Alea jacta est

Columna
El Mercurio, 24.05.2022
José Rodríguez Elizondo

Hasta la fecha, yo y la mayoría de quienes conozco nos sentimos descendientes de los criollos originarios y de los mestizos de la Patria Nueva. Los que combatieron por la Independencia, la celebraron o se resignaron a ella. Nuestros líderes de entonces, los libertadores, sabían que las tribus y pueblos que chocaron con Colón, Pizarro, Almagro y Valdivia eran los originarios previos. Sobre esa base, ensayaron distintos modus vivendi para gobernar sus repúblicas, sin pelearse con ellos.

O'Higgins, que conoció a nuestros antiguos originarios desde niño —hablaba mapudungún y los llamaba “araucanos”—, creyó posible convertirlos a la chilenidad por decreto (véase de cuán lejos viene nuestro fetichismo jurídico). Como vestigio de ese primer intento están la historia, leyenda y monumentos a los héroes mapuches, en línea con los versos del soldado español Alonso de Ercilla. Incluso existe un enorme cuadro en el despacho de los comandantes en jefe del Ejército, con Lautaro como figura central.

Dos siglos después, está claro que nuestros representantes republicanos no supieron asumir, defender ni entender la cultura de los descendientes de los originarios previos. Por eso y por leyes de la vida, parte mayoritaria de estos asumió un mestizaje de segundo ciclo, pero mantuvo sus tradiciones vernáculas. Otra parte rehusó “achilenarse” y sigue sosteniendo irreductibles reivindicaciones ante las autoridades variopintas. Una tercera parte, minoritaria, ha tomado las armas y suele efectuar actos terroristas.

Siguiendo el talante nacional, se han escrito bibliotecas sobre los culpables de tan vitalicio fracaso. Por cierto, esto ha servido de coartada a quienes abandonaron la búsqueda de soluciones tan sensatas como el reconocimiento constitucional de que los originarios indígenas también existen. El viejo dicho español “lo que no se puede no se puede y además es imposible”, parece ser su lema.

En ese contexto, era inevitable que a los chilenos de hoy nos cayera encima la ley de Murphy: si algo malo nos podía suceder, pues nos está sucediendo. En el vacío de soluciones oportunas, descendientes de originarios indígenas y descendientes rebeldes de originarios criollos y mestizos están levantando la hoja en blanco de un proyecto refundacional. Según sus señales, habría que borrar el puro Chile del himno para levantar un país mezclado, compuesto por una oncena o docena de naciones, vanguardizadas por chilenos indigenistas e indígenas de verdad. La Constitución en trámite sería su bandera, y su lema tácito, no más dulce patria en singular.

De fructificar tal cambiazo, será inevitable que enfrentemos tempestades. Una nueva serie de conflictos internos y externos de mediana, alta y hasta altísima intensidad. Agréguese que para estos tampoco habrá soluciones políticas oportunas, pues a poco creativos no nos gana nadie. Como antes, nos conformaremos con investigar quiénes fueron los culpables.

Es posible que nos merezcamos esto que nos pasa, por no asumir esa advertencia de Maquiavelo a su príncipe, sobre la necesidad de una mirada prospectiva: “es defecto común a todos los hombres no preocuparse de la tempestad cuando reina la calma”. En otras palabras, por no entender, ni en democracia ni en dictadura, que la parte noble de la política consiste en ejercerla como ciencia y como arte.

El caso es que, si no nos despercudimos a tiempo, en doscientos años más nosotros, los de ahora, seremos los originarios chilenos de los nuevos habitantes que vendrán.

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