De Trump a Bolsonaro: ¿Populismo o fascismo?

Reportaje
El Mercurio, 14.10.2018
Juan Rodríguez M.

Se aúnan bajo una misma palabra liderazgos que van desde el Presidente de Estados Unidos a Podemos en España, pasando por Bolsonaro en Brasil y Nicolás Maduro en Venezuela. Sin embargo, en su crítica al establishment, algunos de estos liderazgos alardean de nacionalistas, racistas, homofóbicos y misóginos. ¿No será, entonces, que estamos en presencia del regreso de ese viejo fantasma del siglo XX?

En la segunda década del siglo XXI el suelo que pisamos es aún más inestable que en la segunda mitad del XIX, cuando Marx dijo que la revolución capitalista disolvía todo lo estable, toda certeza. En nuestro presente acelerado, líquido, vacío, incierto, de crisis económicas periódicas, donde cada quien, si puede, cura sus heridas, no es extraño que sintamos temor. ¿Cómo ha respondido el sistema político a esos miedos? No muy bien, a la luz del avance de liderazgos que alardean de ultranacionalistas, xenófobos, racistas, homofóbicos y misóginos. Liderazgos como el de Jair Bolsonaro, quien hace una semana ganó la primera vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas, y, parece, será el presidente de la primera potencia sudamericana.

Bolsonaro y su Partido Social Liberal son solo el último de una serie de triunfos ultraderechistas: Donald Trump (Estados Unidos), Matteo Salvini (Italia), Jaroslaw Kaczynski (Polonia), Viktor Orban (Hungría), o grupos como el Frente Nacional de Francia, de Marie Le Pen, Alternativa para Alemania y el Partido de la Libertad de Austria.

Gilles Lipovetsky, el filósofo francés de la hipermodernidad, autor, entre otros libros, de "La era del vacío" y "De la ligereza" (ambos en Anagrama), cree que el auge de dichos grupos "es una consecuencia" del capitalismo actual: "Ya no es a nombre de una gran ideología que se construyen esos movimientos o que ganan elecciones -expone-, sino porque estamos en sociedades en movimiento, marcadas por la inseguridad. En primer lugar, la inseguridad material. Trump fue elegido en Estados Unidos por la clase media baja, los obreros blancos que se sienten amenazados".

Para Sergio Micco, doctor en filosofía y profesor del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile, lo central de lo que llama "nacional populismo" es la condena abierta "a la globalización económica, especialmente la financiera, y la política. La primera destruye fuentes de empleo locales, industrias nacionales y mina las identidades culturales", explica. "Surge un capitalismo que no paga impuestos ni genera trabajo". Y la segunda, la globalización política, les quita poder a las instituciones democráticas nacionales, agrega Micco: "Como dice Baumann, el poder se separa de la política. El primero es la capacidad de hacer cosas; la otra es la de decidir. Los políticos deciden, pero el Estado impotente no manda. El elector francés vota por un representante que le ofrece proteger a la agricultura nacional, y organismos contra mayoritarios dicen otra cosa en Bruselas (sede de la Unión Europea), invocan los tratados de libre comercio". Sumado a ello las crisis económicas y la corrupción política, se configura "un cuadro explosivo", advierte Micco. "Esto mismo se observó en la primera globalización que tan bien describe Marx y que termina en los fascismos. Atención con el siguiente hecho, Hitler y Gandhi se diferenciaban en todo salvo en una cosa: ambos eran rabiosamente nacionalistas en contra de la globalización liberal dirigida por Inglaterra y Estados Unidos".

¿Todo es populismo?
¿Son populistas o fascistas los liderazgos de ultraderecha citados? Llamamos "nacional populismo" a Bolsonaro, Trump y compañía. Sin embargo, el populismo se dice de muchas maneras. De demasiadas. Tantas, que comienza a perder sentido, a volverse un concepto fútil o una expresión de desdén hacia todo cuestionamiento de cierto orden. Se pueden ver portadas de libros que, bajo el título populismo, aúnan a Hugo Chávez y Michelle Bachelet. Se llama populista a nuevos partidos y coaliciones de izquierda, como Podemos en España, y Syriza en Grecia; y a movimientos de ultraderecha como Liga Norte, en Italia. Aquí en Chile se ha dicho que son populistas el Frente Amplio y José Antonio Kast. Trump y Bolsonaro lo serían, al igual que el líder del Partido Laborista de Reino Unido, Jeremy Corbin, y hasta Lula da Silva.

"El término «populismo» es, en primer lugar, un insulto: hoy en día hace mención a aquellos partidos o movimientos políticos que se considera que están compuestos por gente idiota, imbécil, incluso tarada", escribe la filósofa francesa Chantal Delsol en su libro "Populismos: una defensa de lo indefendible" (Ariel). Recordemos, por ejemplo, el mote de "facho pobre" dirigido contra quienes votaron por el actual Presidente Sebastián Piñera. Hay una idea oligárquica en el uso de la palabra populismo, escribe Delsol, en la que "lo «popular» se ha convertido en adversario" de una élite ilustrada y cosmopolita que atribuye a la ignorancia el hecho de que cada vez más amplios sectores de la población defiendan el particularismo y "el arraigo, en oposición a la emancipación posmoderna". O, en otras palabras, sectores que buscan algunas certezas y seguridades frente a la ajena globalización.

Entonces, ¿populismo o fascismo? Desde Francia, Delsol responde: "No olvidemos que el término 'populismo' se adoptó a principios de siglo para reemplazar el término 'fascismo' que se había usado para los movimientos como el de Le Pen en Francia. Nos dimos cuenta de que no era mero fascismo, una palabra bien conocida que recuerda el período de entreguerras. El 'populismo' está arraigado, ligado a la patria y a la familia, en general a todas las comunidades intermedias. Y en este sentido se asemeja al fascismo, que era un conservadurismo", dice Delsol. "Siempre estamos en la lucha de los anti-modernos contra los modernos (lo moderno no está ligado a la patria, piensa que somos ciudadanos del mundo; no está ligado a la familia, piensa que solo somos individuos). Pero el fascismo era también, y sobre todo, un gobierno autocrático que impuso su forma de pensar a toda la sociedad. Aún no tenemos la perspectiva para saber si los 'populistas' en el poder también se comportarán así. Los gobiernos húngaro o polaco no han recreado (todavía) a las juventudes fascistas".

Para Sergio Micco, "el fascismo es una ideología totalitaria que propugna el partido único de gobierno, la movilización política permanente, el terror total, el nacionalismo y el estatismo económico. Poco de ello se observa en los líderes que prefiero denominar nacional populistas". "Estos son personajes -agrega- que surgen, en general, fuera de la clase política, son de discurso y maneras autoritarias, claramente contrarios al liberalismo político, escamotean a las instituciones políticas y apelan directamente al pueblo, atizando emociones fuertes como el miedo al criminal y al extranjero y practican políticas de superoferta fiscal. Estas son características que unen a todos los liderazgos mencionados".

El fascismo eterno
Umberto Eco, el semiólogo y escritor italiano nacido en 1932 y fallecido en 2016, era un niño cuando en su país campeaba el fascismo. Pero en 1945 cayó, y medio siglo después, en 1995, Eco dio una conferencia en la Universidad de Columbia, Estados Unidos, para conmemorar la liberación de Italia y Europa. La llamó "El fascismo eterno" y acaba de publicarse en castellano, en un pequeño volumen de 61 páginas, con el título "Contra el fascismo" (Lumen).

Si bien, dice Eco, no es lo mismo el fascismo italiano, que el nazismo alemán y otros casos, hay una serie de "características típicas" que, más allá de las diferencias y hasta contradicciones específicas, y de que no estén todas presentes, permiten describir un "fascismo eterno". Esas características son: tradicionalismo, sincretismo ideológico y/o religioso, irracionalismo o rechazo al espíritu ilustrado, culto a la acción y sospecha hacia la cultura y los intelectuales, llamar traición al desacuerdo, racismo, respuesta a la frustración individual y social, nacionalismo y xenofobia, identificación de un enemigo interior que complota, culto al héroe y a la muerte, machismo, homofobia y misoginia, y "populismo cualitativo", o sea, el líder conoce y representa la voz del pueblo.

Entonces, volvamos a preguntar, ¿el populismo de derecha que brota hoy es o no una suerte de fascismo del siglo XXI?

El historiador argentino Federico Finchelstein, profesor de The New School for Social Research, en Nueva York, es autor de un libro que aborda este tema: "Del fascismo al populismo en la historia" (Taurus). Allí muestra que, tras la derrota de los fascismos en Europa, líderes como el argentino Juan Domingo Perón y el brasileño Getulio Vargas, ambos con orígenes dictatoriales, rechazaron el fascismo y entraron al juego democrático, introduciendo en él elementos autoritarios y personalistas, o sea, el populismo. "Es decir, una democracia autoritaria, pero sin la violencia y el racismo típicos del fascismo -explica Finchelstein al teléfono, desde Estados Unidos-. Esta reformulación del fascismo distinguió al populismo, de derecha sobre todo, hasta hace poco".

"Hasta hace poco, digo, porque en los últimos años vemos el surgimiento de un nuevo populismo, de extrema derecha. Un populismo que reúne a los personajes señalados", aclara Finchelstein. "Este tipo de populismos parecería que va para atrás, en el sentido de que retoma cosas que para los primeros populistas eran un problema. Gente como Vargas o Perón jamás pensarían que el racismo o la violencia política tenían un lugar en sus regímenes populistas". Sin embargo, Finchelstein no cree que se haya cerrado el círculo, "no es que estamos hablando de una vuelta del fascismo, pero sí de un populismo extremo que cada vez se parece más al fascismo". ¿Qué los distingue todavía? "Bueno, el hecho de que son candidatos que son votados y elegidos; es decir, no estamos hablando de dictaduras. Ahora, la historia nos enseña que todo puede pasar, y que entre los posibles desarrollos de Bolsonaro en Brasil está la opción de una democracia autoritaria, pero democracia al fin. O, por otro lado, de una dictadura, que el candidato dijo tantas veces que admira".

Demandas identitarias
"Es importante hacer una distinción: las demandas identitarias no necesariamente implican un vínculo con el fascismo, por más que esa relación se haya dado en la historia". Quien habla es la historiadora chilena Josefina Araos, investigadora del Instituto de Estudios de la Sociedad. "El florecimiento de reclamos identitarios no tiene por qué ser peligroso en sí mismo, pues en principio remiten a una experiencia que las personas consideran valiosa, y eso explica su eficacia. En términos generales, las democracias liberales se han construido sobre la idea de que la identidad es un problema estrictamente individual. Ahí aparece un punto ciego, pues la pregunta de quiénes somos nunca se resuelve en soledad. Y dado que se abandona políticamente esa dimensión, queda a la deriva de la apropiación de grupos radicales como el fascismo. Esa es una tensión que las democracias deben enfrentar".

Según Araos: "En cada país donde observamos la emergencia de estos líderes, se dio antes una experiencia de desprecio y abandono de demandas que grupos mayoritarios experimentaban como relevantes. La mejor muestra de esto es el tema de la inmigración. El rechazo a la llegada de extranjeros en países como Francia se leyó como manifestación de racismo y xenofobia, resabios que debían ser erradicados. Hasta que llegaron los Le Pen y con un discurso mucho más agresivo conquistaron un electorado importante (que antes votaba por la izquierda)".

Quizás, entonces, no haya que ocuparse tanto de las etiquetas; quizás sea menos importante atender a los líderes que a sus votantes. ¿No son ellos también el "demos" en la palabra democracia? "Muy pocos miran a los seguidores, cuando ahí está la clave de la emergencia de un líder poderoso -apunta Araos-. ¿Por qué un 46% de brasileños votó por un candidato que, entre otras cosas, hace unos años afirmó que la democracia es una porquería?".

Según Chantal Delsol,"lo «popular» se ha convertido en adversario" de una élite cosmopolita.

No hay comentarios

Agregar comentario