¿Cuál López Obrador?

Columna
La Tercera, 24.11.2018
Álvaro Vargas Llosa, historiador, escritor y columnista peruano

El 1 de diciembre asumirá el poder en México -la segunda economía de América Latina, la decimoquinta del mundo y un socio clave de la Alianza del Pacífico- Andrés Manuel López Obrador (AMLO). El tránsito desde su elección, hace medio año, hasta la toma de posesión ha aumentado la incertidumbre sobre el nuevo mandatario. ¿Será un socialdemócrata a la usanza uruguaya o al estilo de Felipe González, o un populista que, gracias a su mayoría absoluta en el Congreso y el control de su partido en la capital y en 19 gobernaciones, erosionará la democracia y hará que la economía descarrile?

El hecho de que no lo sepamos es preocupante. Existe la posibilidad, sí, de que no convierta a México en una de esas democracias plebiscitarias que terminan despreciando el Estado de Derecho y de que respete a la empresa privada y el papel de su país en el comercio internacional. Pero las señales de los últimos meses son demasiado contradictorias.

Por un lado, ha nombrado tecnócratas con estudios en grandes universidades en los puestos clave del manejo fiscal y económico, así como a un moderado en la cancillería y a un (discutido) empresario como el gran coordinador de la Presidencia. Por el otro, convocó una consulta popular aun antes de asumir el poder para reemplazar el muy avanzado proyecto de construcción de un aeropuerto internacional por un esquema distinto (que por supuesto ganó), en perjuicio de importantes capitales mexicanos; ha anunciado que revivirá Pemex, el ente petrolero estatal, con toda clase de proyectos de típica inclinación nacionalista a pesar de que la industria se estaba empezando a modernizar desde que se permitió el capital privado; ha prometido contratar a 50 mil militares y policías nuevos que le responderán personalmente a él para reforzar la seguridad; ha diseñado un sistema de “superdelegados”, todos de su partido o cercanos a él, a los que enviará a los diferentes estados a hacer tareas que probablemente chocarán con las de los gobernadores; ha reiterado la determinación de ampliar las subvenciones a distintos grupos, duplicar las pensiones y, por último, establecer una “constitución moral” cuyo alcance no se conoce y que a muchos trae el recuerdo del “poder moral” de Hugo Chávez.

Pero quizá la cuestión más importante, la que realmente lo decidirá todo, es si AMLO sabrá respetar el equilibrio de poderes, el pluralismo y las libertades públicas cuando todo esto, en caso de llevarse a cabo, genere una fuerte reacción de las clases medias y los sectores empresariales y políticos que presumiblemente se sentirán amenazados. Los antecedentes de AMLO, quien hace pocos años mandó “al diablo a las instituciones” tras perder una elección, no son tranquilizadores. Pero también es cierto que la democracia mexicana ha avanzado mucho desde su inicio, hace dos décadas, y que una cosa es la lengua suelta de un aspirante y otra distinta la responsabilidad de gobernar. Por eso, lo más seguro es que quién sabe…

Sería una verdadera tragedia para América Latina -y muy particularmente para la Alianza del Pacífico- que, en el momento en que gran parte de la región se quiere alejar de la herencia nefasta de los populismos autoritarios, ese país de 130 millones de habitantes, vecino de Estados Unidos y con una economía nada menos que de US$ 1.15 billones, sucumbiese a la maldita tentación. El subdesarrollo de México es hijo de esa extraña variante del populismo institucionalizado (aunque esto parezca una contradicción en los términos) que fue el PRI, partido, por cierto, del que salió en su día el propio AMLO. Ojalá que el nuevo mandatario tenga presente esa lección.

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