Carta de Europa: Desde la Ucrania Post-Maidán

Artículo
Política Exterior, N*165 (mayo-junio 2015)
Francisco de Borja Las Heras

La guerra de las reformas es a menudo el conflicto olvidado en Ucrania. El reto es transformarse sin descomponerse en pleno conflicto bélico con Rusia y los grupos armados en el Este.

Para Ucrania y su gobierno hoy “es casi más fácil tratar la guerra que las reformas”, afirma una extenuada activista en una destartalada oficina en las afueras de Kiev, repasando informes sobre violaciones de derechos humanos en Crimea y el Este. Esa es la gran disyuntiva a la que se enfrenta el país a un año de la caída de Viktor Yanukovich y del subsiguiente comienzo de la estrategia violenta para la desmembración territorial de Ucrania; primero en Crimea, después en los oblast de Lugansk y Donetsk.

Una hercúlea tarea: avanzar, gradual o radicalmente, hacia una verdadera transformación y modernización de un Estado post-soviético. La finalidad: convertirse en un Estado europeo, en palabras de los propios ucranianos, “normal”, “occidental”. El contexto no puede ser más adverso: crisis económica, descontento social latente, tras una fracasada revolución anterior, mezclado con grandes expectativas, y la guerra.

La Ucrania post-Maidán da los primeros pasos hacia esa transformación en pleno conflicto bélico con Rusia y la confusa amalgama de grupos armados que Moscú apoya, de distinta procedencia y estructura. Un desafío doble, por tanto. El de una transformación revolucionaria, a marchas forzadas y en periodos históricamente breves, con una lejana, pero cierta, “perspectiva de la perspectiva” europea. Y el desafío de la propia continuidad de Ucrania como Estado independiente, no solo de iure, algo puesto en cuestión sin ambages por su vecino del Este y algunos segmentos y fuerzas políticas de Europa Occidental.

Dos conflictos coexisten en Ucrania: uno consigo misma, con los poderes fácticos que han lastrado su potencial de modernización; otro, el reciente conflicto bélico.
A poco más de un año del comienzo de un cambio político incierto es fundamental intentar entender el complejo contexto post-Maidán, la naturaleza de algunas fuerzas reformistas en la sociedad civil y las instituciones, y los principales desafíos en ese otro conflicto de Ucrania (el gran olvidado), tal como se ven y viven en el país. Se trata de arrojar algo de luz sobre una situación compleja y cambiante, como es habitual en contextos de transición y conflicto, pero demasiado a menudo prejuzgada en España y Europa, a partir de visiones simplificadoras –académicas y/o ideológicas– sobre geopolítica, Rusia y Europa Oriental.

Contexto político

El periodo de gracia del segundo gobierno de Arseny Yatsenyuk, apenas unos meses después de su nombramiento, podría estar agotándose. Una encuesta reciente refleja una notable caída de apoyo a las dos principales fuerzas de la coalición gubernamental, el Frente Popular, del primer ministro, y el Bloque Petro Poroshenko, del presidente. En una dura situación económica, el gobierno es visto como un mal comunicador en aspectos claves, como la condicionalidad del Fondo Monetario Internacional y la agenda de reformas.

Existe descontento popular también con el proceso de reformas, percibido como insuficiente, y una gran impaciencia para ver resultados inmediatos en asuntos como la endémica corrupción. A ello se une una profundísima desconfianza en el Estado y sus instituciones. Una desconfianza que viene de lejos y que, en lo concerniente a las fuerzas de seguridad, ha crecido enormemente con los trágicos hechos del Maidán.

Hoy existen dos formas de movilización civil y popular en Ucrania. Por un lado, un reformismo cívico, liderado por fuerzas y organizaciones vinculadas con el Euromaidán, también presente en la Verkhovna Rada (Parlamento) tras las elecciones parlamentarias de octubre de 2014. Por otro, protestas en torno a reivindicaciones concretas, en su mayoría socioeconómicas y de difuso origen (que se ven estos días en las calles de Kiev), con métodos y simbología del primer Maidán.

En estas circunstancias, a lo que se añade la incertidumbre derivada de la guerra, hay especulaciones –no generalizadas aún– sobre un segundo Maidán. No resulta claro cuál sería el elemento catalizador en ese hipotético escenario, más allá de la penuria económica y frustración popular, ni si sería tan aglutinador como el primero. Las ansias de cambio radical se atemperan con la necesidad de estabilidad política, unidad nacional y el descrédito del Bloque de Oposición, mayormente compuesto por miembros del extinto Partido de las Regiones de Yanukovich y, por tanto, percibidos como prorrusos.

Entre fuerzas del cambio…

A menos que uno sea un cínico empedernido, es difícil no quedar admirado por la dedicación y calidad profesional de muchas de las organizaciones civiles que proliferan tras el Maidán, que estuvieron en su origen y que lo distinguen claramente de la Revolución Naranja de 2004. Su labor abarca desde la implicación en el proceso de reformas, hasta el seguimiento de la situación de los derechos humanos en el conflicto, o la atención a los casi un millón de desplazados internos que la guerra ha provocado. Ucrania es un caso singular de sociedad civil implicada en un proceso de transformación de estas dimensiones, muy por delante de algunos países candidatos de la UE con similares problemas estructurales, como en los Balcanes.

Este espíritu de organización, parte de la historia reciente de Ucrania, ha adquirido cierta simbología épica tras los sucesos de finales de noviembre de 2013 y febrero de 2014. Otro factor clave es la falta de confianza en el Estado, percibido como corrupto en sus entrañas e incapaz de resolver los problemas básicos de ciudadanos. Esa debilidad estructural del Estado, por una parte, y sus excesos, por otra, han conducido a la “cuasi sustitución” de las instituciones por organizaciones de la sociedad civil en algunos aspectos públicos.

En este proceso, el concepto de autoayuda es clave en la Ucrania post-Maidán, y es el que inspira tanto a organizaciones civiles como a la fuerza política del mismo nombre (Samopomich), la tercera lista más votada en octubre, integrada por activistas del Maidán, ONG, emprendedores y otros, sin cargos previos en el Parlamento. Los líderes de Samopomich tienen un novedoso discurso reformista y vínculos con grupos promotores de la iniciativa de Reanimación de Reformas. En palabras de algunos de sus líderes, no esperan que la UE resuelva estas cuestiones (“los propios ucranianos tenemos que acabar con la corrupción”). Al contrario, piden que Bruselas sea absolutamente exigente con la agenda de reformas y con el gobierno.

No obstante, en Ucrania, el verdadero cambio, aún potencial, es claramente de generación, no tanto de unos partidos u otros. Más allá de Samopomich y las esperanzas (¿excesivas?) depositadas en este nuevo partido, uno se encuentra con un perfil de jóvenes profesionales (entre 20 y 40 años) en diversas organizaciones y hoy en el Parlamento, adscritos a distintas fuerzas políticas.

…y continuismo: la vieja guardia

Hoy se habla en Kiev de “des-oligarquización”; esto es, medidas para contrarrestar la masiva influencia política de los oligarcas. Paradójicamente –o no tanto si pensamos en otras transiciones–, podría ser el propio Poroshenko (oligarca, proveniente de lo que se conoce como “vieja guardia” o “antiguo régimen”) quien tomara las primeras decisiones reales en ese sentido. Por ejemplo, la reciente destitución de Ihor Kolomoisky (para algunos, el “otro” presidente de Ucrania) como gobernador de Dnipropetrovsk. En esa línea van también algunas de las propuestas de Samopomich, en lo que concierne a financiación estatal de partidos políticos. La falta de financiación oficial es una fuente de corrupción y de compra de puestos en las listas. La propia crisis económica, la destrucción del tejido industrial del Donbás en guerra, o la condicionalidad del FMI están contribuyendo también a una cierta disminución del poder de los oligarcas.

Este proceso profundamente complejo, como casi todo lo que atañe a la transformación de Ucrania, está lleno de dilemas de Realpolitik. Los oligarcas son vistos como obstáculo para la plena normalización del país. No obstante, en tiempos de amenaza nacional distintos interlocutores reconocen que algunas de las unidades militares bajo control de los oligarcas o los batallones de voluntarios que estos financian –y que el gobierno está intentando integrar bajo su mando y control– son a veces más eficaces que las fuerzas regulares en la cruenta guerra del Este.

Más allá de decisiones formales y retórica oficial, está por ver la voluntad del gobierno de Yatsenyuk (o de la UE) de tratar esta cuestión, así como su capacidad para, gradualmente, limitar el peso de intereses fácticos. Pues, a pesar del Maidán y de nuevas caras, tales intereses, en un sistema político donde más que partidos ideológicos existen plataformas de intereses, siguen presentes en todas las instituciones. Ello incluye el gobierno y el Parlamento, tanto en fuerzas que lo apoyan como en el actual Bloque de Oposición.

De hecho, parte de las dificultades y baños de realismo político a que se enfrentan los activistas del Maidán, hoy convertidos en parlamentarios y/u ostentando algún cargo ministerial, reflejan lo inevitable de tener que hacer política, mano a mano, con la vieja guardia y su asociación pública con figuras de la misma. Algo que otras transiciones, como la española, también han conocido.

Reformando el Estado

Oligarcas y vieja guardia son, sin embargo, parte de problemas más amplios, enquistados en Ucrania y su cultura político-social. En las circunstancias actuales, hay por lo menos tres prioridades urgentes: atajar la corrupción, consolidar el Estado de Derecho y relanzar la economía. Las tres están íntimamente relacionadas y son cruciales si el proceso político iniciado por Ucrania ha de consolidarse o estancarse.

Corrupción es la palabra más repetida por el ucraniano medio, en un país donde hay que pagar sobornos para aspectos básicos de la vida diaria, ya sea el hospital, la policía o el registro de matrículas. Transparencia International coloca Ucrania en el puesto 142 en su Índice de Percepción de Corrupción en 2014, estando Rusia en el 136. Ciertas prácticas operan casi como política social y en parte tiene que ver con un sistema que paga a sus funcionarios salarios ínfimos, insuficientes para vivir.

De entre los sectores percibidos como más corruptos destacan las mismas instituciones que, irónicamente, han de garantizar el Estado del Derecho: la judicatura y el sector de seguridad, cuya reputación, por su papel central en los violentos sucesos del Maidán, es pésima.

Teóricamente, habría dos grandes opciones o vías en este tipo de contextos. Una sería la plena lustración de órganos y cuerpos de seguridad, limpiando de “manzanas podridas” las instituciones y reclutando según criterios meritocráticos. Otra opción pasaría por reformas más graduales e incrementales, similares a las probadas en países de la ampliación o posconflicto.

Hay propuestas ambiciosas y legislación en marcha para jueces, fiscales y sector de seguridad, en la lógica de la primera opción. Pero, en la práctica, la impresión es que las medidas son, en el mejor de los casos, parciales y, peor, que sectores dentro de los ámbitos correspondientes están minando su aplicación.

Ambas opciones tienen pros y contras. Una lustración radical presenta problemas serios de recursos humanos, seguridad y estabilidad en tiempos de guerra (riesgo de crear más grupos fuera del control del Estado), además de vulneraciones de proceso y Estado de Derecho. Pero tampoco queda claro cuán factible o realista es hoy en Ucrania una transición pulcra u ordenada, de “ley por ley”, que no reforme sustancialmente el sector de seguridad ni establezca un poder judicial y fiscal mínimamente independiente. Los precedentes en otros escenarios (desde Irak a Bosnia o Kosovo) no arrojan conclusiones muy positivas sobre ambas opciones. Existe un riesgo real de que Ucrania camine a otra europeización o transformación superficial, como es el caso de algunos países candidatos a la UE (o ya miembros de pleno derecho).

Guerra y esperanzas europeas

Los retos que tiene ante sí Ucrania desbordarían las capacidades de muchos Estados europeos constituidos.

El conflicto bélico, en el mejor de los peores escenarios, quedará congelado o aislado, siendo la realidad de hechos consumados por la fuerza en el terreno la que es. Pero si consiguiera estabilizar relativamente el frente bélico en el Este (algo que depende de Moscú), Ucrania podría dedicarse plenamente a la batalla central, la que se libra diariamente en el Parlamento y en las otras instituciones del Estado. Desgraciadamente, al Kremlin de Vladimir Putin no le interesa ni un conflicto congelado, sino uno latente, ni la normalización de Ucrania, no digamos su inclinación europea. Probablemente intensificará la guerra híbrida para evitar progresos en este otro frente.

Estamos hablando de procesos largos y espinosos. Precedentes como el modelo de Polonia son de ayuda relativa. Pero son también procesos demasiado a menudo al capricho de otras agendas nacionales, personales y de Bruselas.
Ucrania comienza un proceso transformador en el que, como todos, habrá ganadores y perdedores. Aunque le esperan aún duras pruebas, la sociedad ucraniana tiene una oportunidad. Más allá de mensajes contradictorios y promesas irreales, los europeos deberían implicarse de lleno en este otro frente descuidado: el de las reformas democráticas y de buen gobierno.

Parte de la lucha por reavivar el enfermo proyecto europeo y la utopía europea, no está en Bruselas sino en nuestras propias capitales nacionales y también en Ucrania. Por ello, los europeos tienen que contribuir a consolidar este proceso. Y, con lógicos matices de oportunidad y estrategia, apoyar a fuerzas que a menudo creen más en el modelo europeo y su futuro, y están más dispuestos a más sacrificios por hacerlo realidad, que nosotros mismos.

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