Editorial El País, 16.01.2017 Barack Obama deja la Casa Blanca con una brillante y digna gestión
Cuando tras ocho años de mandato Barack Obama deje la Casa Blanca el próximo viernes, no solo habrá cumplido con creces las expectativas en él depositadas sino situado su presidencia a la altura de las más grandes de la historia de EE UU. Obama no solo ha inspirado a millones de personas, dentro y fuera de su país, sino conferido al cargo una dignidad difícil de igualar: tanto él como su familia han sido ejemplares en su comportamiento público, sin que se les pueda reprochar escándalo alguno, a la vez que cercanos para sus conciudadanos. Ya fuera desde la simpatía o incluso desde el desacuerdo, los estadounidenses han podido sentirse digna y ejemplarmente representados por, además, el primer hombre negro que ha dirigido su nación.
Obama deja un país muy diferente al que recibió en enero de 2009. Entonces EE UU estaba a merced de una durísima crisis económica y, a la vez, empantanado en dos costosas guerras en Afganistán e Irak y con serias dudas sobre su papel en el mundo. En todos los casos, adoptó decisiones tan difíciles como valientes. No reflotó a una empresa automovilística en dificultades, sino a todo el sector, y no se limitó a rescatar a un banco quebrado, sino al sector financiero más importante y poderoso del mundo. E inició, además de la retirada de Afganistán e Irak, un giro estratégico de la política exterior hacia Asia y un proceso de deshielo con los enemigos tradicionales de EE UU, desde Irán hasta Cuba.
Los resultados son inapelables. Tras dos primeros años en los que la destrucción de empleo alcanzó niveles nunca vistos desde la Gran Depresión, el mercado de trabajo se recuperó, permitiendo a Obama despedirse con 12 millones de puestos de trabajo creados. Además, logró aprobar la reforma sanitaria, un empeño en el que todos sus predecesores demócratas fracasaron. Todo ello, es preciso recordar, con un Congreso hostil que ha obstaculizado hasta extremos inconcebibles su acción de gobierno.
Como es lógico, hay cosas que no han ido tan bien. A pesar de la recuperación económica, las desigualdades han aumentado, dejando a la clase media con una sensación de vulnerabilidad que sus rivales, tanto a la izquierda como a la derecha, han explotado hábilmente en las últimas elecciones. Tampoco el histórico hecho de ser el primer presidente de color ha conseguido encauzar el problema racial, una gran asignatura pendiente de Estados Unidos. Los episodios de violencia policial, sobre todo contra miembros de la minoría negra, han seguido causando graves disturbios en numerosas ciudades y, sobre todo, transmitido la inquietante sensación de que este es un problema irresoluto. Relacionado con esta situación se encuentra el control de armas, reclamado por amplios sectores de la sociedad, pero donde Obama se ha encontrado siempre con la monolítica oposición republicana y el eficaz trabajo de los lobbies.
Sin embargo, en política exterior, el presidente saliente ha podido sortear la oposición republicana y lograr tres grandes éxitos: la normalización de relaciones diplomáticas con Cuba, aunque todavía permanece el embargo, que solo puede ser levantado por el propio Congreso; el tratado de no proliferación nuclear con Irán, pese a las duras desavenencias mantenidas con el primer ministro israelí, Netanyahu, y el tratado de cambio climático firmado en París, que por primera vez contó con el apoyo decidido de EE UU.
En 2008 Estados Unidos era visto en gran parte del mundo como un país agresivo, poco amistoso y con un pasmoso récord en derechos humanos debido a Guantánamo, Abu Graib y el programa de torturas y cárceles secretas autorizadas por su predecesor, George W. Bush. La llegada de Obama, aunque no ha podido cerrar Guantánamo, cambió radicalmente esa percepción entre amplios sectores de la población mundial.
Las ansias de libertad desatadas en los países árabes tras décadas de feroces dictaduras están muy relacionadas con la nueva aproximación que empleó Obama respecto al mundo árabe. Es cierto que, pese a la eliminación de Bin Laden, el yihadismo sigue constituyendo una amenaza de primer orden y que la crueldad de Asad, la impotencia vista en Siria y el surgimiento del ISIS empañan su despedida, pero el margen de actuación de Obama respecto a estos problemas, de casi imposible solución, ha sido ínfimo.
Con Obama, los europeos han seguido teniendo un aliado en la Casa Blanca, quien ha reforzado la defensa del Viejo Continente frente al desafío ruso y apostado a fondo por profundizar el libre comercio transatlántico.
Obama ha sido un buen presidente para EE UU y para el resto del mundo. El hombre que ganó con un “sí podemos” puede decir con total legitimidad: “Lo hicimos”. Le echaremos de menos, seguro.