Trump ante la historia

Columna
El Montonero, 23.01.2020 
J. Eduardo Ponce Vivanco, embajador (r) y ex viceministro de RREE peruano
El destructor del orden internacional forjado por sus predecesores

La historia muestra que, para bien o para mal, el país más poderoso es el principal referente del orden internacional y de la conducta de otros Estados. El caso más reciente es EE.UU., líder de la victoria aliada en la II Guerra Mundial.

Con su impronta se diseñó la compleja red de organismos articulados alrededor de Naciones Unidas. Washington fue el actor determinante para decidir su norma fundamental: la Carta de 1945. Paralelamente, Washington configuró un sistema completo de alianzas estratégicas regionales (como OTAN) para hacer frente a la Unión Soviética y su poderío militar. EE.UU. fue abanderado del mundo libre frente al comunismo subversivo y sus desastrosas políticas económicas.

Concitó la admiración universal por su respeto a los valores esenciales de la democracia y a la separación de poderes (pesos y contrapesos) que los fundadores de la nación establecieron en una Constitución que hasta ahora prevalece.

Estados Unidos y el mundo no son lo que fueron en 1945. Internacionalmente, se ha perdido el referente principal del orden internacional diseñado hace 75 años, después de dos catastróficas guerras mundiales. Un orden que, mal que bien, subsistió hasta el advenimiento de Donald Trump, el lamentable heredero de Roosevelt y Truman, sus principales arquitectos. Ellos y sus sucesores fueron conscientes de que EE.UU. debía ser la columna más robusta del andamiaje internacional que promovieron –y que tenía la responsabilidad principal de mantenerlo–. De esa construcción derivaban, por cierto, mayores gastos y obligaciones militares.

Esa lógica fuertemente internalizada en EEUU y sus aliados de la comunidad internacional se ha hecho añicos. Trump determinó que el peso era excesivo para su presupuesto y optó por desmantelar el paradigma esgrimiendo un postulado antagónico que equipara a USA con todo el continente americano: “América primero” (America first). Que los demás reajusten sus aportes si quieren beneficiarse de un sistema que los favorece.

El populismo nacionalista norteamericano ha calado hondo y se ha replicado por doquier. El país referente de los principios nobles y ejemplificadores se ha convertido en la nación referente de lo contrario. Antagoniza con los aliados que forjó alrededor del mundo cuando los más los necesita frente al desafío incontenible de la China. Y llega al extremo de destruir el sistema de reglas internacionales de libre comercio que tanto costó afirmar en la OMC.

Volviendo al salvajismo de 1930 (Ley norteamericana Hawley-Smoot) Trump eleva aranceles para reducir las importaciones que más incidan en la balanza comercial sin importar la competitividad global ni la economía familiar de los consumidores norteamericanos. Solo le interesa que USA venda más y compre menos. ¡Muerte a Adam Smith y al libre mercado! Así lo ha decretado porque su país está primero; y sus electores nacionalistas lo premian, aunque paguen más por los productos que necesitan.

Populismo puro contra quienes fundaron el orden internacional en 1945, y giro absoluto del primer referente de la política internacional. Las reglas multilaterales acordadas han sido reemplazadas por la prepotencia del Presidente de EE.UU. que hipnotiza a una mayoría resentida, convenciéndola de que sus antecesores prefirieron intereses extranjeros en detrimento de los suyos.

Falta saber si al elector norteamericano lo tendrá sin cuidado que Trump sea el primer presidente que, después de tres años de gobierno, se sigue negando a publicar su declaración de impuestos, a pesar de ser el mandatario más adinerado de la historia del país.

Este es el contexto en que se desarrolla el “impeachment” –o juicio de destitución– meses antes de las próximas elecciones. Como en el caso de Clinton (1998) la mayoría partidaria en el Senado absolverá al presidente, por más clara que sea su culpabilidad. La estrategia de la minoría demócrata es demostrar al electorado que el candidato Trump será exculpado por la mayoría republicana a pesar de las abrumadoras evidencias en su contra. No buscan convencer a los senadores que constituyen el jurado de la cámara alta sino al elector de las elecciones de noviembre próximo.

Es ese votante el que juzgará al presidente arrogante y prepotente que desprecia y desafía al sistema institucional norteamericano y al equilibrio de poderes que lo sustenta sobre la base de la Constitución que rige desde la fundación de los Estados Unidos en 1787.

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