Chile en un conflicto entre superpotencias

Editorial
OpinionGlobal, 16.10.2024

La política mundial actual se encuentra condicionada por una creciente ‘segunda guerra fría’ entre el statu quo de las principales democracias occidentales y, el anti-statu quo, que caracteriza a los ‘spoilers’ en general; esto es, a los actores que arruinan, estropean, o se mal comportan en la arena internacional.

 

Las disputas

En el primer caso, se trata culturalmente de lo que se conoce como Occidente y, políticamente, de un conjunto de democracias desarrolladas, como EE.UU., la UE, Australia, Corea del Sur, Japón y Nueva Zelanda y otras más, que -en su mayoría- conforman una alianza político-militar (OTAN). La alianza entre democracias cree en el orden internacional de post guerra, basado en reglas y en el imperio del derecho (democracia y derechos humanos).

En el segundo grupo, se ubica el “eje de las autocracias”; es decir, las potencias que tienen designios imperiales, revanchistas o revisionistas con respecto al orden mundial imperante, en especial Rusia, China, Corea del Norte e Irán, los que se constituyen en una nueva ‘banda de los cuatro’ (término empleado para cuatro altos dirigentes maoístas de izquierda). No conforman una alianza formal, pero cada uno con sus intereses particulares se alinean en contra de la alianza occidental liderada por Estados Unidos. En su guerra contra Ucrania, Rusia se muestra como una potencia militarista y agresiva que procura reconstituir el imperio perdido, en tanto que la ‘banda de los cuatro’ busca evitar la propagación del liberalismo a nivel nacional e internacional, porque se trata de una amenaza a su control del poder y de los sistemas políticos autoritarios. Apoyan, en cambio, a otros regímenes dictatoriales menores (Bielorusia, Cuba, Myanmar, Nicaragua, Siria, Venezuela, Zimbabue), a diversos testaferros o ‘proxys’ de índole terrorista (Al-Shabaab, ELN, ISIS, FARC, Hamas, Hizbulá), y a colectivos, organismos de fachada y agrupaciones políticas informales generalmente de izquierda (Foro de Sao Paulo, Grupo de Puebla, etc.).

A pesar de las diferencias entre sí, en el ‘eje de las autocracias’ prevalecen las posturas antioccidentales, antinorteamericanas y antidemocráticas. Cada una de las autocracias persigue imponer sus fines particulares, aunque compartiendo el deseo de cambiar las normas internacionales imperantes. A vía de ejemplos, China se ha opuesto a las sanciones contra Rusia por la guerra en Ucrania, es el mayor importador mundial de petróleo iraní y ha subsidiado durante mucho tiempo a Corea del Norte. Irán, un régimen clerical islamista revolucionario, está por el desarrollo de armas nucleares, a la vez que apoya ‘proxys’ que causan estragos en todo Medio Oriente (primero, con Israel y, segundo, con Arabia Saudita). La potencia islamista ha proporcionado misiles y aviones no tripulados a Rusia para Ucrania y, no cabe duda, que el ataque hace un año de Hamas a Israel fue orquestado por Teherán a pedido de Moscú. Corea del Norte ha proporcionado proyectiles de artillería a Rusia (y ¿tropas en Ucrania?), en tanto que China provee tecnologías de doble uso e insumos industriales con aplicaciones militares. A cambio de todo ello, Rusia está ayudando a esos países a mejorar sus programas nucleares, de misiles o de submarinos, y comparte información de inteligencia sobre los sistemas de armas occidentales.

En cuanto a las posturas de terceras potencias, cabe señalar que la India sigue siendo un importante comprador de energía y armas rusas, aunque mantiene sus tensiones con China y ha iniciado un proceso de gradual acercamiento a EEUU en el Indo Pacífico. Muchos de los países del llamado Sur Global se han negado a condenar la agresión rusa en Ucrania o a apoyar las sanciones económicas contra Rusia. En ellos, prima el antinorteamericanismo, así como el peso de regímenes populistas o autocráticos.

Para contrarrestar a la nueva ‘banda de los Cuatro’ EEUU procura establecer un sistema de contra alineamiento efectivo. Ya existe una red de alianzas y asociaciones entre Europa y el Indo-Pacífico. El desafío para los EE.UU. es proporcionar una presencia activa ante las amenazas y brindar previsibilidad a las relaciones que se requieren. Para los socios de Estados Unidos, el desafío es contribuir más a la defensa común y a coordinar políticas para enfrentar los desafíos compartidos, incluidos los planteados por la ‘banda de los cuatro’.

 

Futuros escenarios

En esa lucha ideológica global (democracias vs. autocracias), el mayor o menor grado de conflictividad internacional estará determinado por tres escenarios relativos a la agresión no provocada de Rusia a Ucrania (en 2014, a Crimea y el Donbas, y en 2022, a toda Ucrania). A saber:

Triunfo de Rusia en su guerra de desgaste (‘attrition’) contra Ucrania, con cambio de régimen y pérdida de soberanía e independencia de este último, planteándose a continuación una amenaza sobre terceros países vecinos, como Estonia, Georgia, Letonia, Lituania, Moldavia, Rumania y Polonia;

Cese del fuego e inicio de un proceso de paz negociada, con reconocimiento de la independencia ucraniana, pero a cambio de un reparto de territorios y la neutralidad del país; y

El desgaste humano, político y militar de Rusia lleva a la caída de Putin y al término de la intervención rusa en Ucrania.

El primer escenario es el peor para el mundo democrático, no sólo porque Rusia se mantiene agresiva con sus vecinos, sino porque constituye un precedente directo para la invasión de China a Taiwán y para la detonación y agudización de otros conflictos globales, principalmente en el Medio Oriente. No olvidemos que dichos conflictos están directamente interconectados entre sí, como -por ejemplo- la acción de Irán en contra de Israel, a través de sus proxys (Hamas y Hizbulá), al ser un aliado de Rusia que quiere distraer la atención de la guerra de Ucrania. De la misma manera, el ataque de Hamas el 7 de octubre de 2023 buscaba una reacción fuerte de Israel para echar abajo los Acuerdos de Abraham con Arabia Saudita y los estados del Golfo.

El segundo escenario resuelve temporalmente el conflicto, pero a un costo mayor para la parte agredida: Ucrania. No solo congela un conflicto que puede volver a explotar, sino que deja a la región de Europa Oriental en una situación de gran inestabilidad.

Y, por cierto, el tercer escenario consiste en que Rusia no prevalece sobre Ucrania. Para ello, se requiere el apoyo militar occidental a Ucrania, en forma constante y a largo plazo, incluyendo garantías para su seguridad futura (membrecías en la UE y la OTAN). Esto puede que no traiga la paz definitiva, pero sienta las bases para preservar la total independencia de Ucrania. A su vez, la contención de Rusia demuestra también a China que no tiene las manos libres respecto de Taiwán. Y, finalmente, un eventual desfonde del imperio ruso abre la opción de una democratización en dicho país.

 

El debate nacional

Frente a los hechos y escenarios antes descritos, cabe determinar cuál es el interés nacional en juego de Chile y cuáles son sus alternativas estratégicas más recomendables. Para ello, vale la pena revisar el incipiente debate que se ha abierto entre algunos especialistas nacionales.

El economista y exministro socialista Carlos Ominami habla de la “Autonomía estratégica y No alineamiento activo” (El Mercurio, 10.09.2024). Comulga con el presidente Boric, en cuanto que Chile sostenga “una posición de autonomía estratégica” para que el país “no se case con ninguna de las superpotencias”. Aunque reconoce que en los grandes temas políticos Chile está más cerca de las democracias occidentales (Ej.: apoyo a Ucrania), rechaza las sanciones unilaterales a Rusia y, en lo económico, es partidario de situarse más cerca de China. Es más, cree que el “no alineamiento activo” habría evitado la suscripción reciente de una declaración sobre la crisis venezolana con los EE.UU. y puntualiza que “la cercanía con EE.UU., y la distancia con Brasil, Colombia y, también, México, los tres países más grandes de la región, en el tratamiento de la crisis venezolana, no son consistentes con una política que combine adecuadamente intereses con convicciones”.

Al parecer, Ominami entiende por ‘convicciones’ el asumir un sesgo ideológico de izquierda. Del mismo modo, celebra como gran novedad geopolítica la emergencia de un supuesto ‘Sur Global’, pero olvida que tal frente es una quimera y no existe como un actor colectivo. No es otra cosa que el mero aprovechamiento tanto de Rusia como de China del bloque de los BRICS, porque son indiferentes a los intereses del mundo en desarrollo. Y, en ese sentido, es lamentable el ‘liderazgo extraviado’ de Lula (según el periodista Juan Ignacio Brito), al confundir el agresor con el agredido en la guerra de Ucrania, o bien, al oxigenar al dictador Maduro.

El exministro de RREE democratacristiano Mariano Fernández rebate a Ominami y pone énfasis en la “autonomía estratégica”, puesto que: “Chile es un Estado independiente, soberano y democrático……. régimen libertario basado en la democracia. Por ello, el tema de la democracia es esencial y somos un país perfectamente alineado, sin matices, en materia de libertades, democracia, derechos humanos y Estado de Derecho”. Al revés, trata el ‘no alineamiento activo’ como una ‘doctrina’ de internacionalistas chilenos, ambigua y difusa, “que inevitablemente recuerda la derivación del Movimiento de los Países No Alineados, como una gran plataforma de lucha de movimientos autoritarios contra el mundo democrático capitalista occidental, digitado desde Moscú, como también resulta hoy bajo distinto signo, pero con una autocracia al comando” (El Mercurio, 16.09.2024).

La abogada y excanciller democratacristiana Soledad Alvear sostiene, por su parte, que una ‘no alineación activa’ de Chile es “una idea interesante, pero que no tiene una bajada práctica en materia de seguridad y defensa, pues se juega la soberanía territorial, la paz y la estabilidad de un país”.  Asegura que “lo que más se necesita es certidumbre institucional, claridad y, sobre todo, una planificación acorde a las necesidades de una potencia secundaria pero inserta en el mundo como es Chile”. En suma, Alvear cree en el poder blando y en el prestigio internacional chileno para desempeñar un rol distinto de los BRICS y de las grandes potencias globales, aunque de carácter más regional (La Tercera, 02.10.2024).

La opinión del académico Manfred Wilhelmy es válida cuando plantea -en forma más concreta- la inconveniencia de un mayor nivel de cooperación de las fuerzas armadas chilenas con China. Al respecto, sostiene: “Primero, China tiene un régimen autoritario, regido por un partido hegemónico, con aspiraciones de potencia regional y mundial, gobernado con criterios muy distintos de los que se consideran legítimos en Chile. Esas diferencias se pueden obviar en gran medida en lo económico, no así en materias políticas, como defensa y relaciones exteriores. Segundo, en el período contemporáneo, China ha atacado a países vecinos como India (última confrontación en el año 2020) y Vietnam (guerra en 1979), hostiliza actualmente a Filipinas (por disputas marítimas) y amenaza a Taiwán. Tercero, China coopera activamente con Rusia (“alianza sin límites”) en su agresión a Ucrania, y con Corea del Norte. Cuarto, Chile y China tienen diferencias no resueltas en temas antárticos, marítimos y de pesca de alta mar” (El Mercurio, 15.09.2024).

En suma, con todos los beneficios que aportan el comercio y las inversiones chinas, su régimen político crecientemente autoritario (por el marxismo nacionalista de Xi Jinping) plantea profundas consecuencias negativas para un ya debilitado sistema internacional. El hiperrealismo del liderazgo chino, cuando considera que "China es grande y los demás países chicos", constituye a la larga una amenaza para los estados liberales menores.

Por último, el director ejecutivo de la Fundación AthenaLab Juan Pablo Toro sentencia que “la neutralidad militar no aplica en tiempos de competencia” (El Mercurio, 28.09.2024). Según él, hoy “potencias grandes y medianas, inconformes con el orden global basado en reglas post 1945, intentan modificarlo invadiendo países vecinos, auspiciando milicias para atacar a sus enemigos históricos, realizando ensayos balísticos día por medio o haciendo colisionar sus embarcaciones en mares disputados. Pero, más preocupante todavía, cooperando entre sí frente a los que son percibidos como rivales comunes”. Toro explica cómo la nueva ‘banda de los cuatro’ está apoyando militar y tecnológicamente a Rusia en la guerra de Ucrania. Nos recuerda también que “no debe sorprender que entre los primeros países que felicitaron a Nicolás Maduro por perpetuarse en el poder hayan estado Rusia, China e Irán, al parecer, sin importarles el hecho de que Venezuela se haya convertido en un exportador de toda clase de inseguridades para la región, incluidos peligrosos grupos criminales y una inmigración desbocada. De eso se trata, de fomentar la ‘convulsión’ y qué mejor que la periferia directa de Estados Unidos”.

Aclara, asimismo, que las fuerzas armadas chilenas “se encuentran de facto integradas a estructuras de Defensa occidentales, ya sea por doctrinas comunes, intercambios de oficiales, origen de los equipos empleados o por apego a la legalidad internacional que regula el despliegue de efectivos en exterior (siempre buscando al alero de Naciones Unidas)”.

 

Lo que a Chile no le conviene

A Chile le afecta el conflicto global declarado entre democracias y autocracias, porque distorsiona las relaciones internacionales y pone en riesgo la estabilidad del sistema mundial. Tal situación incide, por lo demás, en el plano nacional, donde también se plantea una suerte de ‘lucha cultural-ideológica’ entre izquierda y derecha, que impacta negativamente en el desarrollo del país.

En ese contexto, conviene desmitificar el planteamiento del profesor Jorge Heine en cuanto a nuestra supuesta “condición de país emblemático del Sur Global”, alegando que lo contrario sería simple miopía y negacionismo. Como ya se explicó más arriba, el ‘Sur Global’ es un concepto abstracto y no un referente geopolítico concreto. Tampoco es un grupo homogéneo ni cohesionado. El tercermundismo es, a estas alturas, una experiencia anacrónica, al igual que el Movimiento de Países No Alineados.

En cuanto al bloque de los BRICS, que se define como antihegemónico, pero que en el fondo es antioccidental y antinorteamericano, los intereses de Brasil y la India no coinciden con los de China y Rusia. Arabia Saudita e Irán (nuevos postulantes) son enemigos acérrimos entre sí. Para que hablar de un posible ingreso de Venezuela, un verdadero paria internacional. Y, el hecho de que el expresidente argentino Alberto Fernández se hubiese matriculado con los BRICS, o bien, que el presidente Gustavo Petro busque el ingreso de Colombia a dicho grupo, no han sido impedimentos para que ahora lo rechace Milei y para que Colombia pueda cambiar de posición después de Petro. En ambos casos, en el interés por vincularse a los BRICS ha prevalecido una convicción ideológica antes que el interés nacional.

 

Conclusiones

En definitiva, conforme al interés nacional chileno, somos esencialmente defensores de los valores occidentales (orden mundial basado en el derecho internacional). Además, nuestra economía abierta al mundo depende del libre comercio, el cual estará mejor resguardado por las democracias que por las dictaduras. Y, a pesar de que Chile se ubique en la periferia mundial, es evidente que su alineamiento natural corresponde a América Latina, Occidente y las democracias en general. Es más, los países afines a Chile (“like-minded”) no tienen mucho que ver con los BRICS. A parte de nuestra relación histórica e inmediata con el Cono Sur sudamericano, nos interesa entendernos con otros casos de desarrollo más exitosos, como Australia, Canadá, los países nórdicos y Nueva Zelanda, entre otros.

Nuestro posicionamiento estratégico hacia el futuro debería ser, entonces, lo más autónomo y soberano posible, sobre todo cuando se trata de los temas más importantes de la agenda global, como son las materias primas y su comercio exterior; la migración y la paz regional; la defensa de la Antártica; el incentivo y protección de las fuentes de inversión extranjera; el medio ambiente y el desarrollo sustentable; etc... Con todo, llegado el momento de tener que definirnos entre la alianza de las democracias y el eje de las autocracias, resulta claro que debiéramos liderar el ‘regionalismo abierto’ en América Latina, así como ejercer una defensa activa de la democracia y los derechos humanos en el mundo.

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