Una guerra sin límites

Columna
El Mostrador, 10.09.2023
Samuel Fernández Illanes, abogado (PUC), embajador (r) y académico (U. Central)

Una guerra de un año y casi siete meses, en el este de Europa, parecía impensable. Sin embargo, es una realidad, con la agresión rusa a Ucrania. Lo más grave es, que no pareciera terminar, ni encontrar alguna solución, pese al esfuerzo de muchos, y a la presión y sanciones al agresor por la mayoría de la comunidad mundial. En consecuencia, merece ser observada de manera diferente. Algunos conflictos subsisten, pero son menores, y no acaparan titulares de los medios. ¿Cuáles podrían ser las características de ésta, que la hacen duradera, y no aparecen a primera vista? ¿Cómo, la gran potencia militar rusa, no se impone frente a un vecino comparativamente menor, que no se doblega? Pueden ser muchas causas. Intentaré referirme sólo a algunas.

Debe haber un trasfondo que no se aprecia claramente. Por sobre la evidenciada personalidad de Putin, tantas veces analizada, existe el arraigado sentimiento ruso de que Ucrania, les pertenece, pues ha sido el origen de la “Madre Rusia” desde el Imperio Zarista, y con su particular existencia. Perteneció a las Repúblicas Socialistas Soviéticas, con relativa autonomía (más aparente que real), aunque distintiva. Tanto, que, junto a Bielorrusia, ingresó como miembro pleno de la ONU. Una de las condiciones soviéticas de entonces para equilibrar la primacía occidental, y para aceptar el sistema del Consejo de Seguridad. Luego, el que la independencia de Ucrania, y sobre todo la cesión de Crimea, constituían una limitación a la ancestral búsqueda expedita de Rusia, hacia los mares que le conectan al Mediterráneo. De ahí, su recuperación a todo costo, y la planificada invasión al país, hoy centrada en esa franja territorial. Cualquiera haya sido el detonante como, el inquietante acercamiento ucraniano a la OTAN, la reivindicación y reocupación de Crimea el 2014, la obediencia irrestricta de Bielorrusia, o la crisis de unidad que presentaba la Unión Europea, no importaban realmente, ante el propósito nunca ocultado, de recuperar todo el país, y dar una advertencia ejemplar, a otras exrepúblicas soviéticas vecinas, que se aferraban, cada día más, a una Europa democrática, y a la mismísima OTAN. Rusia se sintió amenazada, y Putin, el encargado de impedirlo. Los rusos, así lo creen mayoritariamente, y también lo sienten. Un factor nada despreciable.

La última publicación de Grand Continent habla de “Una guerra infinita” en el llamado “Sahel” africano, y la confrontación, por 20 años, entre las potencias occidentales y los yihadistas musulmanes, desde Mali a Níger, y ahora Gabón, y sus avances mediante golpes de estado, ante la impotencia de Francia, y las vacilaciones de Estados Unidos, imposibilitados de involucrarse militarmente. Se puede comparar con la guerra en Ucrania. Putin ha sabido aprovecharlo, como también China, pues no pretenden imponer democracias, ni seguir el modelo occidental. Se han transformado en apoyos, sin condiciones, y aliados útiles a sus objetivos. Asimismo, la penetración del Grupo Wagner, abrió camino a los rusos, y pese a la muerte de Prigozhin, es probable que vuelva a reconstruirse, tal vez reformulado al alero militar ruso; para evitar la intolerable humillación de llegar con tanques, a doscientos kilómetros de Moscú, aplaudido por la población. El largo brazo vengativo de Putin, demostrado en tantos otros casos de contrarios menos peligrosos, sería muy extraño que esta vez no hubiere sido puesto en práctica. El accidente aéreo y la muerte de su líder, es a lo menos, dudosa.

Por su parte, Ucrania ha demostrado un valor y una determinación única, sostenida pese a la relativa inferioridad ante una potencia como Rusia. Su presidente, Zelenski, ahora es una figura reconocida, sin necesidad de uniforme ni instrucción militar, era casi un desconocido.  Permitió, la reunificación de la OTAN, sumar nuevos integrantes y, sobre todo, lograr el involucramiento cada día mayor de sus miembros, no sólo políticamente, demostrado en las condenas a Rusia y el desprestigio de Putin, más sanciones, si bien no demasiado efectivas, ya que muchos siguen comprando su gas o petróleo financiando en buena parte su guerra; sino armamentística, con armas modernas y tecnología, lo que tampoco estaba previsto. La resistencia ucraniana ha demostrado que, incluso una gran potencia, puede ser limitada en sus acciones ilegales, y a pesar de que el sistema de seguridad existente no haya podido funcionar, precisamente, porque hay una gran potencia, y los riesgos son inmensos.

Tal vez, éste es el aspecto más significativo de esta guerra inconclusa, y que podría ser mucho más larga y perjudicial que otras. La NATO está advertida y alerta. Cualquier mal cálculo o un simple error, podría derivar en una conflagración mayor. Todos lo saben, desde el propio Putin que procura no agredir a ninguno de sus miembros, aunque lo quisiera, e intenta atraer aliados, organizando reuniones y regalando trigo. Tampoco los occidentales, la solidaridad con Ucrania tiene sus límites y las peticiones de más y sofisticados armamentos, están dosificadas y calculadas. Una guerra más amplia, en definitiva, no beneficia a nadie. Conviene recordarlo, aunque como toda confrontación, se sabe cuándo se inicia, pero nunca cuándo termina.

El desgaste y daños han sido inmensos. Incluso los presupuestos acordados por los países de la OTAN se han disparado, y eso repercute inevitablemente, con todos los efectos conocidos. Rusia misma, ha comprometido más de lo imaginado, y la población, por mucho que esté férreamente bajo control, se resiente. Por sobre los efectos de toda guerra, el que perdure interminablemente, pasará la cuenta a todos. Si bien la propaganda de lado y lado intenta mostrar éxito, no será perdurable. Son los hechos y cifras, los que mandan, y no son buenos para ninguno. En Ucrania, no es necesario mostrar la guerra, la sufren a diario y en distintas ciudades y campos. Y hasta en Rusia, que confiaba en la irreal “operación militar especial contra los nazis ucranianos”, tan necesaria y exitosa, ya no se puede ocultar. Los drones que han llegado a Moscú son bien reales, y les muestran que están en guerra, y no logran imponerse. Ni qué decir de las bajas, siempre ocultas y tergiversadas, pero los caídos, sí que son reales y las familias lo constatan.

Todo dependerá que la mística triunfadora se mantenga, con los rusos ofuscados y los ucranianos, resistiendo. Por ahora es así, sea por propaganda o convencimiento. El verdadero problema vendrá, cuando las ilusiones choquen con la cruda realidad. No hay todavía, vencedores y vencidos, ni tampoco hay paz, mientras esta guerra continúe, sin límites, pudiendo extenderse a otros participantes.

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