Una narrativa veraz

Columna
El Líbero, 20.04.2024
Fernando Schmidt, embajador (r) y exsubsecretario de RREE

Una bandera extraña a los chilenos ondeó profusamente en esos aciagos días de octubre de 2019, los del llamado “estallido”. ¿Cuándo surgió? Fue en 1992, coincidentemente con el V Centenario del “Descubrimiento de América/ Encuentro de Dos Mundos” que se creó la “wenufoye”, como símbolo del Consejo de Todas las Tierras, que a su vez busca la autodeterminación mapuche en diversas formas propias de un Estado y que, según una narrativa de izquierda, mítica y falaz, sería preexistente al Estado de Chile.

En realidad, antes de la llegada de los españoles no había en aquel territorio ni bandera ni Estado, sino un valioso pero heterogéneo grupo humano unido por una lengua, creencias, tradiciones, cultura, y limitado territorialmente a las zonas central y sur.

¿Dónde se origina la reivindicación de un pasado inexistente? De la teoría política, donde la lucha de clases marxista se traslada a un nuevo relato de demandas de minorías respecto del establishment, entre estas un indigenismo idílico contrapuesto a la opresión de cuño occidental. A ello se agrega, a mi entender, la paralizante perplejidad (cuando no cooperación pasiva) de una parte de la intelectualidad que prefirió la corrección política a la verdad.

El Quinto Centenario repuso la leyenda negra de España en América, creada por ingleses y holandeses. Este relato siempre sirvió a una intelectualidad americana que necesitaba explicar los fracasos políticos y económicos propios. Según Carlos Rangel, periodista y diplomático venezolano autor del olvidado ensayo “Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario” (1976), la negación del pasado hispano integrador comenzó “cuando los latinoamericanos, al despertar en el siglo XIX a la conciencia nacional, encuentran una base mítica en el pasado precolombino de América; y, más recientemente, incluso hoy, sirve para intentar disculpar o disfrazar el fracaso de América Latina, hija del Buen Salvaje, mujer del Buen Revolucionario y madre del Hombre Nuevo”.

La base de este pensamiento descansa en dos pilares, ambos europeos. El primero, la creencia durante el Renacimiento de haberse hallado en las Américas al hombre sin pecado original. Colón describe la geografía descubierta y a sus habitantes así: “… no existe mejor tierra y mejor gente: aman a su prójimo como a sí mismos…”. La idea utópica llegó a Tomás Moro poco después. Luego, Montaigne propone a los europeos una revolución sangrienta para devolver a los hombres a su estado natural y compensar así las desigualdades antinaturales en las que habían sucumbido los de su tiempo. Doscientos años más tarde, estas ideas fueron recogidas por Jean Jacques Rousseau y, en otro contexto político e histórico, por Mao Tse-Dong o el Khmer Rojo, que por aquel sueño regresivo dejaron una estela de millones de muertos.

Rangel continúa: “A causa del mito del Buen Salvaje, Occidente sufre hoy de un absurdo complejo de culpa, profundamente convencido de haber corrompido con su civilización a los demás pueblos del planeta, agrupados genéricamente bajo el calificativo de ‘Tercer Mundo’, los cuales, sin la influencia occidental, habrían permanecido supuestamente tan felices como Adán y tan puros como un diamante”.

El segundo pilar es el “milenarismo”, según el cual la salvación humana depende de “volver a la perfección que tuvo antes de su caída (o antes de la propiedad privada)”. La teoría chocó con el espíritu racionalista importado desde Francia en el XVIII, pero era una explicación útil, según el venezolano, para “postergados, marginados, frustrados, fracasados, despojados de su derecho natural al mismo gozo de los bienes de la tierra que los Buenos Salvajes de América supuestamente disfrutaban antes de la llegada de las fatídicas carabelas”.

En estos años nadie se ha atrevido a enfrentar la falsa narrativa con la verdad. Por el contrario, el actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, le pidió al rey Felipe VI en 2019 “que el Reino de España exprese de manera pública y oficial el reconocimiento de los agravios causados (por la conquista) …”, y en todas partes de nuestra América fueron retirados o mal vistos los monumentos a Colón, a los descubridores o los conquistadores, y sus figuras “canceladas”.

No obstante, acaba de estrenarse el documental “Hispanoamérica, canto de vida y esperanza” del cineasta José Luis López-Linares, que plantea desde una perspectiva realista que ambas partes, España y América, no se pueden comprender cabalmente la una sin la otra. Es más, en nuestra América los únicos elementos que nos permiten genuinamente tildarnos de “hermanos” provienen de la religión, las creencias, la lengua y la cultura traídas desde España. ¿Qué tenían en común los aztecas y los mapuches? ¿El náhuatl y el mapudungún? Hasta el día de hoy un chileno, un hondureño y un cubano comparten mucho más entre sí que un español, un sueco y un polaco.

¿Es o no cierto, como lo señala el documental, que la conquista del imperio azteca fue posible gracias a que 90.000 tlaxcaltecas acompañaron a 900 españoles en una lucha de liberación? ¿O que la palabra “raza” hasta fines del S. XVIII no era sinónimo de etnia y discriminación? Todo esto lo plantea el documental, fundamentalmente, a partir de la voz de brillantes historiadores, musicólogos y especialistas americanos como Enrique Krauze, Carlos Leáñez, Marcelo Gullo, Ramón Mujica, o el chileno Marcelo de la Puebla.

Esta película recoge sin complejos las ideas centrales de España en América y viceversa. Por un lado, el respeto y dignidad de las personas; que los territorios americanos fueron reinos y no colonias; la promoción del mestizaje para unificar en igualdad; la fundación de ciudades; un sistema de controles y contrapesos; la simbología religiosa, etc. Por la otra, la influencia americana en los instrumentos, en el flamenco; el descubrimiento de nuevos colores; la visión del mundo; los sabores. Como resultado de la fusión de ambos, el cultivo popular por el barroco en la pintura, la música, la arquitectura, la escultura, la danza o la religiosidad. De hecho, no queda claro qué parte le debe más a cuál.

Es innegable que como toda obra humana la ocupación de América por España estuvo plagada de abusos, pero también de un pensamiento cristiano en torno a la dignidad de la persona, que subsiste, y una estructura política y jurídica que intentó contener por varios medios las injusticias cometidas.

A casi 200 años de la batalla de Ayacucho que consolidó la independencia en toda América del Sur, el documental debería ser visto y meditado por la mayor cantidad de personas, aunque mucho me temo que a Chile no va a llegar. Pienso que las plataformas no se atreverán a ponerlo en sus parrillas porque seguimos todavía muy expuestos a lo políticamente correcto, al temor a ser “cancelados”. Todavía preferimos sacrificar la realidad y quedarnos con los símbolos nacidos al alero de los mitos, como la “wenufoye”.

Por ello, me encantaría que El Líbero pudiera un día organizar para los miembros de su red y el público en general una proyección de este esclarecedor documental. Lo requiere la ignorancia sobre el pasado que nos ahoga, alienta el “octubrismo”, y que impide ponernos de acuerdo sobre lo que somos ni lo que queremos ser, al decir de Rangel.

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