Asia en la era digital: Dominando la sociedad del conocimiento

Columna
El Líbero, 04.03.2018
Enrique Subercaseaux, ex diplomático y gestor cultural

Asia esta hoy por hoy a la vanguardia de la tecnología aplicada, la digitalización del conocimiento y la transmisión de datos. Hicieron rápidamente propias las enseñanzas del autor de Estados Unidos Alvin Toeffler, que ya en 1979, en su más celebre libro, La Tercera Ola, advertía el ascenso de la sociedad del conocimiento, además de la desmasificación, descentralización y personalización de la economía.

Comprendieron estos países (Japón, Corea del Sur y Singapur antes que nadie) que el conocimiento, cada vez más caudaloso, debía ser ordenado y sistematizado, de manera tal que pudiera ser provechoso como elemento de referencia y aprendizaje. Y que su constante y sucesiva repetición debe ser enriquecida con las nuevas perspectivas asociativas que permite la tecnología.

Luego, y como precursores de la ola globalizadora que vendría tiempo después (estamos hablando de la década de los ochenta), esos países supieron hacer confluir el conocimiento propio, llamémoslo nacionalista o regional, con la cultura proveniente de otras latitudes y esferas cognitivas (Occidente y el del mundo musulmán), produciendo una amalgama que lentamente fue permeando la sociedad, creando una diversidad de pensamiento que paulatinamente  fue enriqueciendo puntos de vista.

Esto no es menor en un continente que ha debido acomodar de una manera fluida y polifónica las culturas china, japonesa, musulmana (de Indonesia y Malasia, entre otras) y la hindú, entre las principales. La variedad se fue expresando gradualmente en distintos ámbitos de la cultura, pero es evidente que estos influjos han enriquecido a la sociedad toda, en donde se ha evolucionado no sólo hacia una convivencia más tolerante, sino también traduciendo y aplicando  el acervo de conocimientos que se ha engrosado  gracias a combinaciones virtuosas de las distintas culturas.

Esta “tapicería” intelectual ha sido, a su vez, ordenada y potenciada a través de un refinamiento de los sistemas educativos de la región asiática. Ello, producto de una cuidadosa y responsable planificación que ha buscado lograr una mayor eficiencia, cobertura y calidad de las mallas curriculares. Su norte ha sido no sólo impartir conocimientos y habilidades, sino también transformarlos en habilidades generales y específicas. Estas están sujetas a la posibilidad de un perfeccionamiento constante.

No poca cosa en un mundo actual, que gira cada vez más rápido gracias a los avances en la tecnología y en la educación.

La región se abrió, en la década de los noventa, a las universidades norteamericanas y europeas. Y se desarrolló, con esta apertura un rico intercambio de alumnos y profesores.  Casi 30 años después, China (principalmente) y  el resto de la región se han beneficiado de un importante crecimiento, cuantitativo y cualitativo,  del expertise científico y tecnológico que se ha ido desarrollando. Este factor explica, a mi juicio, el salto enorme que ha demostrado la economía china (y su parrilla productiva) en los últimos años.  Sólo consideremos que el país está en vías de convertirse en una sociedad del dinero electrónico. Impresionante, tomando en cuenta que hace 40 años era una  economía cerrada y centralmente planificada.

La educación, de calidad y en su punto, ha dado más libertad a millones de personas que habitan estos países. Independientemente de sus sistemas políticos, es esta libertad la que ha permitido que ellos vayan desarrollando sus potencialidades individuales, y éstas han sumado en un todo, reflejando naciones dinámicas y pujantes. Verdaderamente un fruto del concepto del “Estado al servicio de las personas y la sociedad”.

Hay que observar que el secreto del éxito es la constante búsqueda del desarrollo y puesta al día  de las técnicas educativas y sus contenidos. El buen hacer en este ámbito queda demostrado por los más altos resultados en los diversos índices educativos que obtienen los países de la región, año tras año. La aplicación del conocimiento, la canalización de los talentos de las personas, requieren de un vasto trabajo comunitario entre gobierno y sociedad civil para desarrollar y mantener un rico tejido de promoción y cuidado de instrumentos, vías e iniciativas.

En síntesis, gobiernos responsables, eficientes y desideologizados son esenciales  para que esta ecuación virtuosa resulte en una sociedad. Naciones más libres, con la verdadera y esencial libertad de elegir el destino de sus vidas, son a la larga las más dinámicas y prósperas. Donde todos (y todas) tienen un espacio vital en el cual desarrollar sus inquietudes y habilidades, resultando así en sociedades más equilibradas y felices, donde no sólo la inclusividad garantiza que la persona tenga un rol que jugar. Así, el colectivo es mucho más que las suma de las individualidades. Sociedades más armoniosas, más plenas y donde las energías se canalizan en forma constructiva.

 

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