Cuando la bomba nuclear es tema

Columna
El Líbero, 03.06.2024
José Rodríguez Elizondo, periodista, escritor y Premio Nacional de Humanidades 2021
  • «Ahora que ha terminado la Guerra Fría la política internacional está saliendo de su fase occidental» (Samuel Huntington, 1993)

Hace poco volví a ver el filme Doctor Insólito o como aprendí a amar la bomba, de Stanley Kubrick, y ya no me pareció tan satírico ni tan improbable. Ayer no más leí en El País la columna Ley de la jungla, de un señor Andrea Rizzi, para quien “nos hundimos en una espiral de descomposición del orden internacional que nos deja cada vez más cerca de una ley de la jungla”. Es algo que empata con lo expuesto en estas columnas sobre el mundo encabritado y en un libro que presentaré pronto con el título (vaya coincidencia) Chile y la ley de la selva.

Por lo mismo, me parece surrealista que los jefes políticos de nuestra región sigan rizando el rizo con sus debates y querellas sin horizonte. Creen que el mundo entero es su aldea e ignoran que, por mucho menos de lo que hoy sucede, estallaron dos guerras mundiales. Lo peor es que mientras los que mandan siguen pajareando, las amenazas siguen creciendo.

Esta semana la guinda de la torta la puso Donald Trump en EE.UU. Con claros antecedentes como golpista, convicto por 34 delitos y con otros juicios pendientes, las encuestas aseguran que puede ser elegido para un segundo mandato presidencial en la democracia todavía más poderosa.

En paralelo y al margen de las catástrofes naturales, siguen atronando los tambores de guerra en Ucrania y en Gaza, emerge el super terrorismo para complementar la fuerza de una potencia teocrática, las dictaduras se aprovechan del pánico para fortalecerse, y no hay democracias que den señales de futuro esplendor.

Aunque no lo percibamos, esto implica que ya terminó la época del “equilibrio del terror”, propia de la Guerra Fría, que impedía hasta la mención del armamento nuclear en los conflictos con participación de potencias del club atómico. A sólo tres décadas y media de su fin, ese rescoldo de sensatez dejó de ser disuasivo. Hoy estamos en pleno proceso de normalización respecto al empleo de la que antes se llamara “el arma total”.

 

Hecatombe a la carta

Este año, previo acondicionamiento político y sicológico de propios y extraños, Vladimir Putin puso su arsenal nuclear en la balanza bélica, para bloquear la ayuda a Ucrania de los países de la OTAN. Como es obvio, con ello obligó a prever su eventual empleo a los países que pretende disuadir.

Al mismo tiempo, China y EE.UU. se muestran los colmillos atómicos en torno a la isla de Taiwán y el líder norcoreano Kim Jong-un sigue ufanándose de su arsenal nuclear. Al parecer, lo publicita para aterrorizar a sus vecinos o para adjudicarse un rol logístico en un eventual tercer estallido mundial… al cual está contribuyendo.

En cuanto al conflicto del Medio Oriente, se sabe que Israel tiene un potente reservorio nuclear y no está excluido que Irán produzca alguna sorpresa al respecto. En la región, junto con la pésima razón política podría operar la peor razón fundamentalista: ese concepto de la “bomba islámica”, posicionado desde que Pakistán accediera a dicha arma en el marco de sus conflictos con India, otra potencia nuclear.

Lo dicho retrotrae a la soterrada polémica entre científicos, gobernantes y mandos militares norteamericanos, a fines de la Segunda Guerra Mundial, respecto al uso de la flamante bomba producida en Palo Alto. Ya asumidos sus terribles efectos eventuales y pendiente solo la rendición de Japón, hubo dos posiciones básicas entre (llamémoslos así) idealistas y realistas. Para los primeros bastaría una demostración pacífica ante políticos, expertos y militares japoneses, para que su país se rindiera. Para los segundos, el ser humano no es muy racional y los japoneses eran militarmente irreductibles. Sólo tras una catástrofe demostrativa -morir para creer-, rendirían sus banderas y los soldados norteamericanos dejarían de sacrificar sus vidas en una guerra ya ganada.

La historia dice que la razón política estuvo con los realistas. Japón sólo se rindió tras el pavoroso impacto de la bomba sobre Hiroshima. Lo que todavía no está claro es por qué Harry Truman permitió una segunda bomba sobre Nagasaki.

Pero ese debate ya se olvidó.

 

El peligro de lo excepcional

Pese a la normalización del escenario nuclear, los optimistas poco informados de América Latina aseguran que vivimos en un barrio aparte y la prueba es que pasamos piola en las dos guerras mundiales. Siguen creyendo que ese lema de James Bond “nunca digas nunca jamás” sólo vale para películas.

La realidad nos dice, por el contrario, que hoy debemos asumir que cualquier guerra con proyecto atómico bajo el poncho es o puede ser viral. Y, si ya olvidamos la integración regional utópica -cepalina o castrista-, al menos debiéramos poner límites a la desintegración, máxime si se da en un contexto ecológico deteriorado y tiene rasgos novedosos.

La mala noticia es que eso es precisamente lo que está sucediendo, pues ni las dictaduras ni las democracias son lo que eran. A las primeras ya no les basta el “modelo Mariel” para expectorar a sus excedentes humanos. Las hay capaces de asociarse con narcotraficantes, contratar sicarios para eliminar enemigos en el exterior y hasta preparar casus belli para ganar o soslayar elecciones amañadas.

Correlativamente, las patologías de nuestras democracias ya no son obvias. Sin estrategias ad hoc, sus gobiernos deben enfrentar los problemas de los millones de migrantes que producen las dictaduras. Por temor o por afinidad ideológica, algunos incluso son pasivo-tolerantes ante ese desmán. Otros gobiernos enfrentan terrorismos potenciados por el crimen organizado y por intereses de los mercados negros. En ese río revuelto, el narcotráfico ha conseguido implantar su cultura mafiosa en los barrios citadinos, siguiendo el modelo de Pablo Escobar.

Quizás lo más notable, sicológicamente hablando, es que políticos de nuevo tipo socavan la unidad de sus Estados, en aras del poder desnudo, de ideologías identitarias o en aplicación del “modelo woke”.  Desde ese talante están perdiendo los buenos modales al más alto nivel. Hay jefes de Estado que se insultan como si fueran jefes de barras bravas.

 

El que pone los tanques

Si lo anterior no basta para prevenir incendios en América Latina, existe un fenómeno aún más grave que está pasando inadvertido: es el reemplazo progresivo de los proveedores tradicionales de sistemas de armas sofisticadas.

Visto que las dictaduras ya se abastecen en Rusia, China e Irán, que los exportadores de países de la OTAN están concentrados en Ucrania y que los EE.UU. ya no nos consideran siquiera como su backyard, la competencia por ese mercado se instaló fuerte en la región.

Los expertos militares de cada país -es su función- ya tendrán los registros de cada caso. Pero, sin una relación de confianza con sus gobiernos -que parece ser la regla general-, no pueden explicar a los políticos que cualquier cambio de proveedores de sistemas de armas tiene carácter estratégico. No equivale a un cambio de proveedores de bienes de consumo para civiles, pues tiende a inducir en los países importadores un cambio de posiciones en lo político y en lo geopolítico.

Esto forma parte de una historia oculta, en la cual chilenos y peruanos tuvimos una experiencia un pelín escalofriante. A fines de 1971, ante las dificultades de Chile para mantener su nivel de equipamiento militar, la Unión Soviética ofreció a Salvador Allende armamento de calidad similar al que proveían los EE.UU, a precios de liquidación. Tras despachar una misión de expertos militares a Moscú y recibir su informe, el presidente consultó el tema con el comandante en jefe del Ejército, general Carlos Prats, cuya respuesta fue cuidadosamente negativa. Reconoció que la oferta era tentadora y que el material era equivalente al que ya utilizaban nuestras Fuerzas Armadas, pero explicó que, en el marco de la Guerra Fría, un cambio de proveedores era trascendente en lo sicológico y “tenía connotaciones políticas internas e internacionales”. Sugerentemente, en septiembre de 1973, cuando ya se acercaba la crisis final del gobierno de Allende, el general Juan Velasco Alvarado -jefe de la revolución militar peruana de 1968- recibió una oferta soviética similar. La diferencia fue que la aceptó y potenció a sus ejércitos con tanques, cazas, helicópteros y cohetería a un nivel claramente superior al de Chile. Según analistas variopintos, este juego estratégico y de mercados estuvo en la base de una presunta ofensiva peruana y de medidas reales de prevención por parte chilena.

Dos anécdotas al respecto. Una dice que la rechazada oferta soviética a Chile contenía poderosas minas antitanques y que la venta al Perú comprendió 300 poderosos tanques. Otra cuenta que, por razones de idioma, entre los instructores soviéticos había muchos cubanos y que éstos trataron de cubanizar la original revolución socialista de los militares peruanos. Chocaron duro con el general Francisco Morales Bermúdez, quien se alzó contra Velasco Alvarado

 

Concluyendo

Visto que la bomba forma parte del juego bélico vigente y que Rusia, China e Irán ya tienen presencia activa en el mercado de armas de América Latina, parece llegado el momento de reconocer las siguientes cinco realidades geopolíticas:

1.- En los niveles estratégicos, quien pone los tanques, los barcos, los cohetes y los drones es el que suele poner la música.

2.- EE.UU. la gran potencia hemisférica hoy de decaída democracia ya no está en condiciones políticas de condicionar las exportaciones de armas a nuestra región.

3.- Es absurdo seguir hablando de unidad latinoamericana en sus distintas variantes, si los países de la región comienzan a depender de proveedores de armas que profundizarán sus diferencias intrarregionales.

4.- Para iniciar un proceso rectificatorio, nuestros países deben recuperar la salud de sus democracias, generar iniciativas de desarme o, en su imposibilidad, reducir su dependencia de los sistemas de armas de importación.

5.- Para que los expuesto se entienda mejor sería conveniente que, junto con ironizar sobre el “buenismo” de Francis Fukuyama, volvamos a leer a Samuel Huntington, quien se equivocó mucho menos que sus críticos.

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