China, veinte años en la OMC

Columna
Perfil, 18.12.2021
Felipe Frydman, economista argentino, exembajador y consultor del CARI

El gobierno de la República Popular China no escatimó elogios en la celebración del vigésimo aniversario del ingreso a la OMC, considerado como una continuación de las políticas de reforma y apertura concebidas por Deng Xiaoping. La celebración consistió en remarcar los éxitos que permitieron al país convertirse en la segunda economía del mundo con un PBI de 14.700 billones de dólares y un ingreso per cápita de 10.500 dólares. El PBI de los Estados Unidos es de 20.900 billones con un ingreso per cápita de 63.500 dólares.

China solicitó reingresar al GATT en julio de 1986 y revalidó su pedido en noviembre de 1995, cuando el organismo se transformó en la OMC después de finalizadas las negociaciones de la Ronda Uruguay. La reincorporación al FMI y el BM fue en 1980. Durante años China mantuvo negociaciones bilaterales con diferentes países, incluyendo a Argentina, para obtener el consenso de todos los miembros.

Los festejos no hicieron mención al papel de Estados Unidos en el proceso de reforma y en el apoyo decisivo para incorporarse a la OMC. A partir del golpe de Estado de 1976 , que terminó con las fantasías de la revolución permanente de la Banda de los Cuatro, China se convirtió en un aliado de los Estados Unidos para enfrentar el expansionismo soviético, que se vio reflejado en la oposición a la invasión vietnamita de Camboya, el apoyo al Khmer Rouge, la invasión de Vietnam en 1979 y el abandono de las guerrillas comunistas en los países del Sudeste Asiático. China también facilitó bases de observación en su territorio. El proceso de acercamiento culminó cuando los Estados Unidos le otorgaron el estatus de “relaciones comerciales normales permanentes” el 10 de diciembre de 2000, allanando el ingreso a la OMC en diciembre de 2001. El presidente Clinton afirmó que China al incorporarse a la OMC aceptaba importar la libertad económica, que representa uno de los valores más importantes de la democracia. Otra utopía.

El mundo aceptó el ingreso de China al organismo como una contribución para paliar la pobreza extrema y porque incorporaba al país más populoso al proceso de globalización. El Protocolo de Adhesión incluyó un período de transición para la adaptación a una economía de mercado considerado complejo después de décadas de mantenerse encorsetada y cerrada al comercio internacional. Las empresas multinacionales de Japón, Estados Unidos y la Unión Europea e importantes flujos de capitales desde Hong Kong fluyeron hacia el continente para aprovechar el ilimitado ejército de reserva de mano de obra con bajos salarios. Esta transformación provocó la desindustrialización, pérdida de empleos y cimbronazos políticos en los países desarrollados y de ingresos medios en favor del crecimiento industrial en China y países aledaños de la región asiática.

Mientras China festejaba, en la última reunión de revisión de política comercial un grupo de países encabezados por los Estados Unidos expresaron su insatisfacción por la reticencia de Beijing de adaptarse a las reglas de la organización. Mientras en China todo eran alabanzas, los países desarrollados afirmaban que las políticas de subsidios, falta de transparencia, la interferencia del Estado y las empresas estatales son incompatibles con una economía de mercado. El embajador de la UE dijo que “la influencia ejercida por el Estado en el escenario económico genera una competencia distorsionada, con problemas sistémicos para el comercio global”.

La celebración de China por su ingreso a la OMC para deleitarse con sus éxitos económicos es una visión xenófoba coincidente con los tiempos imperiales actuales. China supo cómo coquetear con Occidente para recibir una inconmensurable ayuda en inversiones, tecnología y manejo empresarial que posibilitaron su ascenso. El conflicto actual señala que la paciencia tiene límites y que hoy se necesitan, más que promesas y sonrisas, reglas equivalentes que permitan una competencia justa para beneficio de todos.

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