Opinión PanAm Post, 27.01.2016 Priscila Guinovart, docente y escritora uruguaya
- Las personas adoran lo que el ex presidente uruguayo representa, no lo que en realidad es
Si bien muchos pueden creer que las grandes naciones requieren de grandes líderes, yo, al igual que la mayoría de los libertarios, creo que las grandes naciones requieren de grandes individuos.
En 2004, asistí a una conferencia que brindó el anterior presidente uruguayo y actual ícono pop José “Pepe” Mujica en San Carlos. Queda a tan solo 22 kilómetros de Punta del Este, una de las ciudades balnearias más exclusivas del mundo y que alguna vez recibió el mote de “el Saint Tropez de América Latina“.
Que Mujica ya se encaminaba a convertirse en la celebridad que es hoy lo evidenciaba el hecho de que el teatro donde se desarrollaría la conferencia estaba más abarrotado que nunca. No obstante, conseguí un asiento.
Para serles honesta, apenas me moví — casi no pestañeé — durante su discurso. No me gusta admitirlo, pero sonaba como alguien maduro, firme y experimentado. Incluso derramé una lágrima cuando, al final, dijo: “Si ustedes no cambian, nada cambiará”.
Fue un momento emotivo para toda la audiencia. El público ovacionaba a Mujica cuando compartía supuestas perlas de sabiduría como “No tengo nada, y sin embargo me considero un hombre afortunado, porque las posesiones y el dinero no determinan realmente la riqueza”.
Doce años después, he aprendido que José Mujica es probablemente la mentira más grande que haya salido de Uruguay. Frecuentemente debato con amigos argentinos, chilenos o españoles cuando dicen “ojalá tuviéramos un líder como él”.
No, queridos amigos. Ustedes, como la mayoría de las personas, lo que adoran es aquello que Mujica representa, no lo que en realidad es. Mujica es un hombre que, siendo presidente de Uruguay, afirmó: “como te digo una cosa, te digo la otra”. Su Gobierno llevó a la bancarrota a dos empresas: PLUNA, la aerolínea donde tiene participación el Estado uruguayo, y ANCAP, la petrolera enteramente de propiedad estatal.
Lo sé, cualquier libertario lo hubiera predicho. El economista Milton Friedman tal vez lo resumió mejor que nadie con la frase: “Si se pusiera al Gobierno a cargo del desierto del Sahara, en cinco años habría escasez de arena”. Pero la situación en Uruguay es mucho peor.
La nación sudamericana que alguna vez fue modelo educativo ahora arroja los peores resultados en décadas. Aunque el valor del petróleo está cayendo en todo el mundo, los uruguayos pagamos más por combustibles — y por ende, todo lo demás — que cualquier otro país del continente entero.
Pero, ¿se debe culpar por esta deplorable condición a Mujica y Tabaré Vásquez, su invisible e impotente predecesor y sucesor? Por supuesto, pero no son los únicos responsables.
El pueblo uruguayo, así como los pueblos de todas las naciones, no deberían aceptar esta bajeza de parte de ningún Gobierno. Sin embargo, aquí estamos los uruguayos, haciendo lo que sabemos hacer mejor: quejarnos.
“No hay candidato fuerte en la oposición”, la gente dirá, porque claro, alguien tiene que surgir para salvarnos de nosotros mismos. Otro héroe, otro líder, otra mentira.
“Si ustedes no cambian, nada cambiará”. Todavía concuerdo con esas palabras, tal vez ahora más que nunca. Nosotros, y solamente nosotros, podemos revertir el status quo. Depende de nosotros exigir no solo explicaciones, sino también la renuncia de varias autoridades de los tres Gobiernos pasados (Vásquez, Mujica y Vásquez nuevamente).
Es nuestra responsabilidad rehusarnos a financiar la carrera política de nuestro vicepresidente y anterior presidente de ANCAP, Raúl Sendic, a través de impuestos impagables. El poder del individuo será siempre mayor que el del colectivo que oprime. Y necesitamos reaccionar, ahora.
En septiembre, cuando viajé de Munich a Nuremberg en tren, había una señora de edad sentada a mi lado leyendo el periódico Süddeutsche Zeitung. Mujica estaba en la portada. Él estaba de visita en algunos países europeos, dando el mismo discurso que había dado en San Carlos hace tantos años.
Sus palabras son exactamente lo que la gente quiere escuchar, y él disfruta de los aplausos y la popularidad. Le encanta vivir la mentira. Le nutre.
El “gran líder” que nos suplicó que cambiáramos continúa siendo una fotocopia de sí mismo. El “líder genuino” que desdeña la riqueza y la vanidad, disfruta de la alfombra roja.
Esperamos que Pepe Mujica sea la última celebridad socialista de América Latina.