Ajuste del poder mundial y la última reunión del G20

Columna
El Dínamo, 20.11.2022
Juan Pablo Glasinovic, abogado y exdiplomático

Como consecuencia de la pandemia, durante dos años se restringieron las reuniones y cumbres presidenciales de los líderes mundiales. Aunque hubo algunos encuentros virtuales, sin duda que no es lo mismo. En un encuentro físico se combinan una serie de factores como las manifestaciones y parafernalia del poder que incluyen el despliegue de las delegaciones con su rango y seguridad, la gestualidad y tono de los líderes, la posibilidad de sentir los estados de ánimo y las reacciones de la contraparte y medir su receptividad o rechazo a las propuestas propias, así como la alternancia entre las instancias oficiales y las conversaciones informales o laterales (donde se suelen fraguar los acuerdos más importantes).

Hace unos días, el 14 y 15 de noviembre, tuvo lugar la cumbre del G20, en lo que es el encuentro presencial más importante después del paréntesis pandémico.

¿Qué es el G20? El Grupo de los Veinte es un foro internacional formado por las principales economías desarrolladas y emergentes del mundo. En total son 19 países y la Unión Europea. Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD), los miembros del G20 representan el 85% del PGB mundial, el 75% del comercio internacional y dos tercios de la población mundial. ¿Qué hace? Su misión es resolver los problemas mundiales más acuciantes: desde las crisis financieras a las guerras, el cambio climático, las catástrofes naturales, los compromisos políticos, la lucha contra la corrupción, el desarrollo, la igualdad de género, etc. Estos temas se tratan primero en sesiones celebradas a lo largo del año, que culminan en la cumbre, que se celebra cada año en un país diferente y en la que los líderes firman una declaración final en la que se comprometen a abordar conjuntamente y colaborar en los proyectos acordados.

¿Cómo llegaron los líderes a esta reunión? No concurrió Vladimir Putin, que pese a ser invitado por el anfitrión, el presidente de Indonesia, no quiso exponerse al escarnio de la mayoría de los asistentes y dejar en evidencia su soledad y la de su país. Por su parte, su aliado Xi Jinping hacía su primera aparición en su condición de líder reelecto por segunda vez y como jefe de Estado de China desde Mao. Biden llegó también en buen pie, al haber evitado lo que se vislumbraba como una debacle electoral en las elecciones de mitad de período, preservando entonces buena parte de su autoridad y competitividad para aspirar con posibilidades a un nuevo período. Por el lado europeo, la mayoría de sus líderes asistentes venían con un perfil debilitado, tanto por las complicaciones domésticas agudizadas exponencialmente por la guerra en Ucrania, como por la falta de cohesión entre ellos. Lo mismo con los líderes asiáticos.

No hay que olvidar que no hace mucho el canciller alemán Scholz visito a China, en un claro reconocimiento a su principal socio comercial, asegurando la continuidad de ese estado de cosas en complejo momentos para la economía germana (y por lo tanto descartando cualquier posibilidad de pugna directa con China).

América Latina estuvo representada por Argentina, Brasil y México, aunque solo concurrió el presidente argentino. Bolsonaro que está de salida no acudió y tampoco el presidente mexicano que ha focalizado sus esfuerzos de política exterior en nuestra región. Con esto se mantiene el bajo nivel de influencia de nuestra región en este bloque y, por lo tanto, en la agenda global. Para las próximas versiones es de suponer que Brasil revitalizará su participación con la presidencia de Lula, considerando su peso en materia ambiental con el tema de la Amazonía y su incidencia en la producción mundial de alimentos. En el caso de México, y mientras gobierne AMLO, seguirá probablemente en un segundo plano.

Quizás lo más relevante giró en torno a EEUU y China. Ambos líderes tuvieron una reunión bilateral previa, cuyo propósito fue bajar el nivel de tensión entre las partes y encauzar de mejor manera su rivalidad para no desestabilizar aún más un orden mundial muy incierto con problemas multidimensionales como pocas veces antes.

Está por verse si el propósito buscado será exitoso, pero al menos las partes reafirmaron cuáles son sus líneas rojas. No hay que olvidar que Xi Jinping llegó muy empoderado a esta cumbre con un fresco nuevo mandato (que puede ser vitalicio), mientras que Biden está en la segunda parte de su período con menos poder por la pérdida de control de la Cámara de Representantes y, además, con un giro de prioridades hacia lo doméstico pensando en la reelección o continuidad demócrata en dos años más. Eso significa que muy probablemente EEUU tendrán menos protagonismo internacional en el próximo bienio, con la notoria excepción de la agenda con China, que tiene directa vinculación con la política interna norteamericana.

El empoderamiento de Xi Jinping quedó en evidencia en un intercambio de pasillo con el primer ministro Trudeau de Canadá, el cual fue registrado en cámara (no es descartable que el líder chino quiso que así fuera, con un mensaje para las potencias occidentales, pero también a su audiencia doméstica mostrando cómo defiende los intereses nacionales y posiciona al país). Ahí interpeló a Trudeau por filtrar detalles de un encuentro bilateral, dando a entender que, si Canadá quiere dialogar con China, tiene que partir por atenerse a normas básicas (en este caso privilegiar el secretismo al estilo chino).

Este encontrón se da en un clima de ásperas relaciones entre las partes, lo que incluye la detención arbitraria de dos canadienses que habrían sido verdaderos rehenes en represalia por el arraigo de la hija del controlador de la empresa Huawei, cuya extradición solicitaba EEUU. Finalmente, ambos fueron liberados cuando se levantó el arraigo y la empresaria china regresó a su país. A esto se suma la exclusión de Huawei en la infraestructura 5G canadiense y la acusación de este país sobre espionaje chino e intento por interferir en su sistema político.

Habrá que ver si este episodio se traduce en medidas políticas y económicas, como podría ser el cese de ciertas importaciones chinas desde Canadá como ocurrió hace un tiempo con Australia. Durante sus diez años de gobierno, Xi ha potenciado su política exterior como un medio para apuntalar el poder de su país para encumbrarlo en la cúspide. Este mayor activismo ha ido en paralelo con una beligerancia y dureza más fuertes para enfrentar a otras potencias. La relación con Canadá podría ser el anticipo de un nuevo escenario. Si Xi opta por ir “a las patadas” con este país, estará probando su mayor asertividad con uno de los aliados más estrecho de los EEUU y además vecino. Estará así también tanteando la solidez de la alianza entre ambos estados norteamericanos.

Respecto a la agenda de la reunión que sumaba una gran cantidad de temas de gran urgencia como la guerra en Ucrania, los esfuerzos para mitigar el cambio climático, la crisis energética y económica, los problemas sanitarios, las migraciones, la producción alimentaria, y el crimen organizado, lamentablemente no hay avances o decisiones significativas que destacar. Básicamente, y en términos generales, se continuó con acuerdos y declaraciones anteriores, que son expresiones políticamente correctas de la voluntad de colaborar, pero sin un compromiso real de actuar mancomunadamente frente a los grandes desafíos que atraviesa el mundo.

En suma, esta cumbre fue más para olerse, observarse y ocasionalmente mostrarse los dientes.

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