Columna El Mostrador, 21.10.2024 Juan Pablo Glasinovic Vernon, abogado (PUC), exdiplomático y columnista
Como en Venezuela, el régimen parece apostar a subsistir sacándose problemas de encima; es decir, permitiendo la salida masiva de sus ciudadanos. Así no solo se deshace de opositores o potenciales opositores, también permite que los escasos recursos existentes alcancen mejor.
El viernes pasado, el sistema de generación y distribución eléctrica cubano colapsó y prácticamente el 100% de la isla se quedó en la oscuridad. ¿La razón? Es un cúmulo de factores, pero los más importantes son la falta de inversión y mantenimiento en el sector energético, así como la escasez de combustible (el sistema depende de centrales térmicas a petróleo y gas).
Las generadoras son de la época soviética y desde la desaparición de este país y el cese de sus generosos subsidios, el sistema se ha mantenido al mínimo, tanto por una total ineficiencia gubernamental que pasó desapercibida un buen tiempo por las cuantiosas donaciones petroleras venezolanas y sus transferencias monetarias, como por la multiplicidad de problemas económicos de la isla, especialmente del último tiempo, y que han captado los magros recursos disponibles en desmedro del sector eléctrico.
Un papel menor ha jugado las sanciones estadounidenses, por la vía principal de encarecer el acceso a ciertos productos y disminuir los potenciales ingresos del (escaso) comercio cubano y de su turismo.
Lo que está ocurriendo es el corolario lógico de una falta de acción, pero refleja al mismo tiempo la profundidad de la crisis cubana. Un régimen anquilosado y preocupado exclusivamente de conservar el poder al costo que sea, con una población empobrecida y que ni siquiera tiene acceso a lo básico, partiendo por la alimentación. Una alta proporción de los cubanos no alcanza la dieta básica que corresponde a una persona para no entrar en la categoría de desnutrición.
Esto es tan dramático que la desesperación empujó al propio Gobierno, en febrero de este año, a solicitar por primera vez al Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU ayuda para entregar leche a los niños menores de siete años.
Lo de los cortes de energía lleva años y ha afectado severamente la vida de los cubanos. En lo que va del 2024, estos en promedio han excedido las 8 horas, impidiendo el desarrollo normal de las actividades y afectando gravemente la escasa actividad económica. Hay partes de la isla donde tener electricidad se ha convertido en la excepción.
En el 2022, la interrupción eléctrica que dejó el huracán Ian gatilló masivas protestas en toda la isla por el hastío por las privaciones y la falta de oportunidades, incluyendo el asfixiante autoritarismo, las que fueron duramente reprimidas. Ahora, el Gobierno está en máxima alerta para prevenir la recurrencia del episodio y ha declarado la suspensión de las clases en todo el país.
La desesperanza cunde. Entre 2022 y lo que va de 2024, más de 850 mil personas, mayoritariamente jóvenes, han abandonado la isla en lo que se considera como el éxodo más importante del país. Se estima que la población isleña se ha contraído en un 20% en el último quinquenio y las proyecciones demográficas sitúan a Cuba con un nivel de 6 millones de habitantes hacia el 2075 (de los 11 millones que tenía hace una década). A la emigración masiva se suma una muy baja natalidad. Los que van quedando en la isla son los más viejos.
Este vaciamiento poblacional está mermando la fuerza laboral y los talentos locales, lo que desde ya anticipa la continuación del letargo económico, salvo un cambio radical de circunstancias, lo que por supuesto no va a ocurrir con el régimen actual.
Es tal la magnitud de la crisis que, junto con avanzar hacia la condición de Estado fallido, la isla ha agudizado el fenómeno migratorio en el continente, sumándose al éxodo venezolano. No es casualidad en esto que ambos sean regímenes espejo.
¿Cómo sigue esto para adelante? Arreglar el apagón total no va a solucionar la crisis, porque esta es una consecuencia del régimen y de sus políticas. Cualquier mejoría económica pasa por abrir las puertas a la iniciativa privada y eso necesariamente va a socavar el control político. Por eso, y a pesar de las dramáticas circunstancias que atraviesa el país con un empobrecimiento masivo, el régimen no ha liberalizado la economía más allá de pequeños emprendimientos prácticamente de subsistencia.
Cuba, que alguna vez fuera una potencia agroexportadora, ni siquiera cubre sus necesidades mínimas. Depende de las importaciones para alimentarse. En materia de ingresos, es dependiente de las remesas de los cubanos que están afuera y del turismo, pero este desde la pandemia no se ha recuperado y la degradación general lo ha vuelto menos atractivo.
Los generosos subsidios extranjeros, primero soviéticos y luego venezolanos, mantuvieron vivo el régimen y alentaron la imagen de un país en el cual las condiciones materiales y de desarrollo humano valían la pena replicar e incluso exportar. Pero tan pronto han cesado o disminuido sustantivamente, como ha pasado con Venezuela últimamente, han dejado en evidencia los verdaderos frutos del sistema. Lo increíble es que todavía importantes sectores políticos del continente sigan aspirando a replicar un sistema político y económico que está empujando a su propia población a huir buscando una vida digna y con oportunidades.
Como en Venezuela, el régimen parece apostar a subsistir sacándose problemas de encima; es decir, permitiendo la salida masiva de sus ciudadanos. Así no solo se deshace de opositores o potenciales opositores, también permite que los escasos recursos existentes alcancen mejor, lo que debería redundar en menos efervescencia social, facilitando por tanto el control político.