Dos resistencias heroicas

Columna
Diario de Cuba, 24.11.2020
Juan Antonio Blanco Gil, historiador, filósofo, ex diplomático cubano y director ejecutivo del Observatorio de DDHH de Cuba

El 8 de noviembre de 1958 en la barriada habanera de Santos Suárez, Ángel "Machaco" Ameijeiras, junto a su compañera en estado de gestación y otros dos miembros de un grupo clandestino del Movimiento 26 de Julio, se enfrentaron por más de cuatro horas a un asalto policial. Resistieron, hasta caer heridos, con dos ametralladoras, cuatro pistolas, tres granadas y cuatro cartuchos de dinamita. La historiografía oficial describe los hechos como la batalla urbana más prolongada de la resistencia armada contra la dictadura de Fulgencio Batista. Se inmolaron por la libertad de los cubanos.

62 años después, un grupo de jóvenes se parapeta en una casona de la mísera barriada de San Isidro. Llevan por armas libros de poesía. Sin embargo, están también rodeados por fuerzas policiales armadas que prohíben el ingreso de agua, alimentos y medicinas al recinto. Los sitiados deciden entonces convertir el bloqueo en desafío a los sitiadores y anuncian que —dada la escalada de la dictadura para rendirlos por hambre y sed— se consideran en huelga de hambre. En otras palabras: no se dejarán rendir por hambre sino que están dispuestos a morir de hambre. Sin capitular. Con honor invicto.

En un mundo conectado por internet esta es la batalla más visible que se haya presentado a la elite de poder por la resistencia cultural antitotalitaria. No son tampoco clandestinos. Combaten a cara descubierta con sus nombres reales. No denuncian su condición de víctimas de la censura de este libro o aquel filme, sino desafían el poder opresor en todas sus dimensiones. No se identifican con una elite cultural, sino con la defensa de la población más marginada y pobre. No son miembros de una clase media acomodada, sino un mosaico representativo de toda la población: colores de piel, campos artísticos, preferencias sexuales, religiones y profesiones diferentes.

Los que hoy resisten en esa humilde casa de Damas 955, en el barrio de San Isidro, tienen la misma disposición heroica que los que combatieron en O’Farrill y Goicuría, en Santos Suárez, hace 62 años. Con una muy importante diferencia. Aquellos estaban dispuestos a matar y morir. Estos no quieren matar, pero están dispuestos a morir por la libertad de todos, incluso de los que hoy los cercan y sirven a los opresores.

El Gobierno cubano no solo carece de sensibilidad sino de imaginación. Su política económica está empujando a una hambruna combinada con inflación y desabastecimiento generalizado. La antorcha de libertad de San Isidro no se va a extinguir.

Empujar a estos jóvenes idealistas a la muerte no es una jugada inteligente del Gobierno. Pero ¿cuándo fue la última vez que alguien pudo ver una señal de raciocinio en sus decisiones? No se cansan de decir estupideces. Un funcionario dice que el enemigo quiere disfrazar de artista a un marginal cuando ese régimen antes ha disfrazado a un mediocre de ministro de Cultura. Otros aseguran que son asesinos sin pensar que ser pobre no supone ser delincuente y que ese barrio debe su marginalidad al fraude de la revolución que les prometió un mejor futuro y ahora los hunde cada día más en la miseria.

Cuando el combate en Santos Suarez ningún vecino salió a apoyar a los cercados. En San Isidro han tenido que reprimir a los vecinos para que no lleven alimentos a los bloqueados.

Un mes después de la muerte de Machaco cayó la dictadura de Batista. ¿Cuántos meses le quedarán al régimen totalitario una vez que enfrente a plenitud la tormenta perfecta a la que su terquedad la ha conducido? ¿Y cómo será su final y el de sus esbirros si ahora dejan morir a esos jóvenes del Movimiento de San Isidro?

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