Y ahora, ¿qué?

Columna
El Confidencial, 14.11.2020
Jorge Dezcállar de Mazarredo, Embajador de España
Una cosa es pedir el recuento de votos y otra muy distinta acusar de que le están robando la elección. Es mentira y hace mucho daño a la legitimidad del sistema electoral norteamericano

Biden ha ganado las elecciones, le han votado cuatro millones más de personas que a Trump y además ha sobrepasado el umbral de 270 votos electorales que necesita para la investidura, pero se enfrenta al problema no menor de que Trump no reconoce su victoria, a diferencia de lo que hicieron Ford en 1976, Carter en 1980 y Bush (padre) en 1992, que son los antecedentes más próximos de presidentes en ejercicio que no han logrado revalidar el mandato popular. Todos ellos aceptaron con elegancia la derrota, pero Trump no sabe lo que es elegancia, igual que también ignora muchas otras cosas.

Trump ha tenido una cifra muy respetable de votos, 70 millones que representan el 48% del electorado, aunque sean insuficientes para darle la presidencia. Y como se ve que le ha cogido gusto al cargo se apunta a todo tipo de mentiras y de teorías conspiratorias sobre robos de votos mientras se cuentan otros que, según él, son ilegales. Pero no aporta  ninguna prueba de estas graves acusaciones que repiten sumisamente algunos prohombres republicanos como los senadores Ted Cruz o Lindsey Graham, mientras el propio partido sigue junto a su presidente como un solo hombre, aunque quiero suponer que muchos de sus miembros estarán muy incómodos con el espectáculo que da su jefe de filas. Pero si lo están, no lo dicen. Mike Pompeo, secretario de Estado, afirma sin rubor que vamos camino de un segundo mandato de Trump, y Mitch McConnell, jefe del Senado, afirma que Trump está en su derecho al exigir que se examinen con detalle las irregularidades que denuncia.

Lo que pasa es que una cosa es pedir el recuento de votos, algo que en algunos estados es incluso automático cuando el resultado ha sido muy ajustado (como en Nevada o Pensilvania) y otra muy distinta acusar de que le están robando la elección. Porque eso es mentira y hace mucho daño a la legitimidad del sistema electoral norteamericano y a la propia imagen de la democracia en el mundo. Xi Jinping ya ha dicho que lo que pasa demuestra la decadencia del sistema democrático (que subliminalmente contrapone a su capitalismo totalitario), y en la propia Europa la mitad de los ciudadanos piensa que algo funciona mal en la democracia norteamericana cuando un presidente se puede comportar como el bielorruso Lukashenko, que tampoco es partidario de perder elecciones. El espectáculo es bochornoso.

Yo no sé qué hará Donald Trump cuando por fin se vea forzado a dejar la Casa Blanca aunque le imagino en su golf de Mar-a-Lago huyendo de Hacienda, de los acreedores y del juicio de la Historia mientras rumia si fundar una cadena televisiva más a la derecha del Canal Fox o si presentarse a las elecciones en 2024. Con este individuo todo es posible. Incluso que acabe entre rejas.

Lo que es importante a retener es que, aunque Trump se vaya, el "trumpismo" permanece y lo hace porque Donald tiene 88 millones de seguidores en Twitter, muchos de los cuales son votantes suyos convencidos de que ha habido una gran conjura para arrebatarle la presidencia. Como él mismo ha dicho, "yo saco la rabia que las personas llevan dentro". Populismo puro. Entre ellos están los "conspiranoicos" de QAnon que con Marjorie Taylor han entrado en la Cámara de Representantes y que se sienten muy enfadados y agraviados. Tendrán el apoyo de algunas grandes corporaciones que prefieren pagar menos impuestos y contarán con dos grandes bazas: un Tribunal Supremo muy sesgado hacia posturas muy conservadoras después de que el propio Trump haya propuesto a tres de sus nueve integrantes (Kavanaugh, Gorsuch y Barrett) con lo que ahora tiene seis conservadores y tres progresistas en sus filas. La otra baza es un Senado que probablemente seguirá en manos del Partido Republicano.

De momento habrá recuento de votos en algunos estados y batallas legales que harán ganar mucho dinero a legiones de abogados y que probablemente no cambiarán nada. Lo más importante a corto plazo es la batalla por el Senado. En este momento, los republicanos tienen 50 senadores y los demócratas, 48. No han conseguido los senadores que pretendían y están en minoría. Su única esperanza es conseguir las dos plazas que han quedado para una segunda vuelta el próximo 5 de enero en Georgia. Allí dos candidatos demócratas, Warnock y Ossoff, se enfrentarán a los republicanos Loeffer y Perdue. La batalla es a muerte y ambos partidos lo saben. Por eso están echando el resto en esta elección; porque, si ganaran los demócratas, se asegurarían 50 senadores y la Cámara Alta se repartiría por igual, con el importantísimo matiz de que en ese caso los empates los decidiría la vicepresidenta electa, Kamala Harris, que -aunque no es senadora- preside el Senado y tiene voto de calidad.

Ganar el Senado es muy importante para Biden porque, si lo tiene en contra, le será muy difícil poder cumplir su agenda en muchos ámbitos. Sin ir más lejos, le será prácticamente imposible llevar adelante su ambicioso programa de lucha contra el cambio climático prohibiendo las perforaciones de gas y petróleo 'off-shore' y en el Ártico, y que pretende lograr la neutralidad de las emisiones de CO2 en 2050 con un generoso programa de impulso a las energías renovables, además de regresar al Tratado de París y convocar en el primer año de su mandato una cumbre de los países que más contaminan. Si los demócratas no se logran hacer con el Senado, no le quedará otra a Biden que utilizar sus relaciones personales, forjadas tras 36 años como senador, para lograr que algunos republicanos le apoyen en cada ocasión. Y será un vía crucis vergonzoso, con precios por cada voto diariamente al alza como ocurre ahora entre nosotros.

Hacia las próximas semanas, las fechas a retener son la del 8 de diciembre, que es cuando cada Estado debe elegir a sus delegados; la del 14 de diciembre, que es cuando esos delegados se reúnen y nombran al candidato a la presidencia; la del 6 de enero, que es cuando el Congreso recién elegido cuenta los delegados que tiene cada candidato y elige al presidente; y el 20 de enero, que es la fecha de toma de posesión del presidente electo. Y para eso aún quedan 70 días en los cuales el presidente sigue siendo Donald Trump y asusta pensar lo que se puede hacer durante ese tiempo. Ahora, por ejemplo, acaba de destituir al secretario de Defensa, Mark Esper, y no se sabe si lo ha hecho porque le considera incompetente, porque se quiere vengar de su negativa a llevar al Ejército a reprimir manifestaciones de protesta racial o porque está pensando hacer algo y no quiere objeciones. También ha ordenado que se prepare un nuevo presupuesto, como si fuera a seguir gobernando. Y entre tanto la directora de la Administración General de Servicios se niega a confirmar la victoria de Joe Biden y a desbloquear los fondos para que los equipos de transición puedan comenzar a trabajar.

Lo dicho, una vergüenza. ¿Qué no estarían diciendo los Estados Unidos si eso mismo sucediera en otro país? Lo condenarían, con mucha razón, pero hay quien ve la paja en el ojo ajeno y no ve la viga en el propio. Ojalá esta situación tan absurda termine pronto por el bien de ese gran país que son los Estados Unidos y también de la misma imagen de la democracia en el mundo.

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