¿Chile en crisis? Algunas reflexiones para el debate

Columna
OpinionGlobal, 11.02.2017
Jaime Undurraga M., abogado y consultor de empresas

Que Chile está pasando por un período de crisis, qué duda cabe. El punto central es, a mi juicio, si acaso este es un fenómeno sólo nacional o es un fenómeno mucho más amplio del cual Chile es una manifestación más, con sus peculiaridades propias por cierto, pero parte de un mismo fenómeno. El definir el contexto correcto me parece importante para no desviar el diagnóstico y buscar un camino de salida.

¿Qué ejemplos se pueden dar para ilustrar esta crisis?

  • Desconfianza generalizada en las instituciones políticas
  • Desconfianza en organizaciones antes intocables (Iglesia, Parlamento, empresas, finanzas, etc)
  • Emergencia social de una clase media “sin control” salvo el consumo
  • Auge del individualismo
  • Globalización ¿Qué entendemos realmente por ella?
  • Acceso irrestricto a la información. ¿El fin de los secretos?
  • Cambios en la Familia y el Matrimonio ¿El fin de los compromisos de largo plazo? ¿O el fin de las hipocresías? ¿O ambos?
  • Nuevas generaciones inentendibles para sus padres (la generación digital)

Todo lo anterior no lo veo tan distinto de lo que me tocó vivir y observar en mi estadía en la Universidad en USA, en los años 60. El país era un caos total a primera vista. Una generación entera rompiendo violentamente con los paradigmas de sus padres; el movimiento hippie; la música rock; asesinato de L. King y Kennedy; crisis de los misiles con Cuba; pérdida de la guerra de Viet Nam (todo por TV ); etc. La década de los 60 fue sin duda la más revolucionaria del siglo XX. Y, sin embargo, aquí estamos.

Pero la diferencia con lo que ocurre ahora tiene que ver mucho más con algo que describió Alvin Toffler ya el año 64, en su famoso libro “The Future Shock”. Más que sólo el cambio mismo, lo que producía el shock era su velocidad. Pues bien, dicha velocidad se ha transformado ahora en algo exponencial. Con la globalización se han establecidos múltiples “aceleradores” de dichos cambios. Es lo que denomino Contextos de Alta Volatilidad (CAV). Modelos de negocios que antes duraban décadas, ahora duran meses; instituciones jurídicas que duraban muchos años ahora quedan obsoletas por realidades que el legislador nunca imaginó hace sólo pocos años atrás; temas nuevos como el medio ambiente, los cambios en la salud de la población, Internet, la organización del Estado de acuerdo a parámetros de cien años atrás o más; organizaciones que antes eran intocables, hoy son objeto de un escrutinio brutal; etc.

Sí. Pareciera que todo es cuestionable. Eso tiene que ver con los nuevos niveles de educación (aunque sea imperfecta pero mejor que la que había en los años 60 en Chile y en el mundo), entre otras cosas. Pero ¿es acaso tan malo cuestionarse todo? Ha sido una constante en el ser humano durante toda su existencia. Que a veces le ha costado más, sin duda. Pero siempre lo ha hecho.

¿A qué le tenemos miedo en este cuestionamiento? ¿Cuáles son sus riesgos? ¿Cómo se canalizan los cuestionamientos?

Para eso está el sistema democrático, pero ¿en qué está fallando?

Me parece que sí estamos en el fin de un ciclo, de una era, en el fin de la cultura de la Revolución Industrial, o bien, en el final del enfoque mecanicista de Newton y de la primacía de la teoría de la evolución y de la adaptación de las especies de Darwin. Cualquiera sea. Pero, sin duda, ante la emergencia de nuevos paradigmas en una cantidad de aspectos de la vida nuestra. Todo parece caótico. Pero los seres humanos también son sistemas complejos adaptables y han sabido salir se situaciones igual o más caóticas que las que vemos.

Una de los signos del fin de una era, a mi juicio, se traduce en la impotencia creciente frente al fracaso de las herramientas que hemos inventado para tratar de predecir  –ergo atrapar– el futuro. La economía es un ejemplo claro de aquello. Las predicciones de las crisis; los manejos financieros; las planificaciones estratégicas; todas mostrando un fracaso bastante comprobable. Herramientas que se inventaron para mostrar tendencias o probabilidades se transformaron en dogmas de fe. Los supuestos sobre la predicción del futuro se transformaron en datos. Y han fallado.

Anticipar el futuro ha sido una constante en las aspiraciones del ser humano. Durante muchos siglos el futuro que importaba estaba en el más allá y eso lo aseguraba la Iglesia. Hoy está en el más acá y no sabemos cómo anticiparlo. Lo cual produce gran ansiedad. ¿Cómo podemos operar en esta incertidumbre que siempre ha existido?

Ahí entramos, creo, al terreno de los valores; de la coherencia entre lo que se piensa y se hace; a la escucha de las nuevas ideas; a buscar una sociedad más empática; a analizar la economía de la colaboración; y otras nuevas y espectaculares  tendencias y modelos que están apareciendo. Dentro de este caos aparente surgen –como siempre– señales de una nueva adaptación del ser humano a los cambios de contexto. De ahí mi optimismo hoy día.

Finalmente (por ahora), toda esta incertidumbre creo que se puede y debe enfrentar con la receta de Peter Drucker, cuando dice que la mejor manera de anticipar el futuro es creándolo. A lo Einstein o a lo Steve Job.

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