Amarillismo… hasta que duela

Columna
El Líbero, 04.08.2018
Enrique Subercaseaux, ex diplomático, gestor cultural, y miembro Capítulo RREE (Acción Republicana)
¡Qué apocado ha de ser el que no soporta el dolor del otro! (Elías Canetti)
Pues nada sabían de aquella fuerza motriz de la historia, mucho más profunda y auténtica: el impulso humano a fundirse en una especie animal superior, la masa, y a perderse tan irremisiblemente en ella como si nunca hubiera existido un hombre aislado. (Elías Canetti)
La educación es un arma defensiva del individuo contra la masa que lleva dentro. (Elías Canetti)

La sociedad chilena se permea del amarillismo. Como vaharada tsunamica nos invade. Es el sensacionalismo lo que nos enceguece. Es la maledicencia lo que nos impele. El anonimato del mínimo común denominador nos protege.

La agenda noticiosa ha cambiado. Hemos mutado desde lo importante, lo que nos incumbe (según las encuestas y según el sentido común) hacia la última copucha, hacia la última calumnia. No es, claro, que éstas estén totalmente vacías de verdad y de exactitud. Pero hay en ellas algo de accesorio, algo de marginal y mucho de vago. Vaguedad que viene envuelta en las mejores intenciones, pero que oculta un veneno fuerte y letal.

Se descompone la confianza en la sociedad. Hay estudios al respecto. Esto, sumado a lo individualista que es nuestra sociedad. De allí que la solidaridad aparezca sólo en los casos extremos, de catástrofe o de calamidad. Como si las campanadas de la desgracia fuesen un despertador agradable de escuchar.

Una sociedad sin confianza es una sociedad que no puede acometer proyectos colectivos. De estos que llevan a muchos a soñar en un horizonte común y más elevado. La confianza, además, es un atributo que refuerza nuestra libertad individual. Y es, justamente esta libertad, la que nos lleva a elegir qué hacer, en que soñar y en qué ámbitos buscar aunar voluntades en pos de un bien común superior.

En qué momento llegó todo esto a descomponerse, es una pregunta recurrente en esta era digital, de redes sociales y furiosamente pos-moderna. Es importante darse el tiempo, y la imaginación, para reflexionar sobre esto, ya que una claridad sobre el presente levanta las brumas que opacan las posibilidades del futuro.

Es evidente la existencia de una agenda superior, digitada en algún lado, que busca empoderar a “algunos cuerpos intermedios de la sociedad”. Digo, más bien escribo, deliberadamente “algunos” porque el cuerpo intermedio por excelencia es la familia. La que se busca inhibir, de una u otra manera, con una larga letanía de nuevas exigencias y leyes. Ellas, vienen revestidas de las mejores intenciones y explicaciones: modernidad, progreso, cambios de mentalidad. Y un largo etcétera.

Para algunos, en un mundo ideal, se despejará en algún punto el tema de la familia, y entonces pasarán a ocupar otros cuerpos intermedios su sitial: la burocracia, los partidos políticos y los viejos, y nuevos, grupos de presión.

Con todo este cambio, o evolución express (antes la evolución venia anunciada por corrientes filosóficas y grandes pensadores, hoy, ni lo uno ni lo otro, y no pasan de ocurrencias anecdóticas de focus-groups ad-hoc), cunde en la sociedad la confusión y las ansias de cambio. Ello es natural. Ya nos lo anunciaba Ortega y Gasset en “La Rebelión de las Masas”. Y también Elías Canetti en su novela magistral “Auto Da Fe”. El empoderamiento del hombre-masa, en cuanto a participante de un colectivo (léase acá cuerpo intermedio) que sea capaz de ejercer una presión efectiva ante una autoridad cualquiera. Se remecen así los cimentos de una nación, de una universidad o de un club de fútbol.

Y es, justamente, lo que se busca con ahínco por aquellos que desean hacerse con el poder a cualquier costo. Con el sólo propósito de ejercerlo, ojalá sin contrapesos, y por un tiempo indefinido. De la Dictadura del Proletariado pasamos a la Dictadura de los Cuerpos Intermedios, o de la Sociedad Civil sin contrapesos. Esto por el hecho de no ser ni representativa ni estar sujeta a coacción administrativa. De otra manera, ¿cómo podemos explicarnos que sean justamente aquellos representantes de ideologías ineficientes, por no decir fracasadas, que se disfrazan una vez mas de atuendos modernos, gracias a su dominio de la retórica y el imaginario colectivo, los que insistan con fórmulas gastadas, antiguas y de paupérrimos resultados? El poder sin responsabilidad.

Y acá volvemos a derribar la confianza. Las campañas de acoso y derribo. En circunstancias que existen instituciones y tribunales para canalizar las faltas y delitos. Sujetas a debido proceso y elementos probatorios, claro está. Muerta la confianza, el individuo pierde parte de su libertad. Y esa porción que se desvanece pasa a engrosar momentáneamente a algún cuerpo intermedio, y, a la larga, deriva en el Estado, cada vez más omnipotente y omnipresente.

Mas… ¡Cuidado! Que ya hemos visto en el pasado cómo la revolución devora a sus hijos. ¿No será preferible, y acá hago uso de dos términos de moda, que se apele a la verdadera solidaridad y a la verdadera inclusión? Agregando de mi cosecha, la necesidad imperiosa de desarrollar una verdadera empatía con el otro, además de hacer aflorar el sentimiento de la compasión. Sólo así distinguiremos lo central de lo superfluo.

No permitamos que el amarillismo tiña nuestra visión, olvidando las muertes del Sename, los problemas reales del adulto mayor, el agobio de un defectuoso sistema público de salud: tres áreas donde aquellos que hoy incitan al amarillismo de matinal, guardaron un vergonzoso silencio por mucho tiempo.

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