Xi, Hu y la estética del poder

Editorial
El Mercurio, 26.10.2022
Sus compatriotas y el mundo pueden darse por enterados: el líder no tolerará disensos.

El pasado sábado —último día del XX Congreso del Partido Comunista chino— y luego de que las cámaras de televisión se instalaran para recoger las imágenes del final del evento, Hu Jintao, antecesor del actual líder chino, Xi Jinping, sentado al lado de este, fue invitado a dejar el salón de manera abrupta. Las imágenes sugieren que fue en contra de su voluntad, aunque la explicación oficial del gobierno chino es que el exlíder, de 79 años y físicamente débil, no se sentía bien, y por eso fue ayudado a retirarse.

Resulta difícil entender que en un evento tan esperado —el más importante de los últimos congresos del PC chino, que se realizan cada cinco años y en el que se iba a romper la tradición de a lo más dos períodos en que un líder podía ocupar dicha posición—, con un libreto minuciosamente estudiado, se considerase la presencia de un exlíder cuya salud no le permitía asistir. Tampoco era necesario que su humillante salida quedara registrada en detalle para que todo el mundo la viera, pues bastaba que las cámaras hubiesen ingresado después del bochornoso episodio. A menos, claro, que el propósito del incidente hubiera sido precisamente ese. Es decir, que ante los ojos de la población china, de los millones de militantes del PC, de los miles de miembros de su más alta jerarquía y, por supuesto, del resto de la población mundial, quedase claro que la postura que Hu Jintao representaba, presumiblemente contraria a la reelección de Xi o al menos crítica de su personalismo, no sería tolerada.

La era de Hu —entre 2002 y 2012— fue considerada de apertura al mundo y de tolerancia a nuevas ideas, con una internet con más libertad de acción. En su período tuvo lugar la exitosa Olimpiada de 2008 y la llegada de muchas empresas extranjeras, todo lo cual generó un constante ascenso en la reputación del país. Por su parte, cuando Xi llegó al poder, llevó a cabo una fuerte represión a la corrupción que se había detectado en múltiples ámbitos, lo que también le sirvió de excusa para deshacerse de posibles rivales. Ello le permitió que en el siguiente congreso se modificara la regla de los dos períodos, y que en este quedase proyectado —luego de ser ratificado al mando del partido— para gobernar un tercero.

El camino escogido por Xi es, en cierto modo, una vuelta a la doctrina original de Mao, aunque desplegada desde una posición de poderío económico, tecnológico y militar muy superior a los tiempos de aquel. El “pensamiento” de Xi, incorporado a la Constitución china, procura consolidar el liderazgo del PC en la conducción del país hacia la cúspide que se merece, dejando atrás la humillación que durante diferentes períodos de su historia sufrió a manos de potencias extranjeras. Asimismo, pretende corregir los “desvíos” que se observaban en una juventud abstraída por los videojuegos, el poder que estaban alcanzando las grandes empresas tecnológicas y la desigualdad que tan flagrantemente se estaba instalando, todo lo cual es contrario al marxismo de base en el cual se formó Xi.

Luego de este episodio, sus compatriotas y el resto del mundo pueden darse por enterados: su líder no tolerará los disensos e impondrá un fuerte control a la población, que asegure que su conducta no se desvíe del camino determinado por el partido. Un liderazgo autocrático como este, al inducir una burocracia obsecuente y acrítica, impide corregir a tiempo los errores que se cometan, ahoga la innovación y rigidiza las opciones de cambio. Preocupante para un país que, más allá de sus impresionantes avances, está mostrando signos de desgaste en su crecimiento, enfrenta un problema de acelerado envejecimiento y ha construido una sociedad compleja y diversa, que no necesariamente aceptará de buen grado tanta imposición por tanto tiempo. En este contexto, la efusiva carta de saludo que el Partido Comunista de Chile enviara la semana pasada a su par de China justo en momentos en que se consolida allá el más férreo autoritarismo constituye por cierto un documento inquietante.

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