Columna El Líbero, 03.06.2024 Iván Witker, académico (U. Central) e investigador (ANEPE)
Una flor marchita fuera del huerto latinoamericano. Eso parece Cuba. Tanto sus amigos eternos y los nostálgicos revolucionarios, como ese vasto universo progre, incluyendo detractores del experimento de Fidel Castro, coinciden siempre en referirse a la isla como si fuera un fruto delicado; como algo frágil y sensible. Una flor ya mustia que debe ser tomada y mirada con extremo cuidado.
El momento que se escoja para abordar cualquier tema referido a la situación en que se encuentra el país, o a sus efectos en el resto del continente, lo ven como inoportuno. Hay una extraña pulsión a creer que es mejor mirar hacia otro lado. O, derechamente, enterrar la cabeza.
Los “cubanófilos” irredentos de esta región siguen culpando a factores externos y hasta hablan de los efectos del cambio climático para explicar las dificultades del régimen. Explicaciones que revelan una extraña frustración.
Extraña porque es evidente que las actitudes compasivas se tornarán insostenibles en un futuro bastante cercano. Una crisis energética de dimensiones apoteósicas se avecina sobre la isla. Es de tal magnitud, que provocará una frustración imposible de ocultar. La oscuridad total parece inevitable, y es muy probable que en los próximos meses una foto nocturna satelital de Cuba muestre algo idéntico a cómo se ve ahora Corea del Norte. Hay fotos y videos circulando profusamente por redes sociales, que no admiten comentarios ni explicaciones. Es efectivamente la oscuridad total.
Lo acaba de decir el propio jefe de Estado, Manuel Díaz-Canel. Admitió públicamente el inminente desastre energético y la cuasi imposibilidad de encontrar pronto herramientas para enfrentarlo. Lo que se viene es de tal volumen que, en cualquier régimen democrático, su sólo anuncio ya habría levantado un vendaval de protestas y, probablemente, provocado la renuncia forzada del presidente.
Díaz-Canel dijo que, en los próximos meses, los cortes de luz serán mayores a los registrados hasta ahora y que Cuba depende de esporádicos envíos de petróleo mexicano o ruso. Imposible resulta prever el impacto social de tal revelación. De hecho, la situación actual está colmando la paciencia. Como se sabe, las protestas en ciudades y pueblos de la isla ya son frecuentes.
Con voz resignada, Díaz-Canel anunció que estos mega cortes durarán un par de meses. Que el tema central es la falta de inversiones. Que por falta de recursos se ha retrasado el mantenimiento de las instalaciones, ya del todo obsoletas. De paso, presentó excusas. “Aquí no hay apagones para molestar a nadie”, dijo, como si estuviera adivinando lo que se viene. Su voz se correspondía más bien con ruegos. Necesita unos meses de gracia para algo no muy claro. Quizás sólo para mostrar que no está inmóvil y se compadece de los sufrimientos.
Son estos temores ante perspectivas lúgubres, lo que está detrás de esas pulsiones a mirar hacia el lado o a creerse avestruz. El derrumbe de esta “democracia especial”, como la llaman sus partidarios, será muy difícil de digerir, incluso para EEUU.
Peter Turchin lo explica con bastante claridad en su muy reciente obra Final de Partida. Élites, contra élites y el camino a la desintegración política. Reemplazar una élite por otra es una tarea extremadamente compleja y con repercusiones externas. Los ejemplos soviético y yugoslavo son la mejor señal.
Cuba es una isla grande. Exhibe una historia que ha conmovido al continente entero y ha irradiado por todo el mundo. Especialmente hacia África y Europa. Por eso, las balbuceantes palabras de Díaz-Canel apuntan a lo obvio. A que el enorme espesor de la revolución cubana ha entrado en proceso de vaciamiento.
Este colapso energético deja al descubierto al menos dos tipos de problemas. Uno político y otro económico.
En cuanto a lo primero, confirma que se trata de un experimento superado por la historia. También que la interlocución entre el Gobierno y sus gobernados se ha roto de manera definitiva. Lejos de la arrogancia tan característica que tuvo el régimen, los anuncios incluyen ahora llamados a evitar más protestas. La gran pregunta es, cómo reaccionará la gente si la represión se agudiza. Especialmente los jóvenes. Estos, pese a estar sumidos en una pobreza extrema, prefieren las redes sociales, los tweets y posts. Se guían por soundbites.
Interesante resulta constatar cómo puede actuar ante esto una gerontocracia sólo dotada de un libreto revolucionario agotado. Nuevas realidades ya empiezan a aflorar. De hecho, ya hay microemprendimientos privados de jóvenes, a través de internet, relativamente promisorios.
El colapso energético deja en evidencia también el ahogo total (es decir no sólo restrictivo) que provoca el estatismo. La verdad es que este tampoco ha podido solucionar la escasez aguda de alimentos y de medicamentos, la proliferación de virus como el dengue y el oropouche, la inflación galopante, la tremenda cesantía encubierta y la falta de circulante. Ni en momentos de algarabía revolucionaria ni de crisis; ni con millonarios subsidios soviéticos ni chavistas. Al día de hoy, su sobrevivencia se debe básicamente a una simple inercia histórica.
Producto de este vientecillo de cola han comenzado a aparecer las típicas y entretenidas (pero inconducentes) preguntas contra-fácticas. ¿Qué hubiese pasado en Cuba si Fidel Castro, sobresaliente jugador de béisbol en su juventud, hubiese optado por firmar contrato por los Giants de Nueva York, como se le ofreció? ¿Qué habría ocurrido si Fernando Gutiérrez Barrios -el mítico jefe de la Brigada Blanca de la Dirección Federal de Seguridad mexicana- no lo hubiese liberado tras su arresto en 1956 y no hubiese podido zarpar el Granma?
Quienes las plantean creen que la herencia de Fidel Castro es, pese a todo, tan grandiosa, que será muy difícil de desatenderla en la etapa que viene. Son los que ven la flor marchita, merecedora de cuidados especiales. Los que hablan de “democracia especial”.
No se necesita ser clarividente para pronosticar que nada de eso ocurrirá. El legado de Fidel Castro entrará en competencia con la de Batista, de Prío Socarrás y de otros previos a 1959. Es lo que muestran todos los países postcomunistas. La gente busca sus huellas profundas y lo más alejadas posible de la traumática experiencia vivida.
En todo caso, la cercanía con EE.UU. le juega a su favor. Los cubanos emigrados saben que el estatismo es el real obstáculo. El empuje que han demostrado en el extranjero -en ambientes libres- invita a no ser tan pesimista.