Columna El Líbero, 27.06.2025 Juan Lagos, investigador (Fundación para el Progreso)
La irrupción de la señal estatal rusa RT en la televisión abierta chilena ha generado una controversia inmediata. Emitida desde esta semana por Telecanal, la programación fue reemplazada sin previo aviso por contenidos producidos en Moscú, lo que encendió las alarmas en diversos sectores. Mientras figuras como Daniel Jadue y la embajada rusa celebran la decisión como un aporte a la “pluralidad informativa”, en la oposición ya se presentó un oficio ante el Consejo Nacional de Televisión, cuestionando la legalidad de la operación y alertando sobre la instalación de un medio vinculado al aparato propagandístico del Kremlin en la parrilla nacional. Este caso nos invita a reflexionar sobre los alcances de la libertad de expresión y, más importante aún, nos exige conocer mejor el historial, los métodos y los objetivos de la cadena estatal rusa, así como valorar la importancia de contar con medios de comunicación serios y comprometidos con la ética periodística.
Trayectoria, doctrina y prácticas editoriales de RT
La historia de RT comienza en 2005, en un contexto de redefinición del papel global de Rusia tras la consolidación del poder de Vladimir Putin. El canal fue presentado como una vitrina moderna de la cultura, historia y avances del país, orientada a mejorar su imagen exterior -tal como lo hacen otras cadenas estatales como la BBC o Deutsche Welle-. Sin embargo, su misión original pronto se vería desplazada por otros objetivos que la transforman, ya no en una herramienta de soft power, sino en un instrumento de sharp power al servicio de los intereses estratégicos de Putin. Algunos analistas señalan que el punto de inflexión llegó en 2008 a causa del conflicto entre Rusia y Georgia, cuando el Kremlin concluyó que había perdido la batalla informativa frente a Occidente.
Esta evolución, más que una respuesta coyuntural al conflicto en Georgia respondía a un marco ideológico que el régimen de Putin venía desarrollando desde antes. Como bien se relata en el libro Russia Today and Conspiracy Theories, desde los primeros años de su Gobierno se consolidó una narrativa que proyectaba a Rusia como una potencia cercada por el poder occidental, pero moralmente superior en su defensa de la soberanía popular. Bajo la influencia de Vladislav Surkov, se formuló la doctrina de la “democracia soberana”, que reinterpretaba el orden global como un enfrentamiento entre los pueblos que buscan autonomía -representados por Rusia- y las élites liberales que buscan perpetuar su hegemonía. En este esquema, la evolución de RT no fue una anomalía, sino un paso necesario para que transformar a la cadena rusa en una plataforma con apariencia pluralista, pero orientada estratégicamente a erosionar la credibilidad de las instituciones occidentales, amplificando las voces críticas y encuadrando a Rusia como el portavoz legítimo de los excluidos del sistema global.
Sin duda, la mayor muestra de la rápida transformación de RT se evidencia en el cambio de discurso de su editora en jefe, Margarita Simonyan. Si en 2005 prometía que el canal sería un modelo de libertad editorial, independiente de los dictados del Gobierno, en 2012 defendía abiertamente su rol como instrumento militar, afirmando que su misión era tan relevante como la del Ministerio de Defensa. Este tipo de declaraciones marcan una diferencia sustantiva entre RT y otras cadenas estatales extranjeras, que podrán legítimamente ser objeto de críticas, pero sus directivos no se han definido jamás como operadores dentro de una lógica militar. Y aunque sus defensores intentan equiparar a medios como la BBC, sugiriendo que RT es simplemente una versión menos hipócrita, son precisamente las afirmaciones de sus directivos las que exponen una diferencia fundamental.
Esta diferencia no solo se evidencia en las palabras de sus máximos responsables, sino en una cultura organizacional profundamente alejada de cualquier estándar ético del periodismo profesional. Así lo demuestra el estudio empírico de Elswah y Howard, basado en entrevistas a periodistas que trabajaron en distintas oficinas de RT en el mundo. Según estos testimonios, el canal opera no como una agencia de noticias, sino como un dispositivo de manipulación: se omiten hechos selectivamente, se enmarcan los contenidos con sesgo deliberado y se diseminan teorías conspirativas con el fin de distorsionar la percepción pública. La desinformación no es un error, sino una práctica estructural. Lejos de promover una ideología coherente, RT adopta discursos contradictorios según lo que mejor sirva para socavar el orden liberal occidental. Todo esto en un entorno donde se premia la obediencia, se adoctrina a los más jóvenes y se ejerce una autocensura que ya ni siquiera requiere instrucciones directas. La lógica que domina queda resumida por uno de los testimonios más reveladores del estudio: «Anything that causes chaos is RT´s line». Claramente, no estamos hablando de un medio de comunicación más con una línea editorial extrema, sino de un aparato político con apariencia de medio de comunicación con una cultura organizacional absolutamente contraria a la ética periodística.
El estudio anteriormente señalado también describe a RT como «una organización oportunista que adopta ideas destinada a debilitar el poder de Occidente». Esta caracterización podría parecer, en principio, lejana o irrelevante para la vida cotidiana de los chilenos. Sin embargo, esa distancia se desvanece al observar la cobertura que el canal ofreció durante la crisis de octubre de 2019. Allí se hace evidente que esta estrategia editorial -aparentemente global y abstracta- tuvo un correlato directo en nuestra realidad nacional, al amplificar el desorden, legitimar la violencia y reforzar una narrativa profundamente hostil a las instituciones que hacen posible el orden democrático.
Narrativas para el caos: RT, el estallido chileno y la alianza con la izquierda radical
La cobertura que RT ofreció durante la crisis de octubre de 2019 constituye un ejemplo paradigmático de su orientación editorial desinformativa. A través de su plataforma en español, el canal estatal ruso difundió de manera intensiva una narrativa que no sólo validaba, sino que justificaba y enaltecía la violencia callejera. Un somero análisis de las publicaciones emitidas durante ese duro periodo permite identificar un sesgo sistemático, la utilización de tácticas propias de la desinformación -como la omisión de contexto o la amplificación selectiva- y un alineamiento explícito con los actores más radicalizados del conflicto. Aunque esta cobertura merece un estudio detallado por sí misma, ya es posible constatar una cercanía editorial con figuras y cuentas abiertamente octubristas como Piensa Prensa, a las que se cita como fuente sin contrastación. Además, buena parte de estas notas carecen de autor identificado, lo que vulnera principios elementales de transparencia informativa y contradice los estándares básicos de la ética periodística.
Una muestra clara de la falta de ética periodística en la cobertura de RT de estos eventos puede apreciarse en el trato que dio a la principal institución contra la cual concentró sus ataques: Carabineros de Chile. Casos emblemáticos como el de Panguipulli o el del puente Pío Nono fueron utilizados por la cadena para reforzar una narrativa de sistemática violencia estatal, con coberturas extensas centradas exclusivamente en el presunto abuso policial. Sin embargo, cuando los tribunales absolvieron a los carabineros involucrados -Juan Guillermo González y Sebastián Zamora, respectivamente-, dichas noticias no tuvieron cobertura alguna en RT. Esta omisión no es menor: evidencia que no es la noticia en sí lo que guía la línea editorial del canal ruso, sino la construcción deliberada de un relato hostil a las instituciones. En este sesgo selectivo se confirma lo que sus propios ex empleados han denunciado: el compromiso estructural de RT con la desestabilización y el descrédito del orden institucional en Occidente.
Aunque, como es lógico, la intensidad informativa de RT en torno al estallido ha disminuido desde los días más álgidos de 2019 y 2020, su narrativa persiste hasta hoy. De hecho, reaparece cada vez que la coyuntura permite reactivar ese marco interpretativo. Un ejemplo más reciente es la cobertura que RT realizó tras la muerte del expresidente Sebastián Piñera: la cadena decidió darle espacio a la interpretación del activista Esteban Silva Cuadra -prominente defensor del régimen de Nicolás Maduro y “experto” habitual de RT en asuntos chilenos-, quien afirmó que su fallecimiento «deja impunidad en procesos penales». Uno de tantos ejemplos que confirman que RT no actúa como un medio periodístico convencional, sino como un operador propagandístico con objetivos políticos claramente definidos.
Volviendo al escenario de 2019, no puede omitirse el rol que cumplió Inna Afinogenova, una de las figuras más reconocibles de RT en español. Por entonces, subdirectora de la cadena en habla hispana y rostro habitual en sus contenidos digitales, Afinogenova se convirtió en una voz influyente al interpretar la crisis de octubre como una rebelión legítima contra las élites económicas y políticas. Sus análisis, marcadamente críticos con la economía de mercado, se viralizaron rápidamente en redes sociales y fueron celebrados por medios y figuras de la izquierda hispanoamericana. Actualmente ya no forma parte de RT, aduciendo como motivo la invasión rusa a Ucrania. Sin embargo, cabe recordar que en diciembre de 2021 -apenas dos meses antes de que comenzara la guerra- Afinogenova seguía repitiendo el guión oficial del Kremlin, negando que Rusia planeaba una invasión y calificando las advertencias occidentales como fake news. Cuesta creer que Afinogenova, cuya carrera se desarrolló al alero de un régimen abiertamente expansionista -responsable antes de la ocupación de Abjasia y Osetia del Sur en 2008, la anexión de Crimea en 2014 y el apoyo directo a las milicias separatistas del Donbás desde ese mismo año- haya tomado distancia recién con la invasión de febrero de 2022.
Más bien, todo indica que su salida respondió al descrédito internacional de Rusia y a la conveniencia de conservar su capital simbólico en Hispanoamérica, lo que explica su desembarco posterior junto a Pablo Iglesias en un nuevo proyecto mediático: Canal Red. Esta confluencia entre referentes de la izquierda radical hispanoamericana y plataformas estatales de potencias autoritarias no es casual, sino que responde a una convergencia estratégica en torno a un objetivo común: socavar el orden institucional de las democracias liberales.
Iglesias mantuvo durante años una estrecha relación con HispanTV, la cadena financiada por el régimen iraní, desde la cual condujo el programa Fort Apache. Ante las críticas por colaborar con una teocracia que vulnera sistemáticamente los derechos humanos, el exlíder de Podemos no negó la dimensión instrumental de su vínculo con Teherán, sino que la justificó con cinismo, señalando que «a los iraníes les interesa que se difunda en América Latina y en España un discurso de izquierdas porque afecta a sus adversarios», y concluyendo: «quien haga política tiene que asumir cabalgar contradicciones». Estas declaraciones revelan una estrategia que ha sido de mucha utilidad para la extrema izquierda de la región: valerse de plataformas extranjeras para desestabilizar a los gobiernos liberales desde una retórica antisistema. En ese marco, HispanTV y RT no deben ser comprendidos como simples medios alternativos, sino como engranajes comunicacionales de proyectos geopolíticos que instrumentalizan y azuzan los conflictos internos de Hispanoamérica.
Capitales corrosivos y debilidad institucional: el caso Telecanal
Evidencias sobran para señalar que RT no es un medio de comunicación en sentido estricto. Aunque se presenta bajo el ropaje formal del periodismo, RT opera como una herramienta de influencia estratégica al servicio del Kremlin. Su misión no es informar con veracidad ni fomentar el pluralismo democrático -cosa inexistente en la Rusia de Putin-, sino amplificar el desorden, erosionar la confianza en las instituciones y reforzar narrativas contrarias a Occidente. No estamos frente a un canal de noticias con una línea editorial extrema, sino ante un aparato de propaganda disfrazado de medio informativo.
Más allá de las posibles reacciones del Consejo Nacional de Televisión -incluida una eventual sanción a Telecanal por comprobarse la causal de caducidad de la concesión establecida en el artículo 33 número 4 letra e) de la ley N° 18.838-, corresponde preguntarnos cómo fue posible llegar a este punto. Lo que observamos es un caso de manual de capitales corrosivos provenientes de regímenes autoritarios que detectan y explotan debilidades institucionales en contextos democráticos que detectan y explotan debilidades institucionales en contextos democráticos. En este caso, la debilidad radica en la falta de diligencia del CNTV ante una contravención de la norma que impide a una misma persona controlar dos concesiones de televisión abierta en una misma ciudad. La eventual conexión entre Telecanal, La Red y el empresario mexicano Remigio Ángel González exige una investigación profunda y esto nos permitirá entender de mejor manera cómo se facilitó el aterrizaje de RT en Chile.
En un ecosistema mediático más serio, donde las normas se apliquen con eficacia para asegurar la seriedad de todos los actores, el desembarco de una cadena extranjera financiada por un régimen autoritario habría encontrado obstáculos significativos. La permisividad institucional ha facilitado la entrada de una operación propagandística que socava la democracia desde dentro.

