Columna El Mostrador, 24.09.2024 Juan Pablo Glasinovic Vernon, abogado (PUC), exdiplomático y columnista
En suma, sigue la escalada entre Israel y Hezbolá y se hace cada vez más cercana la posibilidad de una guerra. En esa eventualidad, cualquier victoria israelí será de corto plazo y empeorará su seguridad en el mediano plazo, además de implicar un alto costo en todo sentido.
Hace unos días, más de tres mil personas quedaron heridas y varias decenas murieron en el Líbano, producto de las explosiones de sus beepers y radios, en lo que claramente fue una operación encubierta de Israel (aunque su gobierno, como es la usanza, no se ha pronunciado).
El objetivo fue Hezbolá, organización chiita libanesa que, por razones de seguridad, había decidido disminuir su exposición a los celulares, ante la posibilidad de rastreo y de ataque israelíes. Esta vuelta al pasado tecnológico (en los beepers solo se pueden recibir mensajes breves y a partir de ahí se puede continuar por otro medio una eventual coordinación) tenía precisamente el propósito de proteger la reserva de las comunicaciones, algo clave especialmente en contexto de conflicto.
Aunque estas no fueron interceptadas, los aparatos importados desde una empresa taiwanesa venían con explosivo adentro y un interruptor para activarlo remotamente. Lo mismo ocurrió con los walkie-talkies o radios portátiles. Hace unos días, a las 15:30 horas fueron detonados por un mensaje remitido supuestamente por el liderazgo de Hezbolá.
Entre los heridos se cuenta el embajador iraní en el Líbano y entre los muertos hay niños. Si bien estos aparatos fueron importados casi exclusivamente por Hezbolá para ser distribuidos entre sus miembros, eso no obsta para que pasaran por otras manos, incluyendo a los miembros de sus familias.
No está claro en qué instancia fueron manipulados los artefactos, pero sin duda fue una gran operación que tomó totalmente desprevenido a Hezbolá. Y, en una guerra, el factor sicológico es importante para desmoralizar al enemigo, especialmente cuando se dan dos golpes seguidos, como fue con los beepers y después las radios. En este caso, entre los heridos que podrían ser combatientes, la mayoría perdió manos, dedos e incluso pueden haber quedado tuertos o ciegos, lo que constituye una merma en su capacidad operativa. Otra premisa de la guerra es que en ciertas ocasiones es preferible dejar muchos heridos, porque así recargan el sistema logístico y de salud del enemigo.
Desde el ataque terrorista de Hamás en octubre pasado y la consecuente invasión a Gaza, Hezbolá e Israel han venido escalando en sus ataques. Mientras el primero ha intensificado sus bombardeos con cohetes, misiles y drones, especialmente al norte de Israel, incluyendo ataques a bases militares, este país ha privilegiado los bombardeos aéreos a objetivos en las zonas de control de la organización en el Líbano. Hasta ahora se ha evitado una guerra total, aunque poco falta para ello.
El Gobierno israelí ha ido incrementando sus acciones y discurso respecto de la posibilidad de entrar en guerra en el Líbano, por cuanto considera a Hezbolá como la amenaza inmediata más peligrosa para su seguridad, con ya decenas de miles de habitantes desplazados de sus hogares por el fuego cruzado.
Hezbolá tiene un gran arsenal de cohetes, drones y misiles con los cuales podría generar mucha destrucción en las ciudades de Israel, porque sobre cierto volumen de lanzamiento sería casi imposible para su defensa interceptarlos. Además, para la eventualidad de una invasión terrestre israelí, la naturaleza del terreno del sur del Líbano y las posiciones de Hezbolá al alero del mismo harían pagar un altísimo precio a las tropas hebreas.
Aparte de la efectiva amenaza que Hezbolá constituye para Israel, contribuye a los vientos de guerra el propio comportamiento del Gobierno israelí, el que ha sumido al país en una lógica bélica de la cual parece no tener intención de salir y respecto de la cual la sociedad civil parece no tener la fuerza necesaria para revertirla. La falta de reacción civil se debe tanto a la dinámica que se inició con el ataque terrorista de octubre pasado como a la profunda división existente en la sociedad sobre el rumbo del país.
Esa dinámica es funcional a la prolongación del Gobierno, el que apuesta a lograr o forzar un apoyo transversal en caso de guerra.
Desde la perspectiva de la seguridad israelí, esta solo se alcanzará si Hezbolá queda seriamente debilitado y eso probablemente solo será posible con una invasión. El problema es que el precio a pagar necesariamente será muy alto, en particular con la extensión de los efectos bélicos en todo el territorio de Israel y sin descartar que esto sea la chispa final para hacer estallar el polvorín regional.
Además de la destrucción resultante y del alto nivel de víctimas, solo el costo de conquistar y mantener bajo control parte del Líbano implicará una masiva movilización, la que probablemente se extenderá por un período largo (lo anterior sería aún más dramático en caso de guerra total).
A los efectos en pérdidas de vidas humanas, habrá que sumar el ingente costo económico de un conflicto, que aumentará la dependencia de Israel del apoyo externo en momentos en que su capital reputacional está probablemente en lo más bajo desde su fundación. Y si en noviembre triunfa Kamala Harris, entonces es muy posible que el famoso cheque en blanco norteamericano con Israel pase a condicionarse.
En el drama en desarrollo no hay que perder de vista que el Líbano está siendo arrastrado a la vorágine por las acciones de Hezbolá e Israel, y que su precaria situación económica, social y política implosionaría con una guerra, dejando a dos Estados fallidos en la frontera con Israel, lo que evidentemente aumentará la inseguridad del entorno, invitando además a la intervención de diversos países y organizaciones, como ha ocurrido en Siria.
En el caso de una eventual guerra, Israel deberá además dividir sus fuerzas, manteniendo un contingente importante en Gaza y en Cisjordania. En esta última zona ocupada, la tensión ha subido mucho y eso se refleja en que en las últimas semanas el ejército israelí ha intervenido ya en varias misiones tildadas como antiterroristas, con numerosos muertos y heridos.
En suma, sigue la escalada entre Israel y Hezbolá y se hace cada vez más cercana la posibilidad de una guerra. En esa eventualidad, cualquier victoria israelí será de corto plazo y empeorará su seguridad en el mediano plazo, además de implicar un alto costo en todo sentido como fuera reseñado. Este escenario se mantendría incluso con una intervención estadounidense en un conflicto regional.
Urge un cambio de rumbo y siendo Israel una democracia, es el actor que mayor margen de maniobra tiene para ese efecto. En esa línea, la sociedad israelí debiera exigir a su Gobierno abandonar el carril bélico que la está arrastrando hacia un gran peligro, incluso existencial.
Pero como el Gobierno de Netanyahu está en una fuga hacia adelante al costo que sea, el cambio de rumbo solo será factible si cesa su mandato.
Más allá de esa urgencia, es también necesario que la sociedad israelí entienda y acepte que, para obtener una paz real y duradera, debe retomar la negociación con Palestina para la coexistencia de dos Estados. No hacerlo, significará vivir en un estado de guerra intermitente, con la agravante de que la población civil israelí –hasta ahora relativamente indemne a los episodios bélicos–- empezará a sufrir las consecuencias.
Buscar una solución de fondo también debilitaría la bandera de legitimidad de muchos enemigos de Israel, estatales y no estatales, que se amparan en una causa justa, como es el derecho de Palestina a ser un Estado soberano, para justificar incluso el terrorismo.
La paz es de los valientes, como lo demostraran hace 31 años, un 13 de septiembre, Isaac Rabin y Yasir Arafat, cuando firmaron un acuerdo para avanzar en el camino de dos Estados. Lamentablemente eso se descarriló por una serie de factores, incluyendo el asesinato de Rabin. ¿Será ahora una nueva oportunidad tras años de dolor y muerte? ¿Dónde están los valientes?