Columna Infobae, 16.08.2024 Juan Antonio Blanco Gil, historiador, filósofo, diplomático y presidente (Cuba Siglo XXI)
Desde el 28 de julio Edmundo González es el nuevo presidente electo en Venezuela y Maduro el líder de la oposición que, para no transferir el poder, recurre a la violencia y la intervención extranjera -militar y política- con el propósito de confiscar la soberanía popular que fue expresada en las urnas.
Basado en mi experiencia profesional en relaciones internacionales desearía llamar la atención sobre los hechos y formular, con respeto y humildad, algunas propuestas al respecto.
Primero repasemos los hechos:
1.- La aplastante mayoría del pueblo de Venezuela ha rechazado la dictadura de Nicolás Maduro y votado por un cambio democrático. Lo hizo bajo reglas electorales completamente desiguales impuestas por ese régimen autocrático y venció por una diferencia cercana al 40% que no deja margen de duda o error. Para desesperación del dictador no se pudo legitimar el fraude y los vencedores han podido documentar su aplastante victoria.
2.- Maduro anunció que si no se alzaba con la victoria electoral habría un baño de sangre y ya lo está implementando contra un electorado cuya única arma han sido las boletas.
3.- Lo que ocurre en Venezuela ha emplazado a la autodenominada izquierda regional —sean partidos o gobiernos— a clarificar sin nuevos juegos de palabras de qué lado de la ecuación política finalmente se ubican: con la democracia o con la dictadura. No todos aprueban este examen.
4.- Las últimas declaraciones y propuestas de los presidentes Lula Da Silva, Gustavo Petro y Andrés Manuel López Obrador no dejan lugar a duda que están dirigidas a hegemonizar las iniciativas diplomáticas para promover falsas soluciones negociadas que contribuyan a sostener a Maduro y con él la agonía del pueblo venezolano por otra década. La lección es que a los que hasta ahora han tenido relaciones complacientes o próximas al régimen de Maduro no se les debe confiar el liderazgo de las gestiones internacionales sobre la actual coyuntura en Venezuela.
5.- La única negociación que puede ofrecérsele a Maduro, como ha expresado María Corina Machado, es la de una transición pacífica y ordenada del poder al presidente electo Edmundo González. Como ella misma ha expresado, no es posible considerar la realización de nuevas elecciones ni la cohabitación de los demócratas electos con la sangrienta narco dictadura de Maduro. Eso sería un ultraje a los millones de venezolanos que votaron por el cambio y hoy arriesgan sus vidas por defender el resultado de la elección. La única negociación win-win entre los ganadores y los perdedores de estas elecciones es cómo abandonan el poder los segundos. No puede haber trato equitativo desde ninguna perspectiva porque no son iguales los representantes de una dictadura derrotada en las urnas y los representantes del cambio democrático electos por el 67% de la población.
Ante esos hechos creo que las fuerzas democráticas pudieran considerar las siguientes líneas de acción:
- Los países democráticos de la región deben enterrar cuanto antes las maniobras por hegemonizar las gestiones negociadoras internacionales reemplazando al mencionado triunvirato por una coalición voluntaria de gobiernos democráticos que —actuando por fuera de la OEA y de la ONU— apoye sin cortapisas la soberanía popular que se expresó en las urnas venezolanas el pasado 28 de julio. Hay precedentes de situaciones similares en que ello se hizo imprescindible.
- Negociar con el jefe de un narco estado, como antes lo fue Noriega, para que abandone el poder supone no solo presentarle incentivos positivos referidos a su futura vida, libertad y fortuna. Hay que hacer visible —además de inequívocamente creíble— que de forma paralela a los “incentivos positivos” también existen “incentivos negativos” orientados a que el dictador y su entorno no tengan seguridad para su vida, libertad y fortuna si se resisten por la violencia a una transición pactada.
- En ese sentido es responsabilidad primordial de los países democráticos concertar su acción de inmediato —al margen de los organismos internacionales paralizados por las autocracias aliadas de Maduro— para comenzar a hacerle sentir al dictador y sus aliados que los incentivos negativos también existen: órdenes de captura contra el dictador y su entorno, congelamiento de cuentas bancarias, confiscación de activos robados y otras acciones. El mensaje para ser eficaz debe llegar de inmediato, alto y claro, a Maduro y su entorno.
- Al mismo tiempo debe hacérseles saber de forma categórica a los militares y funcionarios civiles que existe un sólido compromiso para exonerarlos de las medidas punitivas antes mencionadas si respetan los resultados de las pasadas elecciones y cesan toda acción represiva contra la población.
- A los gobiernos de los países que tienen fuerzas regulares o irregulares en Venezuela —en particular a los asesores cubanos corresponsables durante años de la represión y las torturas a los detenidos— debe dárseles un plazo limitado para su evacuación por ser un elemento de intromisión e injerencia en los asuntos internos de ese país. Cumplido ese plazo el gobierno del nuevo presidente electo tiene la legítima potestad de hacer pleno uso de la fuerza para restablecer la soberanía sobre todo el territorio nacional y, de considerarlo necesario, solicitar a ese fin la ayuda de otros gobiernos democráticos de la región.
Decía José Martí que “es la hora de los hornos, en que no se ha de ver más que la luz”. ¡Que así sea!