De las revoluciones en Rusia, China, Cuba a la de Santiago

Columna
El Montonero, 04.09.2022
Víctor Andrés Ponce, director
El nuevo paradigma de la revolución comunista en Chile

La vía constitucional de la ofensiva colectivista y comunista en Chile es una sin precedentes en la historia de las revoluciones. Las izquierdas chilenas llegaron al poder luego de formar un bloque social e histórico –el que proponía el marxista italiano Gramsci– y pretendieron implantar una constitución que consagrara un estado colectivista con los propios procedimientos establecidos por la Constitución “burguesa”.

En ese sentido, la estrategia es inédita. Una de las cosas más impresionantes de la estrategia comunista chilena es la hegemonía intelectual, cultural e ideológica que lograron antes de la instalación de la convención constituyente. Casi todos los sentidos comunes de la sociedad, desde la izquierda hasta la derecha, se impregnaron de las narrativas y relatos de los refundadores de Chile. Para avanzar en ese sentido debieron combinar las clásicas tesis bolcheviques y soviéticas –como la de los “pueblos originarios”– con las teorías posmodernas que plantean una libertad abstracta que nunca existió ni nunca existirá: desde la ideología de género en todas sus vertientes, pasando por la clásica teoría de los DD.HH. con el fin de erosionar el principio de autoridad del estado democrático, hasta un ecologismo que convierte a la naturaleza en un ser con alma, con racionalidad humana y respiración propia.

El bolchevismo y la posmodernidad, entonces, se juntaron en Chile para ganar los sentidos comunes. El programa de una libertad abstracta se propuso destruir todas las instituciones intermedias que explican la libertad en Occidente: familia, propiedad, empresas, partidos políticos, religiones sagradas y cualquier forma organizativa que se oponga el poder del Estado, al que se pretendía convertir en un dios totalitario que ordenara la vida de las futuras colmenas disciplinadas.

Más allá de cualquier especulación, en Chile se escenificaba un paradigma revolucionario radicalmente diferente al determinismo entre la estructura y la superestructura cultural que proponía el viejo Marx, a la estrategia insurreccional urbana de los bolcheviques en Rusia, a la guerra popular campesina de Mao o al simplismo del foquismo cubano. En la revolución chilena el poder proviene de la cultura, de la ideología, de los sentidos comunes. Salvo la cultura, todo es ilusión.

De allí que los comunistas y posmodernos chilenos nunca cuestionaron directamente la economía de mercado, hasta que lograron instalar la convención constituyente. Con la constituyente en marcha asomó el rostro bolchevique de los seguidores de Derrida y Foucault, los padres de la libertad abstracta, que pretende destruir las bases de Occidente.

La derecha creyó que ganaba manteniendo los niveles de crecimiento e inversión, dejando que los comunistas y posmodernos construyeran los nuevos relatos y narrativas, y que educaran a las nuevas generaciones chilenas. Únicamente cuando se instaló la constituyente avistaron el soviet que se agazapaba.

Sin embargo, la sociedad chilena ha reaccionado y ha rechazado categóricamente la constitución comunista y posmoderna que amenaza la vigencia de Chile como Estado unitario y como democracia representativa. Parece que los revolucionarios no llegarán al poder por la vía constitucional.

Se correrá el velo y estamos seguros de que el posmoderno de la libertad abstracta se lanzará a quemar Santiago, revelándonos que todo su discurso fue una estratagema comunista para confundir a la inocente burguesía.

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