacido era bastante previsible que sucediera lo que narra la fábula de un zorro y un puercoespín. Se cuenta que un zorro tenía una cómoda cueva donde no pasaba frío y se defendía de la lluvia; un día llegó un puerco-espín y le pidió que por favor le cediera un pedacito de la cueva pues se estaba mojando y carecía de refugio; señalaba que se acomodan de tal forma que no molestaría al usuario primitivo; el zorro se negó argumentando que con sus púas lo clavaría y que le haría la vida imposible; el animal que se mojaba prometió que se transformaría en un pequeño bulto en el rincón más lejano; tanto insistió, que el zorro compadecido le autorizó a guarecerse de la lluvia en su cueva; el recién llegado efectivamente se hizo un ovillo en un lugar remoto del espacio existente. Pasó un lapso y el puercoespín movió una pata usando una parte de la cueva no prevista; enseguida lentamente movió las cuatro extremidades y en definitiva se estiró, rompiendo el acuerdo previo de comportarse de otra forma. Al final el zorro tuvo que abandonar la cueva. Algo parecido sucede con Israel. El espacio asignado pronto le quedó chico y por años desarrolló una política de copamiento de los territorios asignados y tratando siempre en ir un poco más allá. Los asentamientos judíos crecieron. Los árabes colindantes se molestaron con esto y en varias ocasiones les han declarado la guerra a los hebreos y siempre han sido derrotados, lo que ha permitido a Israel crecer en su territorio. Es un hecho que, pese a que siempre han sido derrotados, los árabes perseveran en usar las armas, sabiendo de antemano que las Fuerzas Armadas israelita son pequeñas en número, pero poderosas y que además cuentan con la ayuda de importantes países occidentales.
Esas derrotas seguidas han hecho que Israel se extienda, al igual que el puerco espín. Quizás el caso más notorio fue la guerra del llamado Yom Kipur de 1973. Egipto y otros estados árabes eligieron correctamente la fecha para sorprender al enemigo y planificaron bien la estrategia y la táctica, pero fueron derrotados absolutamente y los dominios israelitas se extendieron más que nunca. Lo que hoy sucede en Gaza es algo similar. Allí el grupo guerrillero Hamas planificó cuidadosamente la muerte y el rapto de un grupo de judíos que asistían a un espectáculo especial. La reacción israelita no se hizo esperar y así se inició el descalabro de la guerra que hoy presenciamos, la que hasta ahora ha significado la muerte de más de 50.000 árabes y la destrucción total de gran parte de la franja de Gaza, cita como vecina de Israel. Hemos presenciado el estado ruinoso en que están ciudades enteras de la zona norte de Gaza, lo que nos hace recordar cómo quedaron ciertas ciudades alemanas después de los bombardeos aéreos de los aliados. Todos los esfuerzos por detener este conflicto han sido inútiles y, al parecer, la decisión final de Israel es quedarse con gran parte de dicha Franja. Se han anunciado una y otra vez negociaciones, pero desgraciadamente siempre han fallado. Cuando por fin se ha logrado algún tipo de acuerdo, no ha pasado mucho tiempo para que una de las partes lo rompa.
Este hecho político-bélico nos tiene a todos espantados, no solo por las muertes y destrucción, sino por la forma como el gobierno judío ha negado incluso la sobrevivencia de árabes que viven allí y que no tienen nada que ver con el movimiento Hamas. Vemos con tristeza y desazón a pobres mujeres y niños rescatando un atado de sus enseres para huir hacia sur, donde la guerra no es tan cruel. Pero lo que resulta más inexplicable, doloroso y rechazable, es la verdadera tortura de hambre a que el gobierno judío tiene sometida a la población de la Franja de Gaza. Ha llegado al extremo de negar la posibilidad de recibir comida y, lo más dramático, la alternativa que niños recién nacidos puedan recibir leche para su sobrevivencia.
La pregunta que cae de cajón es ¿Cómo un pueblo que sufrió por siglos la persecución y el exterminio puede tener una conducta tan feroz contra inocentes civiles? El negar la alternativa que la gente reciba algo de comida, incluyendo la leche para lactantes, significa que ha perdido todo respeto por la vida humana y constituye una acción que sólo podría haber estado en la mente de personeros como Hitler, Stalin o Himmler. Es incompresible que un pueblo que debió soportar por siglos la acción de sus enemigos para exterminarlo, sea hoy capaz de llegar a las barbaridades que está cometiendo en Gaza. Lo que allí sucede es mucho más que un problema internacional. Es la demostración de una brutalidad humana que no acepta explicación. Pienso que Benjamín Netanyahu y los suyos han deliberadamente olvidado todo lo que su pueblo padeció durante cientos de años. No creo que los judíos del mundo se sientan orgullosos de ver lo que hacen los políticos que hoy mandan en Israel.