Trujillo y Maduro: frente a frente

Columna
El Líbero, 31.08.2024
Fernando Schmidt Ariztía, embajador (r) y exsubsecretario de RREE

El pasado miércoles se cumplió un mes del más grosero fraude electoral de la historia reciente latinoamericana. A la oposición venezolana le arrebataron su legítima victoria y se ha originado una cacería contra la sociedad organizada que repudió al régimen en las urnas.

Esto me hizo recordar las “elecciones” de Rafael Leónidas Trujillo, el sátrapa dominicano que gobernó ese país desde 1930. Organizó comicios en 1934, 1942, 1947, 1952, 1957. En tres ocasiones puso a figurones suyos para presidir las farsas y en una de esas, en pleno auge de la democracia como sistema victorioso al finalizar la II Guerra Mundial, autorizó que compitieran dos partidos de su propia creación que, obviamente, no llegaron a sumar ni el 10% de los votos. En las demás obtenía la totalidad. ¡Ni uno en contra! En esa época, ni Stalin se atrevía a tanto. Al igual que Maduro en la actualidad, Trujillo se mofaba de la voluntad popular. Era el Benefactor, así como Chávez es el Eterno Líder, el que se le aparece a Maduro ocasionalmente en forma de pajarito.

Rodeado de aduladores de conveniencia o supervivencia, Trujillo no admitió nunca, ni en su fuero interno, que la sociedad dominicana había cambiado; que el propio éxito económico de etapas prolongadas de su gestión modificó la conciencia del país. El dictador dominicano había eliminado la deuda externa, creó el Banco Central, promocionó una política de industrialización de la que él y su familia participaron impúdicamente, atrajo inversión privada, atrajo inmigrantes y logró que entre 1950 y 1958 el crecimiento dominicano fuera de un 8% promedio.

Análogamente, Maduro tampoco quiere despertar a la realidad y es prisionero de sus aduladores; de un sistema político y jurídico que Hugo Chávez, él mismo y otros cerraron con candado. Está secuestrado por sus propios militares que son parte del esquema clientelista; de una generalizada corrupción; del crimen organizado; de los que sacan el oro ilegalmente del Arco Minero; de los servicios de seguridad cubanos enquistados en territorio venezolano. Peor aún, Maduro no tiene nada que mostrar en lo económico. Más bien al contrario: una reducción del PIB venezolano de un 75% en la última década, la caída estrepitosa de la producción petrolera, cortes regulares de energía, el auge de una extravagante “boliburguesía” como símbolo del poder, lo que contrasta con la salida de más de 8 millones de venezolanos hacia otros países en busca de libertad o simplemente para subsistir. ¿Bloqueo? No, inoperancia.

El fin de Trujillo en 1961 fue violento, murió acribillado en uno de los paseos capitalinos de su propia megalomanía. Para entonces, el entorno regional en el Caribe había cambiado. Poco antes de su asesinato había caído el general Marcos Pérez Jiménez en Venezuela; se derrumbó Fulgencio Batista en Cuba y entraron triunfantes los barbudos en La Habana. En Washington asumía la presidencia John F. Kennedy y el macartismo estaba en franco declive. Es más, Trujillo había fracasado en el complot para asesinar al presidente constitucional venezolano, Rómulo Betancourt, que sucedió a Pérez Jiménez, y quedó en vergonzosa evidencia en todas las Américas. En ese ambiente, el poder total que detentaba -desde la política a los negocios – era absolutamente contraproducente para la mayoría de los dominicanos y para los intereses de Estados Unidos. Trujillo se convirtió en un aliado molesto en Washington, por lo que la CIA no dudó en suministrarle armas al grupo local que preparó por meses la emboscada final. Con la desaparición del sátrapa dominicano se puso fin a la llamada “era Trujillo”, de 31 largos años.

El entorno regional del actual dictador venezolano también ha cambiado en lo sustantivo. Sus aliados de antaño ya no están, se encuentran sumamente desacreditados en sus propios países, o se sienten abochornados de sus actos. Rafael Correa es un prófugo de la justicia ecuatoriana; el kirchnerismo no puede ser más impopular en la hora actual argentina; Fernando Lugo en Paraguay perdió la elección al Senado, y no cuenta políticamente; Lula, Mujica, la inmensa mayoría de la izquierda chilena, Gustavo Petro en Colombia, se avergüenzan de él o directamente lo enfrentan. Algunos no dan un paso más audaz en su contra porque están presuntamente atrapados por “favores” pasados a sus causas políticas o personales. Los que quedan (con la excepción de México que aún le hace el juego al tirano) tienen poco peso en el conjunto de las Américas.

Paradójicamente, a pesar de sus diatribas antiyanquis, no están los tiempos en la actual administración norteamericana para armar complots al estilo del que tumbó a Trujillo. Con Trump no se sabe. En realidad, tampoco cuenta con chinos, rusos o iraníes. Los primeros, están más interesados en cobrar sus deudas que defender al régimen, y los otros demasiado involucrados en sus propios conflictos fronterizos o regionales como para defender a Maduro. En resumen, sólo los cubanos tienen por el dictador venezolano una lealtad perruna, porque su eventual caída es el preludio de la suya, y la forma que tome una salida negociada sienta un precedente.

Desde los años 30 en adelante el tirano dominicano eliminó a sus contrincantes políticos, militares o del mundo económico. Sembró el terror. Algunos investigadores de izquierda calculan en 50.000 los torturados, perseguidos, exiliados o asesinados por Trujillo (estos últimos, dentro y fuera de la República Dominicana). Sin embargo, al no existir documentación el número no es sino una conjetura de horror, especialmente para un país que hacia el fin de la tiranía tenía unos 3 millones de habitantes. Entre las víctimas fatales se cuentan unos 15 a 20 mil haitianos en la zona fronteriza. Durante la “era de Trujillo” no existía una conciencia universalmente extendida sobre el respeto a los derechos humanos (Amnesty se crea en 1961).

De acuerdo con la ONG Provea (Programa Venezolano de Educación-Acción en Derechos Humanos) esa dictadura ha asesinado a 9.465 personas entre 2013 y 2023. La misma entidad registra 40.351 casos de malos tratos y tortura cometidas por agentes de la Policía Nacional y de la Guardia Nacional Bolivariana, en una época en que la humanidad está sensibilizada por el tema. Solamente en el mes transcurrido desde las elecciones del 28 de julio, fueron arrestadas por razones políticas 1.782 personas. Human Rights Watch dice que han debido cerrar 400 medios de comunicación opositores, algo que no está en el radar de la diputada Hertz.

Trujillo compró voluntades en el Congreso norteamericano y recibió a republicanos españoles o a judíos perseguidos por los nazis para “adecentar” su tiranía en otras latitudes. Chávez y Maduro entregaban el dinero directamente o a través de Petrocaribe y ALBA para aceitar la maquinaria política de gobiernos afines latinoamericanos, caribeños y de varias agrupaciones europeas, pero no se han atrevido a recibir en su territorio a grupos de personas con un pensamiento distinto al suyo.

Hay una diferencia importante entre ambas tiranías: Trujillo nunca tuvo enfrente a una María Corina Machado que se ha convertido en un referente en su tierra y en el mundo, y es garantía para una transición pacífica. Cada día gana más prestigio.

Para apoyarla, y que no se siga prolongando el sufrimiento venezolano y nuestro, tenemos que continuar exigiendo las famosas actas de las elecciones y no ceder en la movilización masiva. Esta no es una batalla ideológica, sino ética. Si bajamos los brazos terminaremos construyendo otro personaje de novela que, por su cruel realismo, no puede calificarse de mágico. Nuestra región no puede ser fértil en la creación de espantajos bajo un piso de cadáveres, torturados, desplazados y el más rotundo de los fracasos económicos para justificar un supuesto honor perdido.

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